Nicole y su madre huyeron de las amenazas en Honduras y se toparon con la violencia en la frontera: en Ciudad Juárez, donde esperaban asilo, fueron privadas de su libertad y su familia extorsionada
Texto: Verónica Martínez / La Verdad*
Fotografías: Rey R. Jauregui / Gabriela Minjáres / S.S.P.M de Juárez
CIUDAD JUÁREZ.– En la pared, Nicole colgó un letrero con su nombre en letras rosas en medio de dos retratos que dibujó su mamá, Ruth, con la intención de decorar la habitación que fue su hogar en un albergue de Ciudad Juárez. Las dos migrantes hondureñas esperaron casi dos años para cruzar a Estados Unidos bajo el Protocolo de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en inglés).
“Éramos de los primeros y seguimos aquí”, dijo Nicole, de 19 años, a finales de mayo. Unos días después, a mediados de junio, logró pasar la frontera.
En febrero pasado, su hermano de 11 años y su padre llegaron a Ciudad Juárez para sumarse a su caso de MPP. La familia huyó de Honduras y en tandas se trasladaron hasta esta comunidad colindante con El Paso, Texas.
Primero llegó la adolescente con su mamá. Los sucesos que las siguieron en su camino por México y estancia en Ciudad Juárez afectaron a Nicole fuertemente, aseguró Ruth, por lo que debe medicarse para tratar su ansiedad y depresión.
Nicole y su madre huyeron de Quimistán, municipio en el departamento de Santa Bárbara, donde Ruth trabajaba como maestra de química y biología.
Un alumno de 17 años le exigió con amagos que le diera una buena nota. En su momento, Ruth no creyó en las amenazas y las ignoró. Para la hondureña de 47 años la situación se volvió seria cuando otras personas le contaron de los rumores.
“Él decía que con lo más preciado mío se iba a desquitar, que es mi hija”, narró Ruth, quien piensa que hacer este tipo de declaraciones en las calles de Honduras es muy diferente a hacerlas en el aula “donde nadie más podría ser testigo de la afinación con maras” del alumno.
Fue entonces que Ruth tomó la decisión de salir de Honduras a mediados de julio del 2019. El esposo de Ruth y su hijo, ambos llamados Nicolás, fueron a vivir al pueblo de su suegra en Guatemala. Como conductor de tráileres, Nicolás tuvo la facilidad de trabajar en ese país y no volver a Honduras.
Nicole dejó su vida en Quimistán, donde dice que era feliz con su familia. Los fines de semana salían a pasear en carretera, ella era parte de un grupo de danza en su escuela y solo le quedaba un año para terminar la preparatoria donde ya empezaba a cursar informática avanzada.
Por México, las dos migrantes viajaron en diversos medios de transporte, pero la peor parte fue ir de Villa Hermosa a Puebla, dijo Ruth. Con cerca de otros 100 migrantes, las dos permanecieron amontonadas en el interior de un tráiler por más de 12 horas. Sobre ellas, más migrantes iban sentados en delgadas tablas de madera que con cada curva que tomaba la unidad rechinaban amenazando romperse.
La madre y su hija cruzaron a Estados Unidos por Ojinaga, Chihuahua, con el propósito de pedir asilo humanitario. Tras permanecer cuatro días en un centro de detención en San Antonio fueron transferidas a El Paso y expulsadas a Ciudad Juárez a principios de agosto del 2019.
En la frontera les esperaban más dificultades y discriminación por ser migrantes, dijo Ruth.
En enero del 2020, Al salir de hacer compras en un supermercado ubicado en la zona de Anapra, Ruth y Nicole fueron abordadas por el conductor de un automóvil de alquiler que les aseguró ser un UBER. Aunque pidieron el traslado al albergue donde vivieron los primeros cuatro meses de su estadía en la ciudad, eso nunca ocurrió.
Fueron entregadas a un grupo de hombres que las mantuvieron secuestradas. Las dos migrantes estuvieron retenidas por criminales que contactaron a su familia en Florida, exigiendo un pago de tres mil dólares. El hermano de Ruth, que ya lleva 18 años viviendo en Miami, hizo tres pagos de 950 dólares a tres cuentas bancarias diferentes. Después de cubrir el monto que se le exigió, la madre e hija fueron liberadas.
“No hallábamos qué hacer”, dijo Ruth llorando. “Realmente creo que por eso ya se colapsó mi mundo”.
Desde que Nicolás llegó a Ciudad Juárez, Ruth se sintió más segura de salir a comprar mandado. Nicole solo salía al Centro para hacer visitas con el dentista, al consultorio de su psiquiatra donde recibía terapia y a una tienda de abarrotes a metros de distancia del albergue a donde se cambiaron tras su secuestro.
Ruth y Nicolás nunca consideraron quedarse en México. Para la madre de 47 años, la principal barrera es la discriminación y xenofobia hacia los migrantes que, dice, encontraron aquí. Para Nicole, es el trato inhumano que pasaron en su transcurso por el país.
En la última semana de mayo, en el albergue dieron a la familia una noticia sobre su proceso de asilo.
“Les tengo buenas noticias”, dice Ruth recordando las palabras del director del albergue donde pasaron sus últimos meses en Ciudad Juárez. Se les comunicó que su caso fue considerado mixto, por lo que su esposo e hijo fueron agregados a su solicitud de asilo.
“No es que crea que todo será mejor en el otro lado, pero lo que yo quiero es sentirme con libertad”, dijo Ruth unos días antes de cruzar la frontera. “Quiero poder transitar libremente como lo hacía en mi país después de esa experiencia que nos separó”.
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Este trabajo fue realizado por LA VERDAD, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Este contenido fue producida por como parte de Puente News Collaborative, una asociación binacional de organizaciones de noticias en Ciudad Juárez y El Paso. Aquí puedes consultar la publicación original
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