9 octubre, 2022
Más de un centenar y medio de personas participaron durante 5 días en la brigada de búsqueda en el Cerro del Ajusco de la Ciudad de México. Un lugar que además de ser una reserva ecológica, también se ha convertido en un tiradero de cuerpos. Ahí fue encontrada hace un año Margarita, hija de Martina que se sumó a estas búsquedas por primera vez para encontrar un poquito más de su niña. Un poquito más, de alguien más.
Texto y fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO. – De las 106 mi 88 personas desaparecidas que hay en el país, 4 mil 600 están en la CDMX. Esto de acuerdo con cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB).
Por eso, familiares de personas desaparecidas, así como representantes de colectivos de diversos estados de la república Mexicana, personas solidarias, comisiones de búsquedas, autoridades de la Fiscalía General de la Ciudad de México, Guardia Nacional, Secretaria de la Defensa nacional (SEDENA) y policía de la Ciudad de México caminaron durante 5 días en jornadas de 5 ó 6 horas. Para buscar a quienes nos siguen faltando.
A las 7:30 de la mañana diariamente había 3 camiones fuera de la estación del metro Copilco. Se dirigían hacia el albergue Alpino Ajusco, ubicado en el municipio de la Magdalena Contreras.
El sol de las 8:20 de la mañana nos ofrece un cálido recibimiento. Al bajar de los autobuses, se abraza y se saluda a las madres y familiares conocidas. En tanto, ellas nos invitan insistentemente a desayunar antes de partir.
Al ingresar por las puertas de cristal se miran los rostros de algunos de los que nos faltan. Se lee un letrero que pregunta: ¿Dónde están?.
Al interior de la amplia construcción de tabiques rojos, decenas de personas bien abrigadas toman sus alimentos. Lo hacen en mesas dispuestas alrededor de una enorme chimenea en forma de cono inverso. Un par de escalones abajo se encuentran “sentados” más rostros de otras personas que alguien espera en un hogar.
Rápidamente, y sin saber si actúo bien o si actúo mal, me decido a hacer lo que los demás. Ingreso a una habitación que es utilizada como cocina y agradezco, y agradezco a quienes me entregan un plato con carne y frijoles. Tomo un pedazo de pan y me siento en una mesa. Los militares y las demás personas encargadas de la seguridad prefieren comer de pie y solas.
“Les pedimos a quien ya terminó de desayunar, pase por su herramienta y se vaya saliendo para organizar los grupos de búsqueda”, grita a lo lejos la voz de una mujer. Me apresuro a terminar con lo que queda en el plato. Al acabarlo, de inmediato lo llevo a la cocina para lavarlo, tal cual se nos instruyó. “Ya déjenlo, yo los lavo al rato. Mejor ya sálganse y vean en qué equipo les toca. Debemos apurarnos porque se espera que llueva temprano y debemos apurarnos”, dice otra mujer que nos recibe los platos.
Picos, palas, rastrillos, guantes y las varillas en forma de T, son entregadas en un pequeño cuartito. Afuera del refugio en donde se están quedando a dormir algunas personas buscadoras ya hay filas en donde se nos pide formarnos. Nos van a dar un sandwich, un suero, una fruta y un chocolate.
La esperanza está puesta en la gente. En todas esas personas que con batas blancas, chalecos verdes, uniformes verde olivo, grises y azul marino o chamarras gruesas y cámaras en las manos acompañan de distintas formas a quienes traen en el pecho un corazón ausente. Y que en sus espaldas cargan el dolor como lápida.
Una mujer bajita, de semblante fuerte y finas facciones, radio en mano, pide a los presentes que la búsqueda sea exhaustiva. Ella es Yadira González, hermana de Juan González, desaparecido en Querétaro.
“Como ya todos saben, debemos encontrar los demás restos de esa persona que localizamos el lunes. Acuérdense que no estamos buscando fosas, estamos buscando restos expuestos. No nos desanimemos, allá hay una persona que tenemos que encontrar porque este no es el lugar en el que debe de estar. Sé que es cansado, pero ánimo, tenemos que encontrarle. Esta búsqueda la hacemos con amor, y hay que ponerle todo el amor del mundo”, dice Yadira.
Yadira cede la palabra a quien todas llaman: el padre Arturo. Arturo es un hombre solidario que desde hace poco más de 50 años ha decidido hacer un poco más que ora. Se convirtió en un padre “todo terreno”, acompañando y buscando junto a las familias.
“Señor, sé tú nuestra luz en el sendero, y permite el pronto reencuentro con todos los que amamos y que ahora están desaparecidos. Te lo pedimos en el nombre de tu hijo jesucristo nuestro señor”. Un padre nuestro finaliza la petición de quienes están listos y listas para buscar y encontrar.
El colectivo se divide en 4 grupos. Comenzamos a caminar sobre la carretera Picacho-Ajusco donde nos posicionamos y comenzamos a bajar “como cepillo”, según lo instruido por Yadira.
Son las 9:53 de la mañana y el primer cigarro es encendido por un integrante del grupo 4. El clima cambió drásticamente y la neblina comenzó a desdibujar el verde de los árboles.
Alrededor de 35 personas comienzan a internarse en el bosque. Todos somos insignificantes ante la altura de los árboles. Y pese a la advertencia de encontrarnos con alguna víbora, caminamos con la mirada fija en el suelo.
–¿Usted también busca a alguien?– me pregunta una señora con gorra negra y babero naranja.
–No–, respondo.
–Que bueno que tiene a su familia completa–, me dice ella mientras sigue arrancando hongos al paso.
En ese momento me siento más culpable que afortunada. Creo que no se puede sentir fortuna ante la desgracia ajena.
Para integrantes de colectivos y familiares de desaparecidos queda claro que esos son sitios de hallazgo de restos óseos y cuerpos sin vida. Lo comprobaron el año pasado cuando encontraron a Margarita Carmona de 17 años. La menor desapareció desde el 4 de julio de 2019 en el pueblo de Santo Tomás Ajusco.
Fue en junio del 2021, en una brigada de búsqueda que la Fiscalía realizó a petición de familiares de personas ausentes. Ese día encontraron los restos óseos de Margarita.
Después de 2 horas de subidas y bajadas por escarpados cubiertos por la maleza llegamos casi en punto del mediodía a donde se suponía nos encontraríamos con los otros 3 grupos. Sin embargo, al avisar por radio, la guía del grupo, la alegre sonorense María Te, cariñosamente conocida como Teté, le pidió a la señora Martina ser nuestra guía hacia donde Margarita. Esto significaba que volveríamos al terreno en el que fue localizada la hija de esta señora. Ahora ella, con machete en mano, participaba en su primera búsqueda para encontrar un poquito más de su hija. Un poquito más de alguien más.
“A mi hija le faltan su piecitos. Sus manitas. Sus costillas. Le falta mucho, encontraron unos dientes y su cráneo”, me comparte con amargura y un gran pesar la mujer de 55 años. Ella es acompañada por otra de sus hijas, María Isabel, una jovencita de 22 años.
Parados frente al memorial de Margarita, del rostro de la abatida Martina, ruedan unas lágrimas. María Isabel, siempre fuerte a lado de su madre, resiste la pena que la familia carga. Tras un breve instante, vuelven a lo suyo, la búsqueda.
Mientras ella continúa con el machete removiendo la hojarasca, expresa:
«Cómo estoy a lado de mi hija todavía no lo asimilo, el dolor es muy fuerte”.
–¿Viene seguido a ver a su hija?–, pregunto.
–Cada 15 o 20 días, quisiera venir más seguido, pero tengo miedo, siento que el asesino de mi hija, anda por aquí.
–Pongan la mano en su corazón, ¿lo escuchas?–, les pregunta el padre Arturo.
Ellas responden que no. Buscan y buscan el latido pero no lo hallan.
–Cuando quieran platicar con Margarita, búsquenla ahí, en su corazón–, dice el padre.
–Han pasado apenas 365 lunas y es muy pronto para que el corazón suene de nuevo.
Es importante volver a revisar con más detalle los alrededores por el hallazgo de Margarita. Así que hombres y mujeres del grupo 3, 4 (y otros pocos del 2), se ponen rodillas al suelo. En sus manos está la esperanza de miles de familias.
Después de una breve oración por Margarita y por su familia, la jornada de búsqueda de ese día concluye. Nos anuncian el regreso al albergue, en donde otro grupo de solidarios nos espera con más agua y pan, antes de volver a nuestro hogares.
La dinámica se repite: 7:30 en Copilco, autobuses, abrazos, desayuno. Es viernes 7 de octubre, último día para buscar, último día para encontrar durante esta intensa jornada. Ayer fue jueves y no se pudo salir a campo porque todo el día estuvo lloviendo. Así que las esperanzas y las fuerzas están contenidas y guardadas para este día.
Frente a la pared en donde están los corazones de las familias buscadoras se elaboró un hermoso tapete con pétalos rojos. Un corazón verde que parece representar la vida y la esperanza y dentro el corazón más pétalos de colores. A la izquierda del corazón un +43.
Yadira y Jaqueline, coordinadoras de esta jornada de búsqueda, piden a los presentes que pasen a dejar un puñito de semillas dentro del corazón. Familiares, personas solidarias y hasta un par de autoridades dan unas palabras y depositan el puñito de semillas.
Después del conmovedor momento, y con herramientas en mano, nos dividimos en esta ocasión en 3 grupos: Senderistas, quienes subirán a depositar la ofrenda y a colocar los rostros de “los tesoros”, como son llamados por sus familiares, a la punta del cerro del águila. También van quienes terminarán con el proceso de exhumación de los restos encontrados el día lunes. Y quienes buscarán en la zona llamada “la cantinflora¨, que es a donde nos vamos la mayoría.
La zona de la cantinflora no se tenía prevista en esta búsqueda, pero se tuvo que incluir debido a las condiciones climatológicas. Un dron se elevó para determinar el perímetro de búsqueda. Después de unos 20 minutos de exploración, se contabilizó a 15 personas de SEDENA, 20 de Guardia Nacional, 10 de la Fiscalía, 50 familiares, 29 personas solidarias, 4 de CORENA, 5 de servicios periciales, 2 MP, 7 PDI y 10 personas de diversos medios de comunicación que comenzamos a subir una pequeña pendiente.
Dentro del terreno, se encontraron 4 puntos de interés. Mismos que fueron descartados después de ser hurgados y analizados tanto por el conocimiento de los forenses y antropólogos pero también por la intuición y la experiencia de las madres buscadoras. Solo eran tiraderos en donde se encontró ropa, zapatos, mucha basura, cascajo, pero nada que diera indicios de un positivo. Así es como le llaman al hallazgo de un fragmento relacionado con un cuerpo.
“Es pura basura y tierra, nosotros queremos huesitos”, dice una mujer de tez morena que entierra su varilla. Mientras espera a que los demás sigan inspeccionando la zona.
–Si hubiera algo aquí, olería luego, luego–, dice la mujer que, metros atrás, le dijo a su hermana que sacara una torta de su mochila y me la regalara.
–Las de nosotros traen frijolitos–, dice la amable señora de gorrita, mientras me extiende la mano.
–¿Vienen juntos?–, les pregunto, luego de agradecer por la torta.
Sí, somos 3 hermanas y mi sobrino, Brayan. Mi hermana se quedó en el albergue porque anda mal de sus rodillas. Nosotros, gracias a dios ya encontramos a la niña, es nuestra sobrina, mi hermana es la mamá, pero aunque nosotros ya la tenemos, de todas formas venimos a apoyar, dice la mujer que viene de Almoloya del Río, un municipio de la periferia de Toluca.
Lidia, Graciela, Brayan y Rosa Martinez son familiares de Lefni Neftalí Colin Martinez. Joven de 18 años reportada como desaparecida el 22 de febrero del 2022. A ella la localizaron sin vida dos días después del reporte en Santiago Tianguistenco, Estado de México.
“Nosotros no batallamos tanto, la encontramos luego, pero de todas formas nos duele porque es reciente», dice una de las tías.
El responsable de que Lefni ya no esté con sus seres amados se encuentra preso. Pero las tías de la jovencita temen que las autoridades lo dejen en libertad pese a las contundentes pruebas que lo señalan como culpable.
“Hace 11 años asesinó a otra niña pero salió de prisión cómo pretenden hacer está vez, ese señor repartió dinero a las autoridades y por eso salió hace años. Si no hubiera salido en ese entonces, no hubiera asesinado a la niña”.
Luego de que las buscadoras de Morelos quedaran convencidas de que el punto que les había resultado de interés fuera descartado, se nos pidió caminar a las orillas de la carretera para regresar al punto de inicio mientras se inspeccionaba las laterales.
Casi todos estuvieron de acuerdo menos don Jesús y sus dos jóvenes nietas. “Para que regresamos por ahí, la cosa es buscar entre el bosque. ¿Usted cree que los van a dejar así a la vista?, No, se responde así mismo. “Luego los suben caminando y ya dentro del bosque es donde les quitan la vida”, continúa compartiendo su hipótesis el hombre de sombrero.
El señor que decide internarse 20 metros más, es padre de Jesús Armando Reyes Escobar uno de los 3 hombres que trabajaba en el sanborns Lindavista y quien desapareció cerca o dentro de la cervecería La 22 al igual que sus dos compañeros.
Al señor Reyes lo siguen sus nietas Abigail de 21 años y Dafne de 16, además de un par de personas que no solo confían en el instinto del padre, concuerdan y apoyan la idea de aprovechar los últimos minutos que les quedan en la zona boscosa
–¿En qué se fijan para buscar?–, le pregunto a Abigail.
–Es como un instinto. Pero también donde hay basura, donde hay bolsas amarradas, donde hay aserrín, donde veamos ropa tirada, o donde veamos cabellos, así encontraron a Margarita el año pasado–, dice la jovencita de pantalones negros.
–El año pasado vino a esta búsqueda el señor Eddy Carrillo y él nos enseñó muchas cosas.
La joven buscadora se refiere a Eddy Carrillo, quien se ha ganado el afecto y respeto de muchas personas y colectivos, pues acude a todas las búsquedas en donde solicitan su conocimiento. El hombre ha participado en la localización de aproximadamente 200 cuerpos y poco más de 100 con vida. El originario de Tijuana es considerado prácticamente una leyenda entre los buscadores, o esa impresión muestra Abi.
Al paso por el bosque se encontró la credencial de un joven, la cual se fotografió para ser compartida entre los diversos grupos de familiares de personas desaparecidas y también se revisó un par de bolsas más sobre la carretera, sin rastro de positivos.
En el autobús, de camino al albergue, las madres y familiares de personas desaparecidas se mostraron sonrientes pese al cansancio inminente que mostraba la expresión de sus ojos, la tierra en sus pantalones, el sudor en sus frentes. Sonrieron pese al dolor, sonrieron pese a no haber obtenido los resultados deseados, sonrieron por gratitud, sonrieron porque al final, la sonrisa, como la esperanza, es lo único que nadie puede arrancarles.
Una jornada de trabajo, de lucha, de sororidad, de emociones, de dolor, de confianza, de fé, concluyó el pasado viernes entre agradecimientos y el reconocimiento para todas las personas que la hicieron posible; incluso para quienes ellas consideran un aliado en la búsqueda de sus seres amados, se trata de un elemento de la Guardia Nacional que entre llanto y muestras de amor es despedido por algunas madres, pues dicen, es la última búsqueda en la que las acompaña.
Pese a lo complicado de la coordinación de esta jornada masiva que gestionó Jaqueline, mamá de Jael Monserrat Uribe de 21 años a quien busca desde julio del 2020, la joven madre concluye: “Esta búsqueda fue positiva, no somos muchos colectivos, somos uno solo porque Buscando nos encontramos”.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
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