México debe apostar por la transformación de sus entornos urbanos para reconciliarlos con la biodiversidad. Apostar por la infraestructura verde y azul, por el transporte público y por una descentralización de sus economías, haciéndole la vida fácil a las microempresas y no a los gigantes, sería clave para lograrlo
Por Eugenio Fernández Vázquez
Una de las cosas más sorprendentes de los debates sobre impactos ambientales en lo que va del sexenio —desde la posición ante el cambio climático hasta los costos del Tren Maya— es que el común de los comentaristas y, a lo que se ve, el grueso de la población, parece pensar que todavía podemos darnos el lujo de dañar el medio ambiente y salirnos con la nuestra. Este año, tan terrible en lo ambiental por el huracán Otis que destrozó Acapulco, la deforestación que avanza a pasos agigantados, las temperaturas tan brutales, debería de bastar para ilustrar hasta qué grado el desastre nos alcanzó. Por si eso no bastara, hay toda una serie de análisis a nivel local que muestran cómo se deteriora nuestro entorno. Uno de los más recientes es el que elaboraron Alberto Sánchez y Adriana Gómez León sobre la contaminación en la ensenada de La Paz, en Baja California Sur.
El estudio de Sánchez y Gómez León, publicado en línea esta semana en Environmental Research —una de las revistas arbitradas más relevantes en materia de ciencias ambientales— halló que las condiciones de la laguna de La Paz se deterioran desde hace décadas y que gran parte de su deterioro se debe a los efectos del crecimiento urbano. Muy notablemente, señalan, las descargas del drenaje suponen un problema muy grave.
Lo que señalan los dos científicos debería de tomarse como una señal de alerta para la población de la ciudad en el Golfo de California y para quienes viven de la biodiversidad en esa región tan importante para la pesca y el turismo. Las ensenadas son sitios de reproducción de especies y fuentes de empleo importantes. Además de ello, brindan importantes servicios ambientales a todos, sean vecinos del ecosistema o vivan a miles de kilómetros. Dañar la ensenada, en cambio, no beneficia a nadie.
Por otra parte, esos niveles de contaminación ilustran la gravedad del mal manejo de aguas que priva en el país. En una ciudad con poco acceso al agua dulce —como será, por lo demás, el caso de todas las ciudades del país de Oaxaca para arriba en unos pocos años— es terrible que no se estén controlando ni tratando adecuadamente los drenajes de la ciudad.
A la luz de éste y otros desastres ambientales ya conocidos en lo urbano —la contaminación en las ciudades del Bajío, la falta de agua en Monterrey y la Ciudad de México, la prevalencia de islas de calor que hacen que la vida sea imposible en Guadalajara, Hermosillo, Mérida— urge responder con imaginación, compromiso y con una nueva visión sobre nuestra forma de habitar el mundo.
México debe apostar por la transformación de sus entornos urbanos para reconciliarlos con la biodiversidad. Obviamente, es imposible recuperar lo perdido: la ciudad de México no volverá a ser un simple manchón de tierra en una cuenca lacustre, por ejemplo. Lo que sí se puede hacer es reverdecer las ciudades y hacerlas más amables para sus habitantes y más hospitalarias para las demás especies con las que compartimos el mundo. Apostar por la infraestructura verde y azul, por el transporte público y por una descentralización de sus economías, haciéndole la vida fácil a las microempresas y no a los gigantes, sería clave para lograrlo.
Es tarea de todos empezar a imaginar de otra forma nuestras ciudades, traduciendo en planes y propuestas un conjunto de valores guía. Entre las aspiraciones más importantes sobresale hacer ciudades que se nutran de la naturaleza, en lugar de expulsarla; con dinámicas económicas y sociales del tamaño de los ciudadanos y no de los capitales; que puedan adaptarse a un clima cada vez más agreste y que contribuyan a recuperar condiciones mejores.
Sólo así podremos tener un futuro. Conservar y recuperar ecosistemas como la ensenada de La Paz no es un lujo: es la clave para poder seguir viviendo en la ciudad. Al mismo tiempo, vivir de otra forma en las ciudades es clave no solamente para recuperar los ecosistemas que las envuelven, sino para hacerlas habitables y democráticas.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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