23 abril, 2024
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha concentrado su acción ambiental en unas muy pocas cosas, dejando la política ambiental para otros sexenios, aunque la crisis en la materia la tengamos ya encima. Esto es una irresponsabilidad y una deserción que no puede tolerarse
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
Muchísimas de las cosas que ha hecho el ser humano tardan mucho tiempo en degradarse. Las latas de aluminio tardan un siglo en desintegrarse y reincoporarse mal que bien a la naturaleza. Los plásticos toman más de quinientos años, y entre tanto van rompiéndose en partículas cada vez más pequeñas y más peligrosas. Hay otros contaminantes que no es que tarden mucho: simplemente nunca se degradan, y mientras tanto van dañando nuestra salud y la de toda la vida sobre la tierra. Son los llamados “contaminantes eternos”, conocidos como PFAS por las siglas de su composición química básica, y en México —a diferencia de otros países— no estamos ni cerca de tener una regulación al respecto, aunque es urgente.
Lo malo de los PFAS es que son extremadamente útiles, y lo que los hace útiles es también lo que los hace tan dañinos y persistentes. Están vertebrados por enlaces de carbono y flúor que son muy difíciles de romper, y eso es en parte lo que los hace buenísimos para envases o utensilios que deban ser resistentes al agua, al aceite, al calor, como los sartenes, por ejemplo. Eso es también lo que los hace imposibles de degradarse al exponerse a la naturaleza.
Para colmo de males, estos contaminantes pueden migrar de un entorno a otro con enorme facilidad. Se desplazan con el agua de los ríos y flotan en el viento. Caen con la lluvia y se alzan con el vapor. El agua que llueve sobre la Antártida tiene PFAS, igual que la que moja las partes más hondas de los océanos. Un estudio reciente publicado en la revista Nature Geoscience mostró que lo que sabemos ya es grave, pero la realidad parece ser mucho peor: todo indica que los resultados de los monitoreos subestiman el problema.
En un primer momento y por años después de que empezaron a usarse en la industria se creyó que precisamente por ser indestructibles no tendrían efectos de salud. Hoy, sin embargo, se los asocia con ciertos cánceres, problemas cardiacos y complicaciones en el embarazo y el parto. También tienen impactos muy negativos en la salud de bebés y de niños.
En Europa se han adoptado ya normas para reducir la exposición de la población a estos químicos, y lo mismo en Estados Unidos, donde la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) acaba de emitir legislación al respecto. En México, sin embargo, el tema se ha dejado para después, exponiéndonos a todos a los males de estos químicos por varios años más de lo necesario.
Lo peor del caso mexicano es que el país había avanzado ya un poco en la dirección correcta. El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático publicó un primer análisis en 2017 sobre el tema en el que planteaba varios pasos para sacar de circulación los productos contaminados, impedir su importación y limitar la exposición de la población a ellos. Ese mismo año la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte (un organismo trinacional vinculado a los tratados de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá) hizo varios análisis en la región y preparó el terreno para avanzar a una regulación conjunta.
Después de eso, sin embargo, no ha habido pasos en la materia. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha concentrado su acción ambiental en unas muy pocas cosas, dejando la política ambiental para otros sexenios, aunque la crisis en la materia la tengamos ya encima. Esto es una irresponsabilidad y una deserción que no puede tolerarse.
El gobierno está para gobernar, no para ocuparse nada más de unos pocos encargos. Esperemos que el sexenio que viene las cosas sean distintas.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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