La pregunta en el centro de la autodefensa feminista es: ¿“Qué fuerzas son necesarias activar para hacer realidad el mundo que queremos?”. Hacerse de una fuerza de combate, de una autodefensa feminista, pasa por asumir que “la debilidad del cuerpo femenino es una construcción sociocultural, como lo es la fuerza del cuerpo viril”. Una deconstrucción es necesaria. Y luego habrá que continuarla.
Por Celia Guerrero / X: @celiawarrior
La historia cuenta que a principios del siglo XX, en el contexto de la lucha por el voto femenino en Reino Unido, un grupo de unas 40 sufragistas de la organización Women’s Social and Political Union (WSPU) fueron entrenadas por Edith Garrud, una instructora de jiu-jitsu, también militante feminista que promovió este estilo de combate entre sus compañeras. El grupo entrenado en el arte marcial —que tiene como principio el uso de la fuerza del oponente en su contra— fueron llamadas lasJiujitsufragistas o las Amazonas de Londres, y hoy son consideradas parte de la tradición de la autodefensa feminista.
Las Jiujitsufragistas son un buen punto de partida porque sus acciones no solo pusieron en jaque la percepción de la feminidad y del orden (supuestamente) natural impuesto, sino que sus acciones abrieron un camino a mujeres feministas de “conocimiento y ejercicio de la fuerza propia”, tal como se plantea en el título Contra el mito de la fuerza viril. Autodefensa en clave feminista de Alessandra Chiricosta (2023).
El principal objetivo de las Jiujitsufragistas era evitar el arresto de Emmeline Pankhurst, líder de la WSPU, impulsora de la desobediencia civil en la lucha feminista. Pero también velaban por la protección de otras manifestantes, ante los constantes actos de violencia policiaca y detenciones arbitrarias. Aunque la represión no solo venía de la policía; en las calles, las sufragistas eran insultadas, apedreadas y durante los mítines hombres llegaron a subir a las tarimas para golpear a las oradoras.
Sus acciones iban desde disfrazarse varias como las sufragistas más buscadas por las autoridades para confundir a los policías, a cargar porras y mazos debajo de sus vestidos. Pasando por arrancar orquídeas de los jardines reales (al principio las autoridades atribuyeron el acto a hombres porque no creían a las mujeres capaces de brincar el muro del jardín), a implementar itinerarios para el repliegue ante las detenciones. Con ese tipo de prácticas no solo evitaron ser detenidas y violentadas, también combatieron y develaron de forma muy clara el mythos de la fuerza viril que analiza Chiricosta.
El mythos de la virilidad se encuentra ligado a la combatividad y beligerancia, y luego a la naturalización de la guerra. Proviene de las historias en la Grecia antigua en las que a los varones se les confería el honor de participar en la guerra, además de ser ciudadanos libres, poseedores de vienes materiales y propiedades. Mientras, las mujeres eran excluidas del combate y la ciudadanía. “Un patrón de opresión de género que se centra en la militarización”, explica la autora, filósofa italiana.
Hoy el mito ha evolucionado, pero las inconsistencias de su pensamiento persisten, como es la creencia en la “predestinación natural del varón al combate”. Nuestro imaginario está tan colonizado, estima Chiricosta, que nos es imposible separar virilidad de combatividad o de beligerancia. A este pensamiento se contrapone el de la autodefensa feminista que plantea una “transformación del sentido de inferioridad psico-corpórea de las mujeres”. No es (solo) una reacción o protección de quien es atacado. “No solo fuerza de defensa”, sino más una fuerza de combate “que no coincide con la violencia” sino con la transformación.
Maytena Monroy, autora de Autodefensa feminista: Más allá de aprender a decir no(2023), hace la inteligente distinción entre autodefensa de mujeres y autodefensa feminista. Chiricosta coincide en que, más allá del conociendo de técnicas marciales, la segunda tiene ciertas características que la tornan una actividad política transformadora. Entre ellas destaco tres:
Primero, más que una reacción es una “gestión de fuerzas”, alianzas y ensamblajes, lo que la vuelve una actividad colectiva, no individual.
Segundo, no imita a su adversario y evita dar el combate bajo criterios impuestos por este (campo de batalla, reglas, condiciones). Esta, considera Chiricosta, es esencia de los movimientos feministas más auténticos: transversales, imprevistos, que no imitan lógicas predeterminadas.“Eso es muy poderoso, porque si el adversario no entiende lo que estás haciendo, tenés la sartén por el mango […] las artes marciales también te enseñan esto, a simular, a no hacer entender, a confundir, eso es un arte profundo.”
Tercero, la pregunta en el centro de la autodefensa feminista es “Qué fuerzas son necesarias activar para hacer realidad el mundo que queremos”.
Hacerse de una fuerza de combate, de una autodefensa feminista, pasa por asumir que “la debilidad del cuerpo femenino es una construcción sociocultural, como lo es la fuerza del cuerpo viril”, un planteamiento Chiricosta. Una deconstrucción es necesaria. Y luego habrá que continuarla. Porque, en coincidencia con la autora, yo también creo en las prácticas transformadoras, esas “que reeducan paulatinamente, que apuntan a transformar y transformarse y que no terminan nunca.”
Periodista
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