Texto: Eduardo Sierra
Imágenes: María Ruiz y Ximena Natera
Lo acercado a lo interno
en la vida de la vida
como perpetuidades de un instante
inmaculada en la desocupación
de un espacio
donde me encuentro y
aliento al cuerpo
ausente de sí mismo.
Procesiones
y alabanzas sin gesto:
la coartada del responsable
de su propia conciencia
imitando el espejismo
de lo externo.
La figura se nombra
y del eco regresa
un pulso que percibe el corazón
de sí mismo, de los otros todos
en este enjambre de mariposas
que constituyen la fuerza
que cobija las páginas
de esto acercado a lo interno,
ausente de sí mismo.
Se ausenta como posibilidad la
permutación de la realidad
particular en el momento previo al sueño,
cuando los anhelos son fervor.
El suministro de vibraciones permea
y la calma nos sacude.
Toda pintura prefigurada en las mentes
como acción. Toda acción que silencia
lo sabio de mi renovada
vejez.
El verbo y la carne.
Rezo desde el presente que me antecede,
este extremo de enredadera no olvida la forma
de sus raíces.
Una secuencia de sincronías
que empuja contra la membrana de lo autoproclamado
paciencia, aquí,
en la eternidad de los vaivenes
del amor por el amor.
El romance persiguiendo viento y los
dioses aludidos se encogen debajo de las
rocas. Surge nuestra música en las regiones
desoladas y el Universo se convierte en eco.
Todo el tiempo fiesta, todo el tiempo serenata,
simula lo pasivo el accionar de lo mundano
salvo en la cólera cuántica de nuestra
permanente unión. No se separa la visión de La Luz.
Es menor la tempestad de lo que conjunta
el agua y el fuego en el rocío que traza
el mapa de tu cuerpo. Todos los bordes
derraman, y no hay tropiezo para el eco.
Somos enclave en lo frenético, huracán
del ojo sin enfoque,
por donde desfilamos se cierran los abismos
por donde nos abismamos se abren los cielos.
Llega tarde lo portátil
el eco es ya ritual de exuberancia en esta
senda que moldeamos con destreza.
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