Una vez más, la cifra de estudiantes que aspiran a ingresar a una educación universitaria rompió cifras en el país. Nueve de cada 10 personas que presentaron el examen de ingreso a la UNAM quedaron fuera; el Instituto Politécnico Nacional ni siquiera publica los datos de aceptación. De fondo, los resultados muestran un sistema educativo que reproduce las desigualdades del país
Texto: Arturo Contreras Camero
Foto: Alexis Rojas
CIUDAD DE MÉXICO.- “Cuando vi el resultado me sentí muy decepcionado, porque sentí que no di lo suficiente para poder quedarme en la universidad”, cuenta Juan Carlos Galindo, un joven de 18 años que, como miles de estudiantes, no consiguió cupo en ninguna de las dos instituciones públicas más grandes y longevas del país: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Polítécnico Nacional (IPN).
“Lo que aprendí en el Bachilleres no me sirve, por eso tuve que tomar un curso, pero en el examen había preguntas de temas que en mi vida había escuchado”, dice el joven, afuera de las instalaciones del IPN, adonde acudió este lunes, al llamado del Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior (Maes), en un intento de pelear hasta el último segundo su lugar en la universidad.
Juan Carlos lamenta que de nada sirvió que dedicara todos sus recursos y esfuerzos en estudiar intensamente para las pruebas durante tres meses. “No sé qué me falló”, responde con frustración. “Intenté prepararme, pero no lo logré. De todas formas no me voy a quedar con los brazos cruzados”.
Entre el jueves 27 y el domingo 30, cerca de 300 mil jóvenes que aspiraban a un espacio para estudiar una carrera universitaria en la UNAM y el IPN conocieron los resultados de sus exámenes, realizados en mayo y junio.
En el caso de la UNAM, las cifras de jóvenes que no alcanzaron los puntajes establecidos no distan mucho de las tendencias de los años anteriores: de 10 estudiantes que intentan ingresar, solo 1 lo logró. El motivo, en muchos casos, no fue la falta de conocimientos o preparación de los aspirantes, sino la falta de cupo en las carreras solicitadas, porque la UNAM tiene reservado el acceso de los estudiantes de sus preparatorias, colegios y bachilleres que tienen un pase reglamentado (necesitan mantener un promedio y cursar la educación media en tres años).
El Politécnico, por su parte, no ha hecho públicos los datos de la cantidad de personas aceptadas en cada carrera (en 2022 informó que ingresaron 33 mil de 118 mil aspirantes, lo que representa cerca de 30 por ciento). Tampoco informó sobre los aciertos que cada aspirante obtuvo en el examen.
“Lo que más nos indigna es que los resultados del IPN no exponen puntaje obtenido”, escribe sobre su experiencia Patricia González López, madre de un joven que terminó su bachillerato con promedio de 9,5 y una medalla de bronce en las olimpiadas nacionales de Física en una escuela con sistema CCH incorporada a la UNAM, y aún así, no pudo entrar a estudiar Ingeniería Aeronáutica, en ninguna de las dos instituciones
En la esquina de Avenida de los Maestros y Plan de Aguaprieta, en el antiguo Casco de Santo Tomás, una de las sedes del Politécnico, Juan Carlos, junto a una treintena de estudiantes más escucha la explicación que le brindan desde un micrófono y le da un poco de esperanza.
“Varias universidades se jactan de que han ido aumentado los lugares en sus aulas”, critica un joven de mayor edad que los recién graduados de bachillerato. No miente. A pesar de que las dos universidades más grandes del país han aumentan los cupos de sus aulas, que llegan a albergar a 90 alumnos, esta expansión no es suficiente para satisfacer la demanda que tienen.
El ritmo al que aumenta la cantidad de personas rechazadas es alarmante. Mientras que en 1992 habían 33 mil personas que no conseguían un lugar en la UNAM, en 2008 la cifra llegó a 152 mil y en este 2023 fue de 180 mil 166 de más de 201 mil aspirantes.
Quien usa el micrófono es Tomás Baroja, integrante del Maes desde hace 8 años. Intenta explicar a quienes lo escuchan que ellos no reprobaron un examen y que tienen derecho a un lugar en la universidad, aunque el Gobierno es incapaz de otorgarlo.
“El Maes no es un movimiento para obtener lugares en la universidad”, dice Tomás a quienes lo escuchan, a pesar que desde 2006, ese ha sido uno de los logros del moviemiento a través de un esquema bastante peculiar: quienes se suman pueden conseguir una beca en una universidad privada y después de un año, si su desempeño fue bueno, pueden ingresar a la UNAM o al Poli.
“El Maes debe ser un movimiento para cambiar el sistema y lograr que se entregue el derecho a la educación sin exclusión”, dice después Tomás en una breve entrevista.
Para lograr que no hayan personas rechazadas de la educación superior, los integrantes del Maes enumeran varias demandas fundamentales, entre las que destacan la cancelación del examen como requisito de ingreso, pues dice, se trata de un instrumento para validar el amplio rechazo de estas y otras escuelas. También piden la ampliación de la matrícula, la construcción de nuevas universidades y pases reglamentarios de diferentes sistemas de bachillerato a varias universidades de la Ciudad de México.
El problema es mucho más grande de lo que se puede pensar, asegura Axel López, exintegrante del Maes, quien dice ser muestra viva de que el examen no deja fuera de la educación universitaria a los «peores perfiles».
Después de ser rechazado de la UNAM, Axel entró a Psicología gracias a las gestiones del Maes. Luego pudo hacer una maestría en Pedagogía y Educación y actualmente es doctorante en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras.
El examen nos decía, de alguna manera, que nosotros no éramos capaces de entrar a la universidad, pero tanto yo como otros compañeros ya estamos formando parte de la academia como investigadores. Obviamente el examen está mal. Hay cientos de estudiantes que entramos por otro mecanismos que ya estamos cursando un doctorado, hay profesoras y profesores, también”, comenta.
Desde su perspectiva, el examen solo reproduce las condiciones de desigualdad de México, pues el grupo mayoritario que logra un ingreso a la educación superior es el que vienen de una familia con ingresos mayores a cinco salarios mínimos, a pesar de que el ingreso del grueso es de menos de tres salarios mínimos.
Otro ejemplo es la diferencia entre mujeres que solicitan un lugar y las que son aceptadas. A pesar de que en los aspirantes las solicitantes son el 60 por ciento, en el momento del ingreso a las aulas, hay menos mujeres que hombres.
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
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