Hay que construir una nueva relación de la Ciudad de México con los murciélagos, y para usar su abundancia como indicador de éxito. Después de todo, muchos de los factores que les hacen daño también nos dañan a nosotros: el exceso de luz por las noches, de ruido, de calor. Salvar a los murciélagos también es salvarnos a nosotros
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
El Bosque de Chapultepec rendirá homenaje a una de las criaturas más incomprendidas del país y de la ciudad: a los murciélagos. Con ello ayudará no solamente a que los chilangos sepamos más de este orden fascinante, sino que también sentará las bases para cambiar nuestra relación con ellos, tan vilipendiados pero tan importantes.
Los murciélagos parecerían tenerlo todo para entrar a nuestras historias de terror. Son esencialmente nocturnos, y a lo sumo salen en esos momentos del día en que reina la media luz. No son especialmente lindos de cara y tienen ojos pequeños —por alguna razón, a los seres humanos nos gustan los ojos grandes—, y para colmo de males tienen un sistema inmune portentoso que hace que se enfermen poco, pero que transmitan muchas enfermedades. Así, misterio, fealdad y contagios los han hecho blanco de la desconfianza de sociedades por todo el orbe.
A pesar de esta mala imagen, los murciélagos son fundamentales para todas las áreas de la vida humana, desde la agricultura hasta el control de plagas y el disfrute de la belleza. Son polinizadores de un montón de plantas, y específicamente muchas variedades de agave de las que se obtiene mezcal dependen de estos mamíferos voladores para su desarrollo. Los murciélagos insectívoros son clave para mantener a raya las poblaciones de bichos perniciosos. Son, además, fascinantes en su diversidad de tamaños, hábitos y relaciones con otras especies naturales.
Contra lo que se podría pensar no sólo viven verca de la Ciudad de México, sino que la habitan y animan sus noches. Entre pedregales, bosques, edificios y cuevas, en la capital mexicana habitan 23 especies distintas de estos quirópteros —ése es su nombre científico—, y el sistema Naturalista de ciencia ciudadana reporta avistamientos desde la colonia Portales hasta la San Rafael, y de Buenavista a Iztapalapa.
Por su vulnerabilidad a muchos de los factores urbanos de contaminación, como el ruido, la luz o las temperaturas, son un indicador del éxito o fracaso en estos sentidos. El exceso de luz en la ciudad los entorpece e impide distinguir adecuadamente lo que ocurre a su alrededor. El ruido persistente, por otra parte, rinde inútil el sonar biológico que poseen y que les permite navegar la noche. El calor, por si todo lo demás fuera poco, los afecta muchísimo, pues sus cuerpos —al menos los de las especies que habitan en la cuenca de México— están adaptados a las noches frescas, no a los calores que padecemos desde hace ya muchos, muchos meses.
Valdría la pena aprovechar el impulso del Festival del Bosque de Chapultepec para construir una nueva relación de la Ciudad de México con ellos, y para usar su abundancia como indicador de éxito. Después de todo, muchos de los factores que les hacen daño a los murciélagos también nos dañan a nosotros: el exceso de luz por las noches es un tiradero de energía y afecta nuestro sueño y nuestra salud. El ruido nos hace difícil aprender, pensar y convivir y convierte la ciudad en un espacio agreste, que aturde más que arropa. Las islas de calor, por su parte, hacen imposible usar el espacio público para encontrarse y para vivir en conjunto.
¿Y si de esta edición del festival saliera un esfuerzo por evaluar con certeza la salud de sus poblaciones, establecer sistemas de monitoreo y hacer la ciudad más amable para ellos y para todas nosotras?
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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