26 febrero, 2023
Claudia Flores, originaria del pueblo indígena huitoto, lidera los esfuerzos de conservación de la tortuga taricaya (Podocnemis unifilis) en Tres Esquinas, pequeña comunidad de apenas 10 familias en la Amazonía peruana.
Texto: Astrid Arellano / Mongabay
Cuando la temporada de anidación se acerca, Claudia Flores se encarga de explicar el proceso a los niños: ir al río muy de mañana, buscar los nidos de tortuga, encontrar y sacar sus huevos. El reto es ganarle a los depredadores. Poner la colecta en una bandeja y separar aquellos que tienen oportunidad de eclosionar. Llevarlos a la playa artificial y sembrarlos en la tarde, siempre con la luz del sol. Ponerles un letrero de identificación y esperar unos 70 días. Reunir crías, alimentarlas por dos semanas y liberarlas en el río. Todo es cíclico. Los pequeños la escuchan con atención.
“Los niños están muy pendientes cuando uno está sembrando y más todavía cuando los huevos están reventando; están con sus bandejas, contando taricayitas”, dice la lideresa indígena del pueblo huitoto, en la Amazonía peruana. “Nosotros no vamos a estar todo el tiempo, pero ellos se quedan y llevan la experiencia y la costumbre de sembrar cada año esta especie que se está terminando”.
Proteger los huevos de las tortugas taricaya (Podocnemis unifilis) de los depredadores —naturales y, sobre todo, humanos— se volvió su trabajo desde el año 2017. Esto ocurre en la comunidad de Tres Esquinas, ubicada en la cuenca del río Putumayo, en la región de Loreto, en la frontera de Perú con Colombia. Es un poblado integrado por diez familias —poco más de 40 personas— que habitan un territorio afectado por la pesca ilegal.
En esta región amazónica, la taricaya es una especie que por décadas ha sido presionada por un consumo excesivo —tanto de sus huevos como de su carne— que afectó gravemente a sus poblaciones y que la orilló prácticamente a la extinción en algunos lugares en donde era común observarlas.
“Nosotros ya hemos liberado un promedio de 5 mil 500 charitos (crías de taricaya) en estos cinco años, porque hay temporadas en las que no suben muchas taricayas y sembramos poco. Lindo fuera que tuviéramos muchas más, pero somos una comunidad pequeña y otras son más grandes; agarramos las que ellos dejan”, dice Flores sobre los esfuerzos de su equipo de trabajo: cinco mujeres y cinco hombres de su comunidad que asumieron la difícil tarea de repoblar con tortugas el río.
La taricaya es una tortuga o quelonio acuático que, desde 1996, es considerado Vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). También está protegida por el Estado peruano por decreto supremo y en 2009 se incluyó en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES).
Es una especie que habita los grandes ríos amazónicos. El Sistema Nacional de Información Ambiental (SINIA) la describe como un quelonio de tamaño mediano. La hembra adulta es más grande, de hasta 48 centímetros, y el macho, de un máximo de 37 centímetros. Las hembras son más pesadas, con hasta 12 kilos, y el macho ronda los cuatro kilos. Sus caparazones son arqueados y de forma ovalada, de colores negruzcos. Sin embargo, tiene una característica que destaca a la especie y la vuelve peculiar: su rostro adornado con manchas de color amarillo encendido.
“Las taricayas son redonditas, las tenemos unos 15 días en una bandeja hasta que endurecen su casquito, porque si no esperamos, los peces grandes se las comen”, explica Flores. “Pero nosotros tenemos una cocha (estanque con salida al río) especial y estratégica donde tienen bastante comida, ahí las liberamos”.
A partir de agosto de 2022, el equipo de Flores logró acumular cerca de 600 crías de taricaya más para liberarlas, mientras esperan el nuevo desove que ocurrirá en diciembre. La esperanza de Claudia Flores radica, en gran medida, en que las crías liberadas alcanzan su edad reproductiva a los seis años, por lo que confía en que la población aumente en el mediano y largo plazo.
Este año, Claudia Flores fue seleccionada para participar en el Programa de Mujeres Indígenas de la Amazonía, de la organización Conservación Internacional. El objetivo —al igual que con otras lideresas de distintos pueblos indígenas seleccionadas— es potenciar sus competencias y desarrollar iniciativas relacionadas con la conservación del medio ambiente y el cambio climático, a la vez que generan ingresos económicos y revalorizan su cultura, a través de soluciones socioambientales basadas en sus conocimientos ancestrales. Ahora es acreedora a un fondo y accede a tutorías de acompañamiento, formación y mentoría.
Su proyecto, además de asegurar la supervivencia de las tortugas, busca aprovechar sus huevos no viables o no fecundados, que ya se han convertido en parte de la alimentación de las familias y para los que, en un futuro, pretenden encontrar un mercado en donde puedan venderlos y complementar sus ingresos económicos a través de una actividad sostenible.
“De los huevos recolectados, hay un porcentaje que tiene una tasa de natalidad; según datos de 2018 a 2020, ronda el 63 %”, explica Walter Oscanoa, geógrafo y coordinador técnico de paisaje de Loreto en Conservación Internacional. “Es decir, un poco más de la mitad de los huevos recolectados van a eclosionar y van a ser liberados, con la finalidad de incrementar la población que había disminuido grandemente en el Putumayo. El otro porcentaje es el que se busca aprovechar y, hasta donde se tiene entendido, el principal mercado de estos huevos es El Estrecho, que es la ciudad capital del distrito de Putumayo”.
Oscanoa agrega que son tres las comunidades con las que trabajan proyectos similares al de Tres Esquinas, con la intención de incrementar los esfuerzos para repoblar taricayas, en alianza con el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) y la Sociedad Zoológica de Fráncfort (FZS).
Como los huevos de taricaya son alargados y tienen la cáscara gruesa y dura, Claudia Flores ha entrenado bien sus ojos para ver a través de ellos.
“Todos los huevitos que tienen corona —que tienen una manchita blanca en la parte de arriba— se seleccionan porque son viables; estos se siembran”, explica Flores. “Los que no la tienen, nosotros los aprovechamos. Pienso que, más adelante, tendremos un mercado para los huevos de esta especie y para el bien de nuestra comunidad; la situación es bien complicada, porque estamos bien alejados del Estado”.
Flores cuenta además que su comunidad se dedica sobre todo a la pesca —ella es tesorera de la Asociación Local de Pescadores Artesanales—, pues su territorio es inundable y el agua en exceso no siempre permite la agricultura a pequeña escala. Según la lideresa, el cambio climático ha sido evidente: el invierno les deja sin nada —puede durar entre tres y cuatro meses durante los cuales escasean frutos importantes como el plátano y la yuca— y el verano es demasiado intenso.
“Tenemos una organización de pescadores de alevinos (crías) de arawanas (Osteoglossum hicirrhosum), tenemos nuestro plan de manejo y siempre hay problemas con los infractores, pero nosotros cuidamos nuestras por años para tener un aprovechamiento de nuestros alevinos, somos un grupo organizado”.
La pesca ilegal ha vulnerado la seguridad alimentaria de la comunidad, pues la gente depende de los recursos del río Putumayo. Por eso Claudia Flores insiste en que el proyecto de repoblamiento de tortugas taricayas debe continuar, pues no solo se insiste en rehabilitar el ciclo natural de las especies, sino también se mejorará la nutrición de la población local.
“La pesca ilegal ya viene de muchos años y por eso cuidamos nuestras cochas (estanques en el río) para que los infractores no vengan de otra parte; los animales se van acabando, cada año van disminuyendo y por eso tenemos un plan de manejo para no acabarnos las arawanas y, a la par, recolectamos huevos de taricayas para que se reproduzcan”, agrega la lideresa.
El trabajo de Claudia Flores es significativo —concluye Walter Oscanoa, de Conservación Internacional— porque lo ha vuelto colectivo. “Ella simboliza a la mujer indígena líder del Putumayo que cree en la conservación, tanto así, que ha orientado su trabajo y su proyecto a fortalecer una actividad sostenible, pero también a empoderar a las mujeres que ahora tienen una tarea adicional que aporta a la economía familiar”, explica el especialista.
Las playas artificiales de Claudia Flores se han convertido en un espacio de aprendizaje. Esas cajas hechas de largos tablones de madera y rellenas de arena de playa, son aulas para toda la comunidad. Su mensaje es reiterar el valor del cuidado y la conservación de las especies que son parte del territorio.
“Es importante que los niños vean cómo se hace este manejo para que tengan esas ganas de seguir sacando adelante esta especie que ya va terminando”, concluye Claudia Flores. “Ellos están aprendiendo que también son seres vivos que necesitan cuidados y reproducirse; yo les digo a mis hijos que a las taricayitas, cuando salen de sus huevos, nadie les protege, están solitas. Siempre les digo, desde pequeños, que vivimos de la naturaleza y que por eso hay que cuidarla”.
*Este trabajo se publicó inicialmente en MONGABAY. Aquí puedes consultar la publicación original.
Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona