¿Es posible hacer el común en la ciudad? Antes de responder, sería bueno preguntarnos qué entendemos por común, y cómo cuidamos esos espacios que lo hacen posible
Texto y fotos: Nicole V. Añorve
CIUDAD DE MÉXICO.- Desde que amaneció, afuera ya estaba nublado. Eran esa clase de nubes, muy propias de esta ciudad, entre blancuzcas y grisáceas que recubren todo el cielo como un manto. Bastante engañosas, a decir verdad, pues a veces no cae una sola gota de agua de ellas, aunque también está la posibilidad de que ocurra un diluvio. Es algo azaroso. En fin, la cuestión es que había llegado el día, 22 de junio, para asistir al Festival Político-Cultural Construyendo el Común y la No Propiedad, renombrado Festi-Común para fines prácticos. En un principio la intención era realizarlo en el zócalo, pero lxs organizadorxs optaron por moverlo a la Casa de los Pueblos y Comunidades Indígenas Samir Flores Soberanes. Ésta se ubica sobre la Av. México-Coyoacán, en donde antes estuvieron las oficinas centrales del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. La comunidad otomí de la Ciudad de México tomó las instalaciones el 12 de octubre del 2020 como protesta ante el problema de vivienda que les aqueja. Tal okupación se trata de una anomalía surgida de entre las grietas de la urbe, en medio de lujosos edificios de departamentos y a unas cuadras de aquel infame lugar llamado Torre Mítikha. Es un espacio que con su pura existencia reclama el futuro históricamente negado para tantxs; que irrumpe la idea de que la actual administración ha traído justicia y respeto a las poblaciones indígenas del país.
Durante los últimos casi cuatro años, la Casa de los Pueblos ha sufrido represión y hostigamiento por parte del Gobierno de la Ciudad de México. El episodio más contundente tuvo lugar la noche del 14 de octubre del 2023, cuando sin previo aviso apareció un contingente de policías equipados con escudos y cascos para desalojar a lxs habitantes del inmueble por medio de la violencia. La calle se transformó en un campo de batalla. A la fecha el objetivo del gobierno sigue siendo expulsar de una buena vez a la comunidad otomí. Sin embargo, a pesar del asedio y la coacción, ésta resiste y se niega a ser desplazada de nueva cuenta.
El 20 de junio pasado, la Comisión Federal de Electricidad y el Sistema de Aguas de la Ciudad de México cortaron el suministro de luz y agua del edificio, sin importarles que ahí viven niñxs y personas de la tercera edad. Como respuesta, lxs habitantes de la Casa de los Pueblos tomaron la avenida. Todavía mantienen el cerco. Temen que en cualquier momento tenga lugar otro intento de desalojo. Por ende, y como forma de apoyo, el Festi-Común se llevó a cabo sobre la calle, afuera de la Casa de los Pueblos. Desde temprano aparecieron cuerpos para colocar carpas, lonas, puestos y el sistema de sonido para las bandas. Hubiese querido llegar antes, pero no he logrado quitarme el vicio de la tardanza. Por suerte logré estar ahí justo a tiempo para participar en el “Laboratorio: Cómo hacer Común en la Ciudad”. Uno de los propósitos generales del evento era que siguiéramos reflexionando sobre una de las cuestiones que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) puso sobre la mesa en los comunicados que publicó por su treinta aniversario. A saber, lo común. De ahí que se realizaran varias actividades al respecto. Lxs asistentes llegamos y nos sentamos en círculo sobre el concreto. Había tres ejes temáticos divididos en estaciones de trabajo: el primero era sobre la crisis hídrica, el segundo atendía la cuestión de las okupas como alternativa al problema de la vivienda, el tercero se centró en la creación de huertos urbanos. Mi amigo Adrián y yo nos unimos al segundo grupo. Se suponía que teníamos que movernos cada tanto entre las estaciones, pero en general lxs asistentes quisimos quedarnos en el mismo lugar todo ese tiempo.
Lxs compas de la Biblioteca Autogestiva “El Tren Negro” nos dieron una introducción sobre la dinámica y compartieron su propia historia como colectivo. Recientemente habían sido desalojadxs del espacio que okuparon durante ocho años. Se podía percibir la tristeza en sus voces, el cansancio, pero también la esperanza. En eso, un joven vestido de negro alzó la mano para realizar una intervención. Venía de la región cholulteca, donde hoy se libra una batalla contra el basurero. Nos preguntó por la posibilidad de hacer lo común en las ciudades. A su criterio no es factible, pues eso sólo ocurre en el campo por medio del trabajo de la tierra. Después de tal cuestionamiento se retiró casi de inmediato del círculo. No nos dio tiempo de responderle, pero nosotrxs seguimos dándole vueltas al asunto. Aclaro que expondré algunas de mis conclusiones personales. Si bien están atravesadas por la discusión colectiva que mantuvimos, no me atrevo a hablar por todxs. Podría decir que este es un esbozo para responder a la pregunta realizada por aquel joven: ¿Se puede hacer el común en la ciudad o eso es puro cuento?
De buenas a primeras, sentí que era importante definir qué es eso que entendemos por común. ¿Es acaso fomentar la realización de actividades entre varias personas? ¿Se trata de reunirnos con un objetivo en particular? Sí y no. Vaya, no puede ser sólo eso. Pensé en Bolívar Echeverría. Él decía que lo característico de lo humano es que nos organizamos para reproducir socialmente nuestras vidas. A esto le llamó lo político. ¿Qué ocurre en el modo de producción capitalista? Esa fuerza es enajenada en nombre de la valorización del valor y la acumulación de capital. Después recordé las voces de Silvia Federici, Mina Lorena Navarro, Raquel Gutierrez, Silvia L. Gil y Maria Mies, cuyos trabajos han orbitado alrededor de lxs comunes. Lo común es un proceso de reproducción compartido, en el que están implicados cuerpos, bienes, espacios, tiempos, derechos, etc. Se opone a lo privado, cuya función es la privación de algo para alguien. El modo de producción capitalista necesita cercar lo común y enajenar lo político. Expolia el agua, la tierra, los sueños, el derecho a habitar, nuestra fuerza de trabajo y capacidad reproductiva. Todo cuanto encuentra a su paso. Nos priva de su uso y disfrute, convirtiéndolos en mercancías. Un río deja de ser un bien común y se transforma en recurso económico. Hoy vivimos la agudización de tal proceso: el del cercamiento total de la vida en beneficio de las relaciones capitalistas y su expansión.
Ah, lo común. Es una palabra que he escuchado bastante en los últimos años. A veces la siento abigarrada, llena de diversos elementos. No creo que sea posible definirla con una sola oración, aunque esté tan incrustada en el ámbito de lo cotidiano. Bueno, me atrevo afirmar que en lo común está implicada la reproducción de la existencia. Hacemos la vida en común, la gestionamos socialmente. ¿De qué otra manera hubiera sido posible la continuidad de una especie tan vulnerable como la nuestra? En ese sentido, la interdependencia ha permitido que sobrevivamos. Pero lo común no sólo consiste en garantizar lo mínimo para seguir respirando, sino que demanda condiciones dignas. Tampoco creo que corresponda únicamente a la conformación de grandes procesos revolucionarios, está en lo chiquito y cotidiano: en las organizaciones vecinales, en las pequeñas luchas de lxs trabajadorxs cuando reclaman un derecho, en las fiestas con nuestrxs amigxs, en las marchas, en los momentos de complicidad entre pasajerxs del transporte público, cuando alzamos la voz por una injusticia. Federici dice que “los comunes son una perspectiva que promueve el interés común en cada aspecto de la vida, así como el trabajo político”. Me gusta que se diga en plural, pues adquiere la fuerza de la multiplicidad. Se trata de un hacer, aquí y ahora, a través de relaciones interdependientes. Lxs comunes no son la suma de la riqueza, es la conformación de un tejido social que sirve como principio, medio y fin para la vida; consiste en los procesos que gestionamos para seguir existiendo.
Cuando se nos hizo la pregunta por la posibilidad de hacer el común en la ciudad, sentí que era bastante injusto pensar que esto sólo ocurre cuando se acciona directamente. No se me malentienda, la acción directa es fundamental, pero no lo es todo. ¿Sólo quien puede arar la tierra o participar en determinadas actividades hace lo común? ¿Qué hay sobre los cuerpos que no pueden sumarse? Sea porque están tullidos o debido a que sus afectos o condiciones concretas no se los permiten. ¿No son ellxs también lxs comunxs o esto sólo se limita a los cuerpos capaces de estar en el momento y lugar indicados? De pensar así, nuestra reflexión resultaría bastante limitada, por no decir capacitista. Hubo otra cosa que llamó mi atención durante la intervención de esta persona. Afirmó que él estaba a favor de la destrucción de las ciudades, pues de éstas surgen los problemas del campo. Al escucharlo miré la bocina desde la que salía su voz, luego el cable, por último el micrófono. Pensé en todo lo que estaba implicado para que ese dispositivo le permitiera hablar. Luego observé nuestras ropas, plumas, libretas, botellas con agua, celulares, hasta el asfalto sobre el que estábamos sentadxs. Lo de desaparecer las ciudades me sonó a la destrucción de la maquinaria que proponían lxs movimientos tecnofóbicos durante la revolución industrial. Ninguna de éstas es el enemigo a destruir; el problema radica en su subordinación a las relaciones sociales de producción capitalistas. En ese sentido, no se trata de desmantelar las ciudades y las fábricas, sino de apropiárnoslas, hacerlas comunes sin intención alguna usarlas como medios para la valorización del valor; dinamitar los cercamientos que nos privan de participar directamente en el proceso de reproducción de la vida.
Lo cierto es que lo común se encuentra bajo asedio, que el derecho a existir con dignidad nos está siendo continuamente cercado y, por ende, sentimos cómo es que el mundo se va haciendo más estrecho y limitado. La expansión de las relaciones capitalistas resquebraja la vida y la subsume por medio de la violencia. A veces se siente que no hay escapatoria. Esa es la tragedia característica de nuestra época. Sin embargo, resistimos. La última palabra no ha sido dicha y de entre las grietas surgen revueltas de muchos tamaños y formas. Seguimos buscando la manera de cuidar y hacer lo común, de reproducir comunitariamente nuestras vidas, de defender los tejidos de interdependencia. No como mera repetición automatizada, sino como devenir creativo e imaginativo.
Lo común no es exclusivo del campo, porque la reproducción social de nuestras vidas en este momento histórico concreto requiere y produce múltiples valores de uso. No sólo se juega en el ámbito agrario. La superación de las relaciones de producción capitalista no quiere decir que debamos volver a las prácticas exactas del pasado y vivamos utopías rurales. Más bien consiste en la recuperación y ejercicio de lo político, esa fuerza vital transformadora, para configurar nuestra existencia de manera autónoma, así como del reconocimiento de las relaciones de interdependencia y el cuidado de lo común. Lxs comunes estamos aquí y ahora, por todo el mundo. De nuestras luchas depende el tiempo que está por venir. Sea participando en asambleas vecinales, movilizándonos en apoyo de otrxs, peleando por el agua y la tierra, saboteando la gentrificación, realizando labores de cuidados, haciendo investigación y periodismo sobre problemas actuales, exigiendo mejores condiciones de vida, marchando por causas que van más allá de nosotrxs. Son lxs trabajadorxs asalariadxs uniéndose en contra del patrón, lxs trabajadorxs sexuales cuidándose entre ellxs, lxs estudiantes, las colectivas feministas, lxs organizadorxs de La Tianguis, lxs compas de la Casa de los Pueblos, quienes se organizan en su colonia para hacerla un espacio seguro, el pueblo de Xoco. Y un enorme etcétera. Incluso, me atrevo a decir, lxs comunes también emergen cuando nos reunimos entre amigxs para hablar, escucharnos, acompañarnos y querernos. Así fue como terminamos la jornada de actividades después del Festi-Común. Entre cervezas y risas, hablando de Marx, memes y otros mundos posibles. En esos momentos simples y cotidianos también se encuentra la vindicación de una vida digna. El ejercicio de lo que por un instante se sintió lejano y ajeno. Sí, en común.
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