Matar a una mascota o a un animal de compañía, implica un elevado grado de crueldad y tortura para quienes le proveen amor y cuidado
El domingo 21 de julio dos hombres desconocidos allanaron el domicilio de la periodista Lydia Cacho en Puerto Morelos, Quintana Roo. Robaron equipo y material periodístico de contenido sensible: tres cámaras fotográficas, varias tarjetas de memoria, una computadora portátil y diez discos duros con información relevante sobre casos de pederastia.
En el comunicado de la organización Artículo 19, que lanzó una alerta para informar del caso, se hace mención del crimen contra dos animales: “mataron una perra que protegía la casa (no precisa cómo) y a otra la envenenaron”.
Dos días después, Lydia Cacho publicó un video para refrendar la libertad de investigar y ejercer el periodismo, además de agradecer la solidaridad nacional e internacional. En su mensaje, la periodista dedica un momento especial a las perras que defendían su integridad y su seguridad.
Aunque en la mayoría de las notas periodísticas que refirieron el hecho el ángulo se enfocó –por supuesto– a la agresión contra la periodista, es notable que haya agradecido el cuidado de sus animales.
En la planeación y ejecución de las agresiones contra periodistas es claro que, además de amenazar, perseguir y –en algunos casos– asesinar, lo que buscan los perpetradores es dañar la integridad física y emocional de los periodistas y sus seres queridos: su entorno, su comunidad, sus afectos. Familias separadas, desplazamiento forzado y afectaciones emocionales son algunas de las consecuencias visibles.
¿Qué significa matar a un animal en este contexto? Entre los métodos de tortura psicológica está romper, destruir o desaparecer objetos personales y torturar y/o matar animales que son parte de una familia o una comunidad.
Para Lydia Cacho, las perras eran sus compañeras, había un vínculo emocional, los perpetradores lo sabían: matar a una mascota o un animal de compañía, implica un elevado grado de crueldad y tortura para quienes le proveen amor y cuidado.
El siglo veintiuno es la era de los nuevos discursos sobre la ética y la igualdad. El especismo es un término acuñado en 1970 por el psicólogo inglés Richard D. Ryder. Lo definió como un tipo de discriminación moral basada en la creencia de que el ser humano es superior al resto de los animales.
La discriminación especista es tan habitual que la mayoría de seres humanos no pensamos en cuestionarla, excepto en casos donde el grado de discriminación es extremo.
Los animales no humanos han servido como animales de carga, diversión, vestido, pieles, etc. Los consumimos como alimento, algunos los atormentan y asesinan por diversión, otros los explotan como fuerza de trabajo, y unos más los crían y matan para que partes de su cuerpo sean usadas como vestimenta o cosméticos.
Y aunque hoy día, también es frecuente la crítica a la “humanización” de las mascotas —al tratarles como niños, traerles en carriola o usar aditamentos de bebé para criarlos—, también es cierto que ha surgido una corriente filosófica que replantea su ser y estar en el mundo.
El siglo veintiuno trajo consigo uno de los discursos más poderosos sobre la visibilidad de otras especies y la importancia de reconocer su lugar en el mundo humano, un lugar distinto.
El reconocimiento de Lydia Cacho sobre el valor de sus perras acompañantes, tienen un peso específico en la narrativa de la visibilidad de las violencias. No es un asunto menor.
Porque estas violencias — las que hoy vivimos en México — son sistemáticas, organizadas y tienen varios fines: como tomar el control de territorios y explotar recursos, personas o grupos sociales. Y para quienes hacen públicos estos hechos el riesgo es alto.
El informe de 2018 de la organización Artículo 19, Ante el silencio ni borrón ni cuenta nueva, reporta 2 mil 502 agresiones contra la prensa en el sexenio de Enrique Peña Nieto, con un 99 por ciento de impunidad en los casos.
Hoy sabemos, por la misma Lydia Cacho, que el Estado mexicano le retiró las medidas cautelares de protección. Justo el primer día en que ya no estuvo la patrulla que vigilaba afuera de su casa, se dio el allanamiento de su domicilio y el asesinato de sus mascotas. El material periodístico que extrajeron implica a hombres de la política, el empresariado y el clero en casos de pederastia.
La decisión del Estado mexicano de quitar la protección a periodistas y defensores de derechos humanos es grave.
Más allá de la evaluación que el Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas realiza en estos momentos en el tema, está la permanente vulnerabilidad de cientos, quizá miles, de personas defensoras de derechos humanos y periodistas que viven y trabajan con un altísimo grado de riesgo en un país donde operan a diario violencias organizadas y sumamente eficientes en su capacidad de destrucción.
Columnas anteriores:
Lo que nos ha dejado el movimiento LGBTTTI
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona