3 febrero, 2024
La Universidad Nacional Autónoma de México resguarda la más importante colección de equinodermos de Latinoamérica. Lleva el nombre de la bióloga María Elena Caso Muñoz y en sus estantes reposan ejemplares únicos, cuyo estudio ha permitido conocer más sobre estos fantásticos animales
Texto: Andrés Felipe Uribe / Mongabay Latam
Foto: Francisco Solís y Andrea Caballero
QUINTANA ROO. -La isla de Cozumel, ubicada al oriente de la Península de Yucatán en México, es el hogar de una estrella de mar que tiene un nombre científico peculiar: Copidaster cavernicola. Su piel es de tonalidad rojiza y sus cinco largos brazos se hacen estrechos hasta terminar en forma de punta. A diferencia de otras estrellas de mar, esta especie, descrita por la ciencia en 2010, no habita en el océano. Sólo se le puede hallar en un cenote llamado El Aerolito, una gran cueva que posee agua de mar en su profundidad y agua dulce en su superficie.
La Copidaster cavernicola es una especie endémica y uno de los ejemplares más curiosos que forman parte de la Colección Nacional de Equinodermos María Elena Caso Muñoz que resguarda la Universidad Autónoma de México (UNAM), y considerada la más importante de su tipo en Latinoamérica, no sólo por resguardar más de 120 mil ejemplares, sino por la cantidad de publicaciones científicas que ha generado. “Tenemos más de 350 trabajos publicados, entre ellos tratados exclusivos de los equinodermos de México”, dice Francisco Solis, taxónomo y curador de la colección.
Los equinodermos son un grupo de invertebrados marinos caracterizados por tener esqueleto interno, o endoesqueleto, que está hecho de carbonato de calcio. También comparten un sistema vascular acuífero que, entre otras cosas, les ayuda en la locomoción; son como si fuera una especie de globo elástico que al apretarle algún lado, la presión se desplaza hacia el otro. De esta manera, pueden moverse, respirar, comer y realizar otras actividades. Hasta ahora, los científicos han identificado a más de 7 mil especies vivientes de equinodermos.
En la colección que se encuentra en el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM es posible encontrar más de 800 especies de las cuales el 94 % son mexicanas. Entre ellas está el Heterocentratus mammillatus, un erizo de mar de un color rojo intenso y con unas puntas gruesas y romas. Cuando sus espinas chocan entre ellas producen un sonido que recuerda al vidrio o la porcelana. También hay ejemplares con más de cien años de haber sido recolectados. O especies que solo se han observado una vez en la vida y que son consultadas por diferentes investigadores de todo el mundo.
Los equinodermos se dividen en ciclo clases: lirios de mar (Crinoidea), estrellas (Asteroidea), ofiuras (Ophiuroidea), pepinos (Holothuroidea) y erizos (Echinoidea). Estos organismos son 100 % marinos y viven en todos los océanos Algunos habitan en ambientes extremos que los han llevado a adoptar figuras y modos de vida únicos para sobrevivir. Otros dominan ciertos territorios. Por ejemplo, en las zonas profundas, a más de 4 mil metros bajo el mar, los pepinos de mar representan al 90 % de las especies ahí presentes.
“Hemos logrado entender bien su evolución gracias a la gran cantidad de registros fósiles (de este grupo) que se han encontrado. Podemos ver, sobre todo en los erizos, como fueron cambiando hasta llegar a las formas actuales. Estamos llegando a cerca de 15 mil especies fósiles descritas. Una cifra que resalta su importancia para este campo”, afirma Solís.
Estos animales son piezas claves para la vida en el océano. Las estrellas de mar, por ejemplo, son depredadores muy activos y feroces que regulan las poblaciones de invertebrados bentónicos como los moluscos. Mientras que los erizos son herbívoros y controlan las coberturas de algas. Además, todos los equinodermos taladran rocas y crean túneles que transforman las estructuras marinas, por ello se les llega a llamar “los arquitectos del mar”.
“Son un grupo muy abundante, quiere decir que hay muchísimos y de distintas formas, así que juegan un rol ecológico vital. Esto también se refleja en nuestra cotidianidad, si vemos alguna publicidad en la que sale el mar encontramos una estrella marina. Los equinodermos son un grupo muy taquillero”, dice Carlos Andrés Conejero, docente e investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM.
La importancia de los equinodermos también la resalta Francisco Solís, para quien la evolución del mar no se puede entender sin este grupo. “Es una relación directa, ellos necesitan del mar como el mar necesita de ellos”. Y como ejemplo menciona una de las funciones por las que son considerados biomodificadores: “Los pepinos de mar mueven día y noche la arena. Algunos se la comen y al expulsarla modifican su consistencia, así la arena obtiene más oxígeno y es más rica en nutrientes para que otros animales puedan comerla”.
Además, los pepinos de mar cuando orinan ayudan a modificar el pH del agua evitando que se haga más ácida. Esa función, que en la actualidad se está investigando, ayuda a controlar la temperatura del mar.
“Es increíble la belleza e importancia de estos animales. Hay imágenes, sonidos y vivencias únicas que se obtienen cuando uno está buceando a su lado”, describe Andrea Alejandra Caballero, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias de la UNAM, que tiene a este grupo como protagonista en sus estudios de doctorado. Ella es una de las tantas investigadoras que recurren cotidianamente a la Colección Nacional de Equinodermos, cuya existencia comenzó gracias al trabajo de una mujer: la científica María Elena Caso Muñoz.
La Colección Nacional de Equinodermos tiene 84 años de existencia y fue creada por la taxónoma María Elena Caso Muñoz, quien a sus 24 años comenzó a recolectar especímenes en sus trabajos de campo en las costas mexicanas. Ella fue una de las pioneras en el estudio de los equinodermos en México.
“Algo muy curioso es que no sabía bucear. Era el México de los cuarenta, un país sexista en el que la mujer podía ser secretaria, enfermera o ama de casa”, relata Francisco Solís. Sin embargo, la doctora María Elena Caso creció en una familia de intelectuales que la apoyaron; su padre fue el filósofo Antonio Caso y su hermano, el arqueólogo Alfonso Caso. Ella estudió biología y pudo ir al campo a recoger estrellas y otros organismos que encontraba. Dedicó toda su vida a la colección y a los equinodermos.
En los años ochenta, la UNAM adquirió sus buques oceanográficos: Puma, el barco que está ubicado en el Pacífico, y el Justo Sierra, que se encuentra en el Golfo de México. Estas dos embarcaciones aumentaron el número y diversidad de ejemplares que se sumaron a la colección, sobre todo porque se pudo investigar la fauna que se encuentra en la profundidad de los océanos. Por ejemplo, se obtuvieron organismos que habitan en zonas que están desde los 600 hasta los 2 mil metros de profundidad.
En la actualidad, la colección se alimenta gracias a las investigaciones que se realizan en estos dos barcos y a los trabajos de campo de diversos científicos.
La colección recibe en promedio 5 mil ejemplares al año y gracias al trabajo que se realiza en torno a ella se han logrado describir 50 especies para México; además, en sus estantes hay alrededor de 120 organismos tipo, es decir ejemplares que se utilizan para la descripción de nuevas especies. Uno de los retos actuales que tiene la colección es la falta de espacio.
La colección está dividida en dos secciones. En la primera se encuentran los laboratorios con sus mesas, microscopios y demás elementos para la investigación. En la otra está la colección en sí, que a su vez se divide en dos: una para el material seco y otra para el húmedo. “En la primera hay gavetas o cajones que van hasta el techo. En ellas están los ejemplares, cada uno con su respectiva etiqueta y están ordenados por su importancia evolutiva. Allí hay tres de las cinco clases de equinodermos. El 50 % son estrellas de mar, y el restante son lirios de mar y los ofiuras”, describe Conejeros.
En la sección húmeda, hay repisas de metal en las que descansan frascos con alcohol. La mitad de esta sección la ocupan los pepinos de mar que, por su morfología, no se pueden preservar en seco. Los lirios del mar ocupan menos espacio, también hay estrellas, erizos y ofiuras.
En los estantes de la colección hay una gran cantidad de especies que esperan ser descritas y eso, en parte, es por la falta de especialistas en taxonomía. Cada día se preparan menos taxónomos, según Solís, porque hay pocas posibilidades de trabajo. “Somos una especie en peligro de extinción y desgraciadamente no se nos está contratando ni en los países desarrollados. Sin taxónomos nos estamos encaminando hacia una sociedad que no conoce su biodiversidad”.
La colección ha sido la escuela de distintos investigadores mexicanos y latinoamericanos. Carlos Andrés Conejeros es uno de ellos; durante sus estudios de licenciatura y maestría investigó ejemplares que están resguardados allí y así logró actualizar la lista de equinodermos de las costas de Michoacán con un total de 78 especies, varias de ellas son nuevas descripciones para este estado. También trabajó con erizos de profundidad y actualmente realiza su tesis doctoral con erizos planos o galletas de mar. También ha participado en la descripción de especies para Costa Rica, Nicaragua y Hawaii.
“La colección ha sido fuente de toda esa información. Para mi tesis de licenciatura, hubo colectas de campo, pero yo trabajé con el material que está depositado allí. De hecho, ese es uno de sus grandes valores: es una colección muy antigua, tiene un reserva de material biológico que data desde los años 1800 y 1900. Es como tener una mina de trabajo, solo depende de dónde le rasques y del tipo de proyecto”, dice el investigador.
Andrea Alejandra Caballero ha podido enfocarse en la biogeografía, el estudio de los patrones de distribución de los organismos en tiempo y espacios en largos periodos. La gran variedad de ejemplares que reposan en la Colección Nacional de Equinodermos es vital para este trabajo.
“Gracias a la colección podemos decir que los equinodermos que se distribuyen en México tienen principalmente un patrón de distribución tropical. Eso significa que viven en aguas más calientes”, resalta Caballero.
En su trabajo de doctorado que actualmente realiza, la investigadora ha identificado áreas de endemismo, es decir zonas de distribución restringida donde se pueden encontrar especies únicas en el mundo y que podrían ser áreas futuras de conservación, debido a la gran riqueza natural que hay en ellas. En especial, destaca el Golfo de California como posible centro de diversificación.
“Las colecciones son súper importantes, porque son las bibliotecas de la naturaleza y de la biodiversidad… En las colecciones naturales podemos ir y mirar los ejemplares para ver su información y con esto poder conocer más de lo que pasa en el planeta”, resalta el curador Francisco Solis.
Giomar Borrero era estudiante de biología en la Universidad Jorge Toledo Lozano, en Colombia, cuando se interesó por los equinodermos. Comenzó a conocer sobre ellos de manera autodidacta, puesto que en su país no había tanta información sobre estos organismos. En 1999, viajó a México para conocer la colección de la UNAM y tener más datos sobre este grupo de animales.
“Durante tres meses hice un curso de taxonomía de equinodermos con Francisco Solis. El curso estaba fundamentado en la colección nacional, se utilizaban los ejemplares que tenía para la identificación de las especies; era como tener una biblioteca en la cuál uno iba viendo las características. Luego regresé a Colombia, culminé mi tesis de pregrado sobre equinodermos y a partir de ahí centré mi vida laboral en este grupo”, explica Borrero, investigadora independiente y quién dirigió el Museo de Historia Natural Marina de Colombia, del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras José Benito Vives de Andréis (Invemar).
“A partir del curso y la visita a la colección, tuve la posibilidad de empezar a trabajar con equinodermos, porque no había prácticamente nadie y actualmente tampoco hay mucha gente trabajando en Colombia con estos animales. Ese aprendizaje me sirvió un montón, porque desde ahí empezamos a consolidar la colección de equinodermos del Museo y aprendimos cómo preservar, organizar y mantener los ejemplares para que perduren”, afirma la investigadora.
Al igual que ella, investigadores de países como El Salvador, Costa Rica e incluso Estados Unidos y Japón han logrado desarrollar sus trabajos gracias a la Colección Nacional de Equinodermos, un lugar que es referente mundial para la investigación de los arquitectos del mar.
Este trabajo fue publicado inicialmente en MONGABAY LATAM. Aquí puedes consultar la publicación original.
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