Escuchar

28 diciembre, 2022

A más de cinco décadas de la represión contrainsurgente en México, los relatos de las mujeres sobrevivientes y no militantes permanecen relegados, cuando no invisibles, de la narrativa súper explotada del periodo de violencia de Estado mal llamado ‘guerra sucia’.

Por: Celia Guerrero

Hace 21 años, el 19 de septiembre de 2001, la Radio de la Universidad Nacional Autónoma de México transmitió “Un grito en la sierra”, la producción número 308 de la serie Se regala cascajo. Ese programa de radio, producido por Juan Guerrero y conducido por Margarita Castillo, presentó la dramatización de testimonios de “mujeres que quedaron solas tras la desaparición de campesinos y jornaleros durante la guerra sucia ocurrida en la sierra de Atoyac en el estado de Guerrero durante la década de 1970”.

Aquel grito serrano —que sin duda no sería el primero ni el último respecto a lo acontecido durante el periodo de violencia de Estado conocido como ‘guerra sucia’— fue lanzado por testimoniantes, interpretado por locutores, transmitido por la radiodifusora y grabado para permanecer en un acervo sonoro hoy día consultable en la Fonoteca Nacional. Aunque no llegó a mis oídos en ese momento, pude reproducir la copia digitalizada de su grabación y escucharlo dos décadas después.

Me gusta pensar que el grito persistió y persistirá. Aquí ha estado, entre nosotras y nosotros, lo escuchemos o no. Se mantuvo como un espectro, una serie de frecuencias de ondas sonoras indestructibles, incluso cuando dejó de ser transmitido. Y llegué a él —¿o es el grito el que llega a la escucha?— durante la documentación que realicé en 2022 como parte de Perifónicas para la creación de “Ellas se quedaron”, un podcast periodístico que continúa con la recuperación de testimonios de mujeres que vivieron la ocupación militar de sus comunidades en ese periodo de violencia de Estado.

En el podcast “Ellas se quedaron” las mujeres relatan por primera vez las múltiples violencias a las que se enfrentaron a raíz del asedio, de ahí que sus memorias son consideradas inéditas. Las razones por las que esperaron a contar sus vivencias casi cinco décadas son expuestas por ellas mismas a lo largo de sus testimonios que pueden escuchar aquí. Pero, más allá de la autopromoción inevitable, escribo esto como un acto de reflexión de la escucha como actividad humana, social, y por lo tanto política.

En El investigador ante lo indecible y lo inenarrable (una ética de la escucha) Juan Pablo Aranguren, psicólogo colombiano, examina los factores que intervienen en la “enunciabilidad” o la disposición de las víctimas de la violencia para hablar de “situaciones límite que degradan o atentan contra la dignidad humana” en relación con la posibilidad de ser escuchadas. El “marco de narrabilidad de las experiencias límite estaría constituido por las condiciones subjetivas y sociales tanto del ‘testimoniante’ como de su escucha”, plantea.

Aranguren explora, entre otras cuestiones, el significado del silencio impuesto desde la violencia y el terror, en el que se inscriben los casos de las mujeres sobrevivientes de la ocupación militar. “Este silencio igualmente testimonia”, considera. Es un vacío que forma parte de “las condiciones de producción del relato”. Si hay un orden simbólico que gestiona lo indecible, en la consideración de sus limitantes y el quiebre de ese orden inicia la escucha.

A más de cinco décadas de la represión contrainsurgente en México, los relatos de las mujeres sobrevivientes y no militantes permanecen relegados, cuando no invisibles, de la narrativa súper explotada del periodo de violencia de Estado mal llamado ‘guerra sucia’. Esto no es casualidad. En principio obedece a una lógica de silenciamiento estatal pero también social.

Pensemos en el quiebre. Pensemos, por ejemplo, en que después del silencio estas mujeres están construyendo un lenguaje con el cual comunicar sus experiencias por primera vez en conjunto con quienes estamos escuchando. Ahora ellas dicen “éramos acosadas” para señalar esa violencia de los soldados que cuando la sobrevivieron no tenía nombre, aún cuando era la más cotidiana. Narran que eran obligadas por los soldados a muchas actividades, pero principalmente a cocinarles, y desde la academia se esboza el concepto de ‘esclavitud’ o ‘servidumbre’ para labores domésticas porque la conceptualización actual de las violaciones de derechos humanos se queda corta para señalar las experiencias de las mujeres durante el conflicto.

Entonces, pensemos en el quiebre que significa escuchar a mujeres que ha decidido hablar por primera vez de sus experiencias de violencia a pesar de todo lo que ello representa, a pesar de incluso tener que inventar el lenguaje para hacerlo. Consideremos que al escucharlas estamos construyendo condiciones para que otros más lo hagan y ese grito que persistente de tiempo atrás no se extinga.