El Mara murió en la calle, la misma donde siempre vivió cuando migró a México desde que era un niño. Estaba solo, pero su pasión: el skateboard, le dio una familia que evitó que fuera a la fosa común, el destino que le depara a todas las personas que mueren en condiciones vulnerables en la Ciudad de México, y que es parte de la crisis forense que vive el país
Texto: Eliana Gillet / Cooperativa de periodismo*
Foto: Ernesto Álvarez
CIUDAD DE MÉXICO. – Hay algo aprendido en el inconsciente colectivo de México, que instintivamente une la gestión forense con la desaparición de una persona. A los amigos de Oslín Tejeda, el Mara, se lo dijeron abiertamente: tienen doce días para sacar su cadáver del Instituto de ciencias forenses, antes que sea enviado a la fosa común.
En realidad, eran quince días, porque los primeros tres los ocupó la policía de investigación para buscar por su lado una respuesta a su muerte. Nada más. También les dijeron en el Ministerio Público que requerían de un familiar directo para entregar el cuerpo del amigo. Pero el Mara había crecido como el skatepark de San Cosme, el mismo que le dio cobijo. Creció a la intemperie, bajo un puente y rodeado del ruido de la capital.
La historia de el Mara son un montón de cuentos partidos, pero que dan algunas certezas. Por ejemplo, que llegó de Honduras a los 8 años y se quedó en México. Aunque se movía regularmente fuera de la ciudad, en San Cosme halló su lugar. Hace unos tres años fue atropellado por un automóvil, algo que lo decayó tremendamente, y puede marcarse a posteriori como un detonante de la muerte prematura del deportista, cuando apenas superó los 30 años. Claro que la calle fue el sustrato dónde esta última violencia encarnó: ya no pudo patinar.
Por eso, cuando murió muy pocos lo supieron de inmediato. Uno de ellos fue Adán Belío. Él fue el primero en enterarse de su muerte porque vio a la policía rodeando la esquina de Cedro y San Cosme la mañana del martes 22 de agosto. Una semana más tarde, a él le tocó reconocer el cadáver de su amigo, cuando finalmente lograron sortear la burocracia forense. La tarea no fue fácil.
Tras recibir la negativa del Ministerio Público, Adán y la comunidad del skatepark difundieron públicamente su voluntad de recuperar al Mara, y buscaron vías para conseguirlo.
Durante el viernes 25, juntaron firmas en el skatepark para respaldarse ante la autoridad y probar su legitimidad para encarar el proceso. También juntaron dinero para cubrir los gastos funerarios que esperaban atender. Y preguntaron a todas las personas que pudieron, si alguien conoce a su familia o algún dato sobre su origen.
Sus resultados fueron pocos, pero por suerte apareció Kenya Cuevas.
8 años atrás, apenas unas cuadras más abajo del skatepark, hacia el metro Revolución, la vida de Kenya Cuevas dio su último giro, cuando atestiguó el asesinato de Paola Buenrostro, su amiga. Ese día Kenya se convertiría en una activista contra el olvido al rescatar el cuerpo de su amiga de la fosa común, una experiencia que ocho años más tarde puso sobre la mesa para respaldar a los skaters y decir: se puede.
Kenya gestionó personalmente frente a las instituciones encargadas que le dieran celeridad al caso del Mara, porque mandar el cadáver de una persona que está siendo reclamada a la fosa común, en un país que tiene al menos 52 mil personas sin identificar, debería ser tachado de criminal.
La presión cedió a favor de los skaters, y Adán fue reconocido como responsable del cuerpo del Mara, no sin antes dar unas cuatro vueltas entre el MP de la Alcaldía Cuauhtémoc y el Instituto de Ciencias Forenses de Niños Héroes, en la colonia Doctores.
Pasadas las cinco de la tarde del lunes 28 de agosto, Miguel Ángel Basaldúa, agente del Ministerio Público, llegó personalmente a firmar la liberación del cuerpo. Consultado sobre el motivo que demoró esa firma por una semana, cantinfleó en su respuesta para sostener que no sabía, pero finalmente respondió que esto de entregar un cuerpo a quien no es familiar era algo raro, que por ley no se hacía, porque alguien podría llegar luego y reclamarle por esa entrega. El procedimiento hubiera sido enviarlo a la fosa común, porque nadie más que los skaters estaba procurando una forma de evitarlo, de buscar a su familia, de convertirse en ella.
Fue el skate park lo que los unió. El espacio público dónde el amor pesa y un morro huérfano, seguramente migrante y crecido en la ferocidad de la calle de la Ciudad de México, pudo convertirse en el maestro de los demás. Esos que lo enterraron en el Panteón Tezonco, poniendo stickers en su ataúd y una canción de la banda punk Apatía No. Quienes le ayudaron a dar un último salto mágico, increíble, que permitió al Mara irse forzando los bordes, agrandando lo posible, quebrando la ley.
*Cooperativa de periodismo es una apuesta de Ernesto Álvarez y Eliana Gilet por romper el aislamiento del trabajo freelance. Produce reportajes para medios de comunicación aliados y redes sociales.
Ernesto Álvarez
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