La vida está regresando al lago de Texcoco. Cada año miles de patos aún regresan a los remansos del gran lago, señal de que aún hay condiciones ecológicas para sostener la vida no solo de los patos, sino de 20 millones de personas que viven alrededor de esta zona.
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
LAGO DE TEXCOCO.- La contaminación que viene del norte aún no ensucia los espejos de agua que quedan en Texcoco; los únicos que brillan en la cuenca del gran lago. Lo demás está cubierto por cemento. Antes de que asome el sol, la vida inicia en la urbe y en el lago.
Vida encendida, como el cielo rosa reflejado en la tierra, todo despierta para buscarse algo de comer. Entre el agua y los humedales, un hombre extiende una red. Recoge artemisas, o tal vez dafnias, unos diminutos crustáceos que sirven de alimento a tortugas de acuario, patos que migran y a quienes se buscan la vida en el lago.
Él es el último de su familia que sabe pescar así. El recuerdo vivo de una zona de comercio y alto desarrollo cultural que, por cientos de años, coexistió en paz con el ambiente. Recuerdo que persiste en la ciudad gracias al ícono de una estación de metro: Candelaria (de los patos).
Hace décadas, a estos remansos todavía llegaban centenas de miles de parvadas de patos. Tantos que Fray Bernardino de Sahagún, en la Historia general de las cosas de la Nueva España, transcribió las “muchas maneras de patos (…) y aves que conversan con en el agua”.
Esta zona, que quisieron sepultar bajo las pistas de un aeropuerto, es vestigio de una relación biocultural sostenida por siglos. En sus caminos y montes, en los que Nezahualcóyotl contemplaba el universo, aún quedan enterrados cientos de fragmentos de cuchillos de obsidiana, morteros, metates y cajetes como los que encontró el arqueólogo Jeffrey Parsons.
Alguna vez escuché que los mineros metían canarios a sus túneles para ver si se acababa el aire. Tal vez los patos de Texcoco son como los canarios de quienes vivimos en el valle de México. Mientras más patos, más agua; más vida. Una relación bioculutral.
Patrimonio biocultural: “Conocimiento y prácticas ecológicas locales. Riqueza biológica asociada a ecosistemas, especies y diversidad genética, la formación de rasgos de paisaje y paisajes culturales, así como la herencia, memoria y prácticas vivas de los ambientes manejados o construidos”. Lindholm y Ekbiom (2017) en un artículo en la revista Antropoceno
O, como lo cuenta Arturo, defensor de estas tierras y de la vida que alumbra:
Es lo que los pueblos han hecho desde hace mucho: convivir, generar un manejo que le permita a los ecosistemas desarrollarse, porque no los acaba, no los mina, no los destruye. Convive con los recursos naturales, nosotros decimos bienes. Con los animales, la flora, existe un aprovechamiento, pero no debe tener un impacto tan duro que lo acabe. Era la forma en la en que se podía vivir, del lago, de la agricultura”.
Los patos que llegan a Texcoco ayudan a mantener el agua limpia. Controlan cadenas tróficas de crustáceos, peces, plantas acuáticas y otras sabandijas del agua. Cuando el lago era uno, los patos ocupaban aguas saladas y dulces por igual, las que separó Nezahualcóyotl. De unas solo quedan los canales de Xochimilco y Tláhuac. De las otras, estas lagunillas en Texcoco y el Nabor Carrillo.
En las llanuras de agua desecada todavía hay quienes recolectan los restos salobres del fondo del lago. Tequesquite, o la sal de la tierra. Con el crecimiento de las urbes ya casi nadie piensa en el sabor de la tierra ni en las aguas de los patos, ni en los platos que ya no se cocinan
“Anteriormente la alimentación se basaba en lo que producía el lago, como el pato, el pescado, el chichicuilote, el ahuautle y las hortalizas que sembraba la gente a las orillas del lago”, cuenta Araceli, habitante lacustre, para el Recetario Biocultural del Lago de Texcoco.
Un esfuerzo por preservar la riqueza biocultural que sobrevive en estas aguas. Pulque de maguey y atole de pinole azul. Mixiote de flor de quiote y tlapiques, un tipo de atado de quelites y sabandijas de agua, como peces, coquillos y gusanos de agua.
Fuentes históricas dan cuenta del carácter supersticioso de Moctezuma. Cuentan que días antes de la conquista, vio un mal presagio en el espejo de un pato. El quatézcatl (literalmente cabeza de espejo, en náhuatl) era una de tantas aves, como los chichicuilotes y las gallaretas, que conversaban con la luna en el agua de Texcoco.
Cuando una de estas moría, los guerreros mexicas que las cazaban veían en su espejo si habrían de ser cautivos o si saldrían victoriosos de la guerra. Al parecer, para los patos y sus asuntos, el mal agüero de Moctezuma se perpetuó hasta la modernidad.
A principios del siglo pasado, algunos cazadores preparaban sus armadas en las orillas de estas aguas. La armada fue la forma más popular de cazar patos en la incipiente modernidad mexicana. Era un abanico de tubos de escopeta usado para matar decenas de patos en un abrir y cerrar de ojos
Arturo tiene la esperanza de ver el lago recuperado. Sueña con ver el idílico paisaje en que el águila devoró a la serpiente y marcó el inicio de México. “Todavía a mí abuelo le tocó conocerlo así. Él nos contaba que conocía el lago y a la gente que vivía de él”, dice.
El lago se ha vuelto su vida. Como fue la de muchos, pero no porque viva de ella, sino por que la defiende de otras vidas.
Sí, vamos a los centros comerciales, nos gusta la ciudad, son cosas novedosas, pero esto es otra cosa. En algún momento todo tiene que empatar, el desarrollo de ellos y el nuestro, que no es ese que dicen en la ciudad”.
Arturo es parte del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, desde donde, junto a César y varios más buscan recuperar la vocación agrícola lacustre de esta zona.
Aquí la gente produce, tiene una forma de alimentación diferente al esquema que se vive en la ciudad. Tiene una forma de producir que escapa a la lógica del consumo, porque aquí no van a comprar un kilo de jitomate al supermercado, lo tienen en la huerta”, agrega César.
Este espacio es el único dique que contiene la invasión de la marcha urbana a Texcoco.
Nadie está pensando en estos espacios, en esta forma de vivir, en estas lucha que la gente genera, que tan solo es su propia firma de vivir. Con ella garantizan la viabilidad hídrica para estas zonas marginadas –las del oriente de la ciudad– Hoy no se privilegia la vida, sino la forma de vivir de las ciudades y tampoco se piensa en modelos que permitan conservar estas fuentes de vida, estas luchas que tenemos para que allá no les falte agua ni alimento”, sentencia César.
A veces, pareciera que la lógica urbana es la única que significa desarrollo, pero de ver tantos patos y el ambiente que necesitan para vivir, llega a la mente la reflexión que hacía Galeano sobre esas aves y que desde el Frente, recuerdan con cariño.
«¿Por qué los patos vuelan en V? El primero que levanta vuelo abre camino al segundo, que despeja el aire al tercero, y la energía del tercero alza al cuarto, que ayuda al quinto, y el impulso del quinto empuja al sexto, y así, prestándose fuerza, van los muchos patos subiendo y navegando, juntos, en el alto cielo –lee César desde la rivera del lago– Ninguno se cree superpato por volar adelante, ni subpato por marchar atrás, porque sabemos que los patos unidos jamás serán vencidos».
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