El Pride, que se celebra el 28 de junio, siempre se ha centrado en la acción colectiva por la justicia. La determinación de las comunidades LGBTIQ+ y de sus aliados para garantizar la inclusión de todas las personas ha sido fundamental para los avances logrados en las últimas décadas en materia de derechos humanos y salud pública
Por Winnie Byanyima* / IPS
Los acontecimientos del mes del Orgullo Gay de este año están mostrando al mundo el poder de la inclusión. Solo insistiendo en la aceptación y rechazando la criminalización, la discriminación y la estigmatización podremos garantizar un futuro más justo y seguro para todos. Todos estamos invitados a ser aliados.
El Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+ siempre ha sido tanto una protesta y conmemoración como una celebración. Los primeros manifestantes de Nueva York, hace más de 50 años, entendieron el Pride (la sigla en inglés por el que también se le conoce), como una forma de rechazar la vergüenza que otros trataban de imponerles y de honrar la memoria de las personas que habían sido maltratadas y difamadas.
Para ellos, el desafío y la alegría no eran opuestos; su alegría era el desafío. La comunidad LGBTIQ+ se ha negado a aceptar la subyugación y se ha solidarizado con todas las personas marginadas.
El Pride, que se celebra el 28 de junio, siempre se ha centrado en la acción colectiva por la justicia. La determinación de las comunidades LGBITQ+ y de sus aliados para garantizar la inclusión de todas las personas ha sido fundamental para los avances logrados en las últimas décadas en materia de derechos humanos y salud pública.
No es una coincidencia que fueran las redes de activistas homosexuales creadas a finales de la década de los años 60 las pioneras de la respuesta comunitaria al VIH al inicio de la pandemia de sida en la década de los 80.
Ayudaron a mitigar la propagación y el impacto del virus proporcionando información entre iguales sobre el VIH y ofreciendo atención y apoyo en un momento en que nadie más estaba dispuesto a hacerlo.
Se asociaron para defender a todas las minorías de la discriminación y la violencia, y organizaron campañas para acabar con las leyes y actitudes que violan los derechos humanos y obstaculizan el acceso de las personas a los servicios.
A medida que se ampliaban las innovaciones en el tratamiento y la prevención del VIH, fueron los grupos encabezados por activistas Lgbtiq+, como ACT UP, en Estados Unidos, y la Campaña de Acción en favor del Tratamiento, en Sudáfrica, los que impulsaron las campañas para acabar con el monopolio de la producción de medicamentos, de modo que todos los que necesitaran medicinas para tratar y prevenir el VIH pudieran acceder a ellas.
Es mucho lo que se ha ganado. Al comienzo de la pandemia de sida, la mayoría de los países criminalizaban a las personas LGBTIQ+, pero hoy más de dos tercios de los países no las criminalizan. Solo desde 2019, Botsuana, Gabón, Angola, Bután, Antigua y Barbuda, Barbados, Singapur, San Cristóbal y Nieves, Islas Cook, Mauricio y Dominica han derogado leyes que criminalizaban a las personas LGBTIQ+.
Pero los avances logrados están en peligro. Las personas LGBTIQ+ son objeto de ataques, y junto a los ataques a las comunidades LGBTIQ+ se producen ataques a los derechos de las mujeres y las niñas, a los migrantes y a las minorías étnicas y religiosas.
Los dirigentes, temerosos de su estatus y su poder, azuzan el odio contra las minorías para desviar la atención de los problemas económicos y políticos. Impulsan leyes draconianas y permiten que los vigilantes parapoliciales sigan su violencia verbal con violencia física.
Mientras tanto, en un momento en que la solidaridad con los defensores de los derechos humanos es vital y urgente, el apoyo financiero a las organizaciones de la sociedad civil disminuye a medida que los países donantes recortan sus presupuestos.
Nos encontramos en un momento bisagra, en una encrucijada: el fin del sida como amenaza para la salud pública es realizable en esta década, pero los avances están en peligro; podemos ganar la batalla por los derechos humanos para todos, pero sólo si nos unimos para luchar por ello.
Nuestro futuro colectivo dependerá de lo que hagamos ahora. La valentía y la urgencia en apoyo de los derechos humanos de todos es esencial para proteger la salud de todos.
Son las personas que se encuentran en las intersecciones más difíciles de la injusticia las que están liderando el camino. Pero no pueden conseguirlo solas; necesitan aliados no sólo a su lado, sino a su lado. El estigma mata; la solidaridad salva vidas.
Las Naciones Unidas lo tienen claro: siéntete orgulloso de ser quien eres, y siéntete orgulloso de ser un aliado de los derechos humanos de todos.
*Winnie Byanyima es directora ejecutiva de Onusida y secretaria general adjunta de las Naciones Unidas.
Este artículo fue publicado inicialmente en IPS. Aquí puedes consultar la versión original.
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