8 noviembre, 2022
Diana denunció abuso sexual cometido en su contra cuando estudiaba en la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco. La UAM determinó no sancionar al presunto agresor con base en testimonios sobre su comportamiento ajeno a los hechos denunciados. Este martes el Colegio Académico discute el caso
Texto: Lydiette Carrión
Foto: Diego Simón Sánchez / Archivo Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO.- La mayoría de las agresiones sexuales no ocurren en un callejón oscuro por desconocidos. Son cometidas por amigos, conocidos, familiares. Quizá ese sea un factor para que en muchas ocasiones las víctimas no se decidan a denunciar, o lo hagan tiempo después. Denunciar a alguien con quien se tiene un vínculo implica no solo el dolor de eso, sino desgarrar comunidades, grupos de amigos, familias. Y muchas veces estas amistades y familias eligen el lado del agresor.
Eso le ocurrió a Diana (no es su verdadero nombre), estudiante de maestría en la UAM Xochimilco. Fue agredida por un “amigo”, y guardó silencio por temor. Y luego fue atacada.
Empecemos por el principio. Es 28 de octubre de 2019, y Diana está sentada con sus amigas, platicando, afuera de la colectiva Violeta Parra en el edificio L del campus. Entonces llegó A., un excompañero suyo de la licenciatura y quien aquel año se desempeñaba como trabajador de la universidad. Años atrás habían sido muy buenos amigos; pero para 2019 no se frecuentaban, aunque Diana lo seguía considerando alguien de confianza. El joven entonces dijo sentirse muy mal, con sudoración, taquicardia, como una crisis de ansiedad, y le pidió a Diana que lo acompañara a su oficina.
En retrospectiva, Diana considera que probablemente el tipo sí se sentía mal, ya que estaba hiperventilando; el hombre entonces se metió debajo de su escritorio y Diana se agachó con él para ayudarlo. Pero entonces el hombre cambió de actitud, comenzó a agredirla, le dijo que no hiciera ruido y la violó. “Salí de la oficina, me fui con mis amigas, les dije que me sentía mal y me fui a mi casa”.
Como muchas mujeres y, en particular, mujeres universitarias antes que ella, Diana en un principio no quiso denunciar, por miedo a sufrir más ataques. “Yo ya había visto el caso de Carla, Paola, el caso de Viki” [casos también de la UAM y en los que prevaleció la impunidad]; además, había participado en varias cuestiones políticas de la universidad; incluso había participado en la elaboración del Protocolo de Atención de violencia de género; y sintió –con razón, como se verá más adelante– que eso se usaría en su contra.
Así que decidió tratar de hacer su vida. “Todavía un trimestre tuve que ir a la escuela. Luego el tipo empezó a salir con una de mis amigas, y yo de plano les dejé de hablar”. No era contra la amiga en particular; es que al tipo no podía ni verlo, le enfermaba. Así terminó 2019, inició 2020; y se vino la pandemia.
Posteriormente, Diana comenzó a trabajar en otra universidad. Ahí, después de la distancia impuesta por la pandemia, y con tiempo, comenzó a platicar más lo sucedido con diversas amigas y amigos. El caso es que para este año (2022) se decidió a denunciar.
“Desde mayo yo estaba buscando a la secretaria de Unidad de Género para denunciar. Yo no me atrevía. Porque tanto en la licenciatura como en la maestría estuve en los órganos colegiados y me daba mucha pena que se enteraran”.
Pero en septiembre, que regresó a tener contacto con sus compañeras y compañeros de la maestría, les platicó. Ellos la animaron a denunciar; la primera denuncia la interpuso a finales de septiembre, casi dos años después de la agresión. Entonces se enteró que el agresor había sido aceptado en la maestría de la que ella es estudiante.
Para octubre de 2022, solicitó en diversas instancias que se revisara su caso, y que A. no fuera inscrito en la maestría hasta que alguna instancia conociera y determinara el hecho.
Las personas que la atendieron fueron, “según, muy empáticas, pero me recriminaron que por qué no había ido antes. Que por qué no denuncié antes”; le recriminaron todo lo que el protocolo de género advierte que no se debe hacer. Sin embargo, burocráticamente iniciaron el proceso de recesión laboral, que implica un proceso, y giraron un oficio para que se detuviera la inscripción del agresor en la maestría. Pero luego las autoridades cortaron toda comunicación con Diana, quien a la par comenzó a recibir amenazas vía Facebook, por parte de examigos, exparejas, por haber denunciado a A.
“Para el 11 de octubre me citan, para darme una notificación por escrito, me dicen que no va a haber sanción porque no hay elementos para dar sanción. Nunca me dijeron si tenían más pruebas, si lo habían mandado llamar. Cuando yo pedí que revisaran las cámaras de aquel día, negaron la información. Ya solo cuando yo fui llorando a reclamarles por qué, me dijeron que habían 24 testimonios a favor de A. Algunos de los abogados que me dieron la información me conocen desde hace 8 años. Pero solo me dieron pañuelos y agua y me echaron aromaterapia mientras me daban la noticia”.
“Lo sentí como una mentada de madre, de ‘ay, hay que calmar a esta histérica’, en vez de darme la información».
Los 24 testimonios no se refieren al día de los hechos, sino sobre que A. es un buen hijo, bien educado, es políglota, que cuida a su abuelita, que toca el piano… o que ella, Diana, es conflictiva, es mala persona. Incluso un testimonio asegura que en una ocasión, ocho años atrás, Diana quiso indigestar a A. con un pastel de pétalos de rosa. Otros testimonios describen a Diana como mujer “sospechosa” porque escribió su tesis de licenciatura en lo individual y no por equipo.
Pero no había ni un testimonio sobre los hechos del día de la violación.
Por todo lo anterior, Diana interpuso un recurso, esta vez en una Fiscalía de la Ciudad de México, para que el agresor no se acerque a ella, en lo que termina el proceso en la UAM, y es que este martes habrá sesión del Colegio Académico en la Rectoría de la UAM, y el caso de Diana será revisado y discutido.
Las colectivas feministas universitarias están al tanto del caso y probablemente se harán presentes.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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