Urge que se sigan las recomendaciones de la Secretaría de Medio Ambiente y que se incorporen sus criterios en la forma en que se gobierna y se da mantenimiento a la Ciudad de México. Es cuestión de voluntad y compromiso
Twitter: @eugeniofv
Nuestra relación con la noche es un indicador importante de nuestra relación con el planeta y con el medio ambiente. Mantener la idea de que los animales nocturnos son nuestros enemigos, como sigue ocurriendo en muchos lugares al lidiar con lobos o con murciélagos, por ejemplo; estar dispuestos a perder, muy literalmente, el cielo y las estrellas por poner luces en la calle que lo mismo iluminan hacia arriba que hacia abajo; hacer obra pública sin poner atención a que no contribuya a la destrucción del planeta y a que se respete la ley, es todo evidencia de que nuestra relación con la naturaleza sigue siendo la del siglo XX en un momento en que el desastre ambiental que esa lógica provocó lo tenemos ya encima. Y eso es lo que hizo este lunes la jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
La gobernadora de la capital del país, Claudia Sheinbaum, contó ayer en conferencia de prensa con mucho orgullo cómo la luminosidad de la capital según la han medido estudios con satélites ha aumentado brutalmente en los últimos años. La doctora Sheinbaum presentaba, en realidad, un programa con beneficios innegables, el de senderos Camina libre, camina segura, y una serie de medidas vinculadas con la sustitución de luminarias en las calles para usar tecnología LED que tienen también grandes ventajas, sobre todo el ahorro en energía. El problema es que escogió el peor indicador posible.
Ambas acciones tienen beneficios enormes que se podrían ver respondiendo a muchas otras preguntas. ¿Cuánta gente hay caminando por la calle hoy en comparación con hace unos años? ¿Esas acciones han tenido un impacto en la comisión de delitos en el área? ¿La gente dice sentirse más segura en sus barrios y colonias, en el traslado de regreso a casa, en el transporte público? ¿Cuánta energía se ha ahorrado con la sustitución de luminarias —parece ser que un 21 por ciento, lo que es buenísimo—? Seguramente, la respuesta a todas esas preguntas indicará que hay grandes progresos en seguridad real y percibida. Pero hablar de la contaminación lumínica como algo positivo —y eso hizo la jefa de Gobierno— es desconocer un problema que es cada vez más grave y poner a la Ciudad en un potencial choque con la legislación.
La contaminación lumínica es, según la Ley General de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente, “el resplandor luminoso (…) que altera las condiciones naturales de luminosidad en horas nocturnas”. Ese exceso de luz artificial tiene un efecto importante en la salud humana porque altera los ciclos circadianos —los que controlan desde las ondas cerebrales hasta entre el diez y el quince por ciento de nuestros genes— y tiene impactos devastadores en la naturaleza, lo que agrava todavía más el daño que las grandes urbes de cemento y hormigón hacen al entorno. Por eso la propia ley ambiental obliga a los gobiernos a “prevenir, minimizar y corregir los efectos de la contaminación lumínica en el cielo nocturno”, algo que, según festejó la jefa de gobierno, claramente no se está haciendo en la Ciudad de México.
En realidad, las obras de senderos seguros y sustitución de luminarias sí se podían haber hecho sin dañar el medio ambiente. Hay muchas alternativas tecnológicas y se podía y puede modificar el diseño de las luminarias y los postes para que se reduzca el exceso de luminosidad —los postes con iluminación horizontal, por ejemplo, son una mala práctica—. Lo que ocurre es que en México el largo plazo sigue quedándonos muy lejos y, por tanto, el cuidado del medio ambiente y de la salud de los chilangos simplemente no parece importar.
La solución está al alcance de la mano y al interior del propio gobierno. Igual que ocurre, por ejemplo, con las hojas en las jardineras de los camellones —que la Secretaría de Obras y Servicios insiste en barrer, aunque tienen beneficios bien conocidos—, urge que se sigan las recomendaciones de la Secretaría de Medio Ambiente, que ésta tome un lugar central y que se incorporen los criterios ambientales en la forma en que se gobierna y se da mantenimiento a la capital. No cuesta nada: es cuestión de voluntad y compromiso.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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