En este sexenio quedó demostrado que no hacen falta retoques excesivos, ni las tradicionales fotografías oficiales que suelen tomarse los presidentes. La gran popularidad de AMLO no es producto del marketing tradicional.
Por Duilio Rodríguez / @duiliorodriguez
El presidente Andrés Manuel López Obrador nunca encaja en los estándares tradicionales de la publicidad, en esa idea de lo perfecto. Él se muestra como es, sin importarle las apariencias.
Su imagen oficial no se construyó con una sesión de fotos controlada por asesores de imagen. Ni con controles excesivos para fotografiarlo durante sus marchas o visitas oficiales.
No recuerdo un retrato o una fotografía de él posando para la cámara, ni como jefe de Gobierno de la Ciudad, ni como presidente de México. A mi me hubiera gustado ver alguna.
La mayoría de sus fotografías conocidas desde sus orígenes como dirigente político son en mítines, protestas o actos públicos. Sus mejores o peores fotos son al lado de la gente, con políticos, con su familia y hasta con la mamá del Chapo.
Deliberadamente sus fotos reflejan con contundencia su forma de pensar y actuar, mientras menos ostentosas, mejor.
En una nota de José Antonio Belmont publicada en el diario Milenio en 2019, aparece una cita atribuida al vocero de la Presidencia Jesús Ramírez Cuevas: “Es el respeto a la investidura, pero no la promoción de la persona».
En innumerables intentos para descalificar al presidente a través de su imagen personal, no faltan los charlatanes que hacen análisis en los que siempre lo critican por su forma de vestir, le llaman naco, corriente y destacan lo poco prolijo que es.
En esos burdos comentarios sobre su imagen se atreven a interpretar los pensamientos y sentimientos del mandatario. Describen sus supuestas intenciones por equis o ye forma de mirar, por la manera como saluda a alguien o por su forma de sentarse.
Más que analizar al otro se proyectan a si mismos, resignifican las fotografías a través de sus prejuicios infundados. Pretenden convencernos a través de imágenes o videos que es autoritario o que esta resentido.
Por ejemplo, esos analistas con espacios en los medios de comunicación podrían asegurar que Gabriel Orozco, Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel están fraguando con odio y resentimiento el fin de la Republica. Lo cierto es que cuando tomé la foto, solo se trató de una fracción de segundo en la que todos tienen los ojos entre-cerrados. Lo que sienten y piensan solo ellos lo saben.
Otra cosa que no entienden cuando intentan descalificarlo, de las formas mas absurdas, es que su éxito también radica en mostrase de forma opuesta a esas teorías de la imagen flashy.
Lo relevante de la imagen de AMLO radica en ser como es y reconocernos en él como personas que no lo tenemos todo, reconocernos en su imagen como si se tratase de uno más de nosotros, vernos en un espejo donde el reflejo somos millones de mexicanos. Imperfectos.
Su imagen de poder radica en estar con la gente, y no en lo material, el lo superfluo, en lo banal.
A muchos en el mundo los han timado por creerle a personas que cuidan en apariencia la investidura presidencial, bien peinados, bien vestidos, bien sentados, presentándolos como personas decentes, inalcanzables por lo que ostentan, pero que en la vida real son todo lo contrario, recuerden que “las apariencias engañan”.
Y no me refiero a cuidar la toma fotográfica como lo haría cualquier fotógrafo de su staff, que tienen la encomienda de seguir las actividades de un presidente, me refiero al intento reiterado de imponernos a políticos como si se tratara de seres impolutos, como si se tratase de dioses.
¿De qué les sirvió cuidarle tanto la imagen al expresidente Peña Nieto, si tanto su gobierno, como su partido, son el símbolo de la más corrupta clase política conocida hasta ahora?
Desde que comenzó la carrera política de Andrés Manuel López Obrador el mensaje visual ha sido el mismo, debe haber millones de fotografías de su persona al lado de la gente.
No tengo ningún problema en decir que siempre lo he considerado el mejor político, un líder que me hubiera gustado volver a escuchar su plática como sucedió algunas veces cuando pude entrar a su casa en Villahermosa, Tabasco en 1996, donde pude constatar la austeridad con la que vivía.
Y también me hubiera gustado estar cerca de él por lo menos alguna vez más, como en una ocasión en la que junto con una extraordinaria reportera que ahora es alta funcionaria del gobierno, ayudamos a sacar a escondidas a AMLO de su propia casa, para evadir a los espías del CISEN que vigilaban las 24 horas del día absolutamente todo lo que hacían él y su familia.
En aquella ocasión que logramos liberarlo con éxito de sus vigilantes, Andrés Manuel nos llevó lejos de Villahermosa a un santuario de aves, su única petición fue que no le tomara fotos a él. Ni modo, solo me quedé con el recuerdo y con las fotos de las aves.
Poco tiempo después cuando ya era líder del PRD, me pidió que le regalara la foto de aquel momento, nunca lo hice en persona, pero sí lo hice en el 2017, cuando entregué la foto impresa a su coordinador de campaña.
Y no, no me da pena contar nada de esto, ni decir lo que pienso, como fotógrafo, con franqueza de él. Lo digo hasta ahora que termina su sexenio, porque nunca quise que se confundieran mis intenciones al decirlo mientras era el presidente de México.
Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona