Las emergencias ambientales no se acaban hasta que no se han recuperado las condiciones ambientales anteriores al desastre. Si no se actúa en consecuencia, el riesgo es volver entornos golpeados en lugares simplemente inhabitables
Por Eugenio Fernández Vázquez X: @eugeniofv
Lo malo que tienen las emergencias es que nunca terminan de acabarse. Ni la pandemia de covid 19 nos deja en paz, ni aparecen los desaparecidos, ni los estragos del huracán Otis se quedan en el pasado. Una buza y un grupo de ambientalistas han denunciado que el peor de los escenarios es el que se está dando en Acapulco: ni la reconstrucción será la semilla de una nueva lógica en la relación del puerto con el mar, ni se ha tomado la emergencia ambiental con la urgencia necesaria: los barcos hundidos vierten combustible sin cesar al agua y la basura sigue bloqueando los esteros.
El huracán Otis tomó a todo mundo por sorpresa y es el primero de una nueva era en los fenómenos como él. Nunca antes se había visto un huracán pasar tan rápido de tormenta tropical a la más poderosa de las categorías que se tienen. La devastación que provocó —por la fuerza con la que golpeó al puerto de Acapulco y a la Montaña y por encontrar a todo mundo desprevenido— fue por tanto bestial. Ese impacto no se limitó a lo que hay en tierra, sino que también destruyó lo que estaba en el agua, empezando por los barcos.
En su momento se habló de más de seiscientas embarcaciones turísticas o de recreo que habían desaparecido, y tres semanas después del paso del huracán apenas se había recuperado un diez por ciento de ellas. Esto no solamente es grave porque quizá en su interior están los cuerpos de marineros desaparecidos en la tragedia, sino también porque esas embarcaciones que están ya en el lecho marino contaminan muchísimo.
Por un lado, las naves están llenas de plásticos y objetos que, al irse rompiendo con el paso del tiempo, se convertirán en basura imposible de controlar, entrando a las cadenas alimenticias, secretando sustancias venenosas, destruyendo el ecosistema costero, ya de por sí muy afectado. Por otra parte, esas naves estaban cargadas de combustible y otras sustancias que se están escapando poco a poco al mar.
En declaraciones a agencias de prensa la buza Mariana López explicó que en visitas que ha hecho a sitios donde se pueden ver todavía varios barcos hundidos es evidente un “flujo tornasol” que sale de ellos y se dispersa por el agua. Se trata de aceites, combustibles, químicos de todo tipo que nadie está controlando. La situación es, por tanto, muy grave.
Las consecuencias de no actuar para ponerle remedio son terribles. Si no se actúa con rapidez las aguas del puerto podrían volverse tóxicas y quedarse en esa condición por mucho tiempo, además de que remediar algo es mucho más difícil que evitar el daño.
Así como se debe actuar en la Montaña y en los cerros alrededor de Acapulco para lidiar con la catástrofe forestal, removiendo el arbolado derribado para impedir incendios y garantizando que las áreas boscosas seguirán siendo eso, y no potreros ni asentamientos humanos, se tiene que intervenir ya en las aguas afectadas por los barcos hundidos.
Las emergencias ambientales no se acaban hasta que no se han recuperado las condiciones ambientales anteriores al desastre. Si no se actúa en consecuencia, el riesgo es volver entornos golpeados en lugares simplemente inhabitables.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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