A todos corresponde acabar con la basura plástica. La Ciudad de México ha hecho mucho para lograrlo, pero falta mucho por hacer. En el Estado de México, en cambio, la inacción es imperdonable y hoy vemos sus consecuencias
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
La lección de la sequía de los últimos dos años y de las inundaciones de estos dos meses debería de ser muy clara: si no se actúa pronto para cambiar nuestra relación con el medio ambiente y para remediar los estropicios cometidos el desastre será la nueva normalidad. Ya no basta con dejar de hacer daño: si no construimos economías y formas de vida regenerativas lo pasaremos todos realmente mal.
Monterrey pasó de la “hora cero” en que ya no había agua para la ciudad a que se desbordara el río Santa Catarina. En Michoacán hay varios municipios con afectaciones severas y las calles convertidas en afluentes. En ciudades como México y Guadalajara circular es un albur, porque no se puede saber si las tormentas inundarán los grandes cruces y desquiciarán la circulación. El peor de los casos es el del municipio de Chalco, en el Estado de México, donde más de seiscientas familias llevan tres semanas con sus casas anegadas por las aguas negras, y no hay señales de que la cosa vaya a arreglarse pronto.
Tanto la sequía como las trombas de las últimas semanas son, sin duda, consecuencia del cambio climático, que ha alterado drásticamente los patrones de lluvias y secas, pero también lo son de que al destruir el medio ambiente y descuidar nuestras ciudades nos hicimos más vulnerables a sus efectos. No es sólo que al destruir la atmósfera cambiamos el orden al que estábamos acostumbrados, sino que al destruir lo que había sobre tierra perdimos la resiliencia que necesitábamos para lidiar con el nuevo desorden.
Invadimos los bosques que podrían retener el agua y aminorar los caudales que bajan de las montañas a las avenidas, y los que no destruimos los talamos para cubrir esos terrenos con productos agrícolas —México pierde cada año en torno a 200 mil hectáreas de bosques y selvas—. Secamos los humedales que teníamos a mano, que podrían haber retenido gran parte del agua que hoy desborda las alcantarillas y que podría haber servido de reserva para las sequías que, sin duda, llegarán. Pensábamos, o pensaban quienes nos gobiernan, que con tubos y represas no habría problema, pero la realidad mostró lo equivocados que estaban.
Además, nos entregamos con entusiasmo a la generación de basura y no invertimos a tiempo en reducirla ni en mejorar la forma en que lidiamos con ella. Hoy esa basura tapa los desagües de Chalco y hace que el agua caiga del cielo más rápido de lo que sale del municipio.
Las acciones son muchas y son urgentes. La Ciudad de México, por decencia humana y por instinto de supervivencia, debe restaurar sus bosques y frenar su degradación. Esto puede hacerse potenciando la silvicultura comunitaria y el aprovechamiento de productos forestales, lo que generaría empleos y haría que los costos de conservar y restaurar los bosques los paguen los bosques mismos.
A la propia Ciudad de México y al Estado de México les corresponde, en conjunto con las autoridades federales, cuidar y restaurar el área natural protegida de la ciénega de Xico. Su decreto es muy reciente, pero urge echar a andar ese trabajo.
A todos corresponde acabar con la basura plástica. La Ciudad de México ha hecho mucho para lograrlo, pero falta mucho por hacer. En el Estado de México, en cambio, la inacción es imperdonable y hoy vemos sus consecuencias. Deberían de activarse ya las cooperativas de trabajadores de la basura, multiplicarse las inspecciones para impedir que se viole la ley, trabajar con la iniciativa privada para obligarla a asumir la responsabilidad extendida del productor, como marca la ley.
Restaurar el planeta, reducir nuestra huella en él, reinventar cómo vivimos. Son las tres tareas que deberíamos emprender si no queremos hundirnos en nuestra propia mierda, como está ya pasando en muchos lugares del país.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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