Pronto será de nuevo 25 de septiembre, fecha en que se nació la Glorieta de las mujeres que luchan. En medio del desacato que significa sustituir la estatua de un hombre europeo por la silueta de una mujer en resistencia, también nos recuerdan que la mayor apuesta es por la vida: sembrar un jardín para nosotras
Twitter: @celiawarrior
Al alba de un sábado de marzo, unas 30 mujeres esperan en las inmediaciones de una glorieta de la avenida Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México. Hasta hace cinco meses este lugar solía ser uno más del centro de la capital en el que confluyen arroyos vehiculares y se han montado monumentos que solo los turistas aprecian. Ahora, esta pequeña isla en medio del concreto es renombrada —por ellas y muchas otras y otros que representamos la memoria colectiva— como la Glorieta de las mujeres que luchan.
Es aún de madrugada, quienes integran el grupo lucen enérgicas y listas para la jornada. Tienen planeado: colocar al centro de la glorieta, en el pedestal que sostuvo la estatua de Cristóbal Colón por 144 años, una nueva figura de la silueta de una mujer con el puño izquierdo en alto para sustituir a la de madera que montaron hace unos meses; desplegar un tendedero de denuncias de violencias en contra de mujeres; un pequeño concierto con micrófono abierto y hasta sembrar un jardín de la memoria que nombre a diversas mujeres y sus luchas.
A lo largo del día se les unirán muchas, llegaran a ser decenas. Será una protesta, pero también una fiesta. Trabajarán fuerte, pero también se divertirán. Van a llorar mucho, de coraje y de felicidad. Luego van a abrazarse, van a gritar rabiosas, van a bailar.
Recordé ese día de marzo, cuando sustituyeron la figura de la mujer que lucha por una permanente, porque pronto será de nuevo 25 de septiembre, la fecha en la que la glorieta fue tomada por las mujeres organizadas. Se cumplirá un año de que fue renombrada y pasó a representar algo, por fin, para nosotras.
En la mayoría de las protestas de mujeres organizadas lo que sin duda destaca cada vez son los simbolismos, o lo que yo identificó como joyas discursivas llevadas a la acción:
En medio del desacato que significa sustituir —y sin permiso— la estatua de un hombre europeo —figura permanente del genicidio y el ginocidio— por la silueta de una mujer en resistencia, también nos recuerdan que la mayor apuesta es por la vida: sembrar un jardín para nosotras.
En medio del dolor y la rabia que pueden transmitir los mensajes que públicamente señalan violencias vividas tristemente por la mayoría de las mujeres, está la invitación a compartir valentías y enfrentar silenciamientos.
Cuando ellas plantearon sembrar un jardín de memoria, me llevaron a reflexionar en ese concepto que desde el poder quisieran apropiarse —por suerte, sin éxito— y lo entendí y me significó por primera vez de manera contundente a nivel individual y colectivo. Me enseñaron que la memoria está viva, se cultiva, se nutre, se sostiene, es decir, se cuida y, entonces, crece, da frutos.
Cuando en ese jardín sembraron los nombres de las mujeres que participaron en los movimientos feministas, sociales, militantes y guerrilleras, todas las “que abrieron camino en la lucha por nuestras libertades”, las imaginé ahí a cada una de ellas como árboles frondosos que nos dan sombra cuando el sol arrecia y cobijo durante las tormentas. A su alrededor brotaron como en un ecosistema las defensoras del agua y de la tierra, las buscadoras y rastreadoras, las madres de las víctimas de la violencia feminicida, las sobrevivientes y muchas otras.
“Nosotras hacemos la historia”, a pesar de los intentos de silenciamiento y borrado de sus vidas, remarcan las mujeres organizadas. Porque nosotras sabemos, las nombramos, sus luchas nos son vigentes.
“Nunca más la historia será escrita por los victimarios, perpetradores y sus cómplices que fomentan el odio, la desmemoria y el olvido”. Mientras estén ellas, mientras estemos nosotras. Entonces, el jardín es un espejo.
Periodista
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