Hace una década Cherán se organizó para proteger su territorio. Fue un levantamiento encabezado por mujeres. Si este levantamiento hubiera sido protagonizado en su origen por hombres la historia hubiera sido diferente: linchamientos, venganzas. En cambio, las mujeres que se levantaron tuvieron dos aciertos de inmediato: primero frenaron la tala y luego detuvieron el crecimiento exponencial de la violencia; en segundo lugar, llenaron de valor a todo Cherán para salir de la inmovilidad y comenzar a organizarse
Texto y fotos: Heriberto Paredes Coronel
Al bajar del autobús me tardé unos minutos en darme cuenta de que estábamos como a cien metros de donde había mucha gente reunida. Algunas columnas de humo completaban la escena. Conforme nos acercamos, las personas cobraron más definición y sus jorongos y sombreros nos indicaron que estábamos en un lugar donde en la madrugada hacía mucho frío. Era mayo de 2011, en la meseta p’urhépecha de Michoacán, Cherán, una localidad de poco más de 20 mil habitantes, que hace poco más de 2 semanas se había levantado en armas para frenar a un grupo de talamontes ligados al crimen organizado.
Nadie más bajó del camión. Así que al llegar a donde estaba la gente, éramos tan sólo tres aprendices de periodismo, de pie, frente a un montón de señores cubiertos del rostro y de los cuales salieron las primeras palabras, lógicas: ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?
«Somos periodistas independientes, tenemos mucho interés por conocer lo que pasó aquí, saber por qué están luchando, tal vez podemos hablar con algunas personas, hacer algunas entrevistas y, si nos permiten, tomar algunas fotos», no recuerdo si dije yo o alguna de mis compañeras de trabajo y cobertura. Recientemente habíamos decidido avocar parte de nuestra vida al periodismo, oficio que inevitablemente nos enseñó –ahora lo sé– a periodistear.
Por alguna razón les generamos confianza y nos indicaron que podíamos subirnos a una combi que estaba pasos más adelante, detrás de la barricada. Al avanzar, vimos restos de lumbre y de comida, un adelanto de lo que se convertiría en un modo de hacer política en Cherán, en un espacio de discusión fundamental para organizarse calle por calle: las fogatas.
Subimos al transporte y ahí nos recibió el Profe Trinidad Ramírez, nos dio la mano y se presentó como maestro. Nos llevó a su casa, desayunamos y comenzó la ruta de una investigación que no se ha detenido hasta ahora. De hecho, a cada paso dado en la comunidad p’urhépecha, nuevas preguntas y nuevos aprendizajes se abalanzan.
Este primer acercamiento nos transformó, al menos puedo decir esto respecto a mi propio proceso como periodista. Estar ahí, en la casa de una de las familias que había participado en el alzamiento, saber que afuera, semi-atravesados en las avenidas, estaban algunos vehículos quemados, y que la gente no dejaba de transformar su entorno… estas fueron las primeras enseñanzas.
Tata Trini nos contó de las razones del levantamiento popular contra los talamontes, quienes protegidos y apoyados por la policía municipal y las autoridades locales habían destrozado una parte considerable del bosque que rodea Cherán. Habló de que, más o menos, por 2008 el corte ilegal de madera se hizo visible y sistemático, así como perpetrado por sujetos con armas de grueso calibre, quienes iban y venían manejando transportes llenos de madera.
Hoy sabemos que quienes cometieron estos destrozos eran parte de una organización criminal conocida como la Familia Michoacana, misma que había diversificado sus negocios de tráfico y venta de droga al de extorsión, secuestro, y venta ilegal de madera preciosa. También se sabe que Roberto Bautista, priísta, fue el presidente municipal que les dio apoyo para este saqueo.
Habían pasado pocas semanas desde que un grupo de mujeres se había armado de coraje y, al despuntar el día 15 de abril de 2011, tocaron las campanas de la iglesia del Calvario para convocar al pueblo entero y, de manera conjunta, detener a quienes osaban acabarse el bosque, aquel lugar de donde provenía el sustento de la comunidad. Fueron las mujeres quienes, en lugar de reproducir la violencia, pusieron un alto al despojo, armadas de palos, machetes y sartenes, detuvieron por unos días a los criminales y luego los entregaron sanos y salvos.
«Yo pienso que en ese momento nos vimos con la necesidad de apoyarnos nosotras mismas. Yo no voy a hablar aquí de que yo hice más, que esa hizo más. No. Te nace el valor de ver sufrir a tu gente, de ver qué es lo que le está pasando al otro, entonces se junta como que todo ese ánimo, toda esa fuerza. Es cuando, pues tienes que apoyar. Tienes que hacerlo. Ya no es que quieras o no quieras, ya estás metida en el barco y tienes que hacer algo por tu gente. Por lo menos yo pienso que eso es la sangre que nos corre a nosotros acá en las comunidades, de que tenemos que hacerlo así», relataría Nana Adelaida en una entrevista años después del levantamiento.
Por supuesto que, si este levantamiento hubiera sido protagonizado en su origen por hombres, es muy probable que la historia hubiera sido diferente. Las probabilidades del linchamiento eran altas y el coraje anidado entre las familias cheranenses habría bastado para encender la mecha. En cambio, las mujeres que se levantaron tuvieron dos aciertos de inmediato: primero frenaron la tala y luego detuvieron el crecimiento exponencial de la violencia; en segundo lugar, llenaron de valor a todo Cherán para salir de la inmovilidad y comenzar a organizarse.
Todo esto lo reflexionamos muchas noches al calor de una fogata o muchas fogatas, siempre con atole blanco o café en la mano, té de nurite y algo qué comer, desde churipo hasta pozole. Nunca faltó la comida en las fogatas. De una manera espontánea, se consensuó en toda la comunidad que para vigilar día y noche las calles, había que estar haciendo guardias, dando informes a la recién formada Ronda Comunitaria, ese grupo de jóvenes que hacía vigilancia en las entradas y salidas de la comunidad y en los linderos del bosque.
No hubo mejor modo que sacar la cocina a la calle y ahí estar haciendo guardia, alrededor de un fogón que nunca se apagó. De día, mis compañeras y yo, hicimos recorridos tratando de conseguir entrevistas, datos, buscando a quién nos pudiera hablar de los detalles técnicos de la tala, la extensión del bosque, los árboles que se perdieron, cuántos vehículos transportaban la madera al día, mapas de la región y de la población. De noche elegíamos una fogata y ahí empezábamos, platicando un poco, comiendo otro tanto, y luego a otra fogata, y luego a otra, y luego a otra, hasta que el cansancio nos obligaba a dormir al menos un par de horas.
Cherán siempre me ha recibido con los brazos abiertos y las puertas de su casa listas para ser atravesadas. Ha significado un lugar de confianza y de mucho cariño. En aquellos años, una década atrás, no imaginaba todo lo que la comunidad caminaría a partir de las reflexiones hechas en las fogatas y cómo la historia sería hecha sin necesidad de partidos políticos o líderes que verticalmente guiaran el proceso.
En las fogatas hablaban las mujeres, nos hacían preguntas y bromas, ellas nos dieron la pauta de lo que había que escuchar y delinearon esta lucha tan transparente. Fueron ellas las que, una mañana consiguieron que nos coláramos en un recorrido por el bosque talado y quemado, en compañía de una delegación de la Comisión Nacional Forestal, quien venía a hacer un recuento de los daños.
Las fotos que acompañan este texto son en buena medida fruto de este recorrido, y son también imágenes del dolor. Una sensación de muerte y vacío me recorre cada vez que recuerdo este momento. Un pesado silencio reinaba cada paso y la sensación de un posible tiroteo ocasionado por los talamontes crecía. Hace unos meses regresé a Cherán para otro proyecto y por razones de plagas en ciertos árboles, la única salida fue derribarlos, así que de pronto presencié la caída de un pino de 20 o 30 metros y el sonido que se desprende de su desplome es el sonido de la muerte, la banda sonora de lo que 10 años antes vi por primera vez.
Tras una década de diversos acontecimientos que sería difícil sintetizar, me quedo con las sensaciones de los primeros días en que todo era nuevo y estaba por hacerse, pero también pienso en que cada ciclo de gobierno comunal está basado en este principio de reinvención, de reconstrucción de algún aspecto que la Asamblea General determina como prioridad. En Cherán se construyó un proceso que sentó las bases de un camino para la autonomía en México, pero sobre todo se fortaleció la determinación y la libertad que cada pueblo originario tiene para elegir la forma de gobierno y organización interna que le parezca pertinente.
Cherán construyó su propio camino, así como años atrás lo habían hecho las comunidades zapatistas, tal y como se ha hecho en Oaxaca o en Guerrero, en donde otros modos y otros caminos de la política han surgido o se han confirmado, a veces bajo la influencia de las experiencias más sonadas, pero a veces bajo el signo propio. Esta comunidad michoacana puso en entredicho que la política existe únicamente dentro del cause tradicional del Estado mexicano, bajos sus términos y condiciones, y exhibió que quienes han apoyado y protegido criminales son los partidos políticos que pretenden gobernar.
En este primer semestre de 2021, por cuarta ocasión, Cherán está activando sus mecanismos para elegir al nuevo Consejo Mayor, órgano de gobierno surgido tras el levantamiento, compuesto por 12 personas, 3 de cada uno de los 4 barrios que forman la comunidad. De manera simultánea, Michoacán y otros estados en el país convergen en la carrera partidista para presidentes municipales y gobernadores, para la renovación del aparato legislativo, sin que importe mucho establecer un mecanismo de participación política popular.
Tal vez valga la pena resaltar que mientras en otras regiones de México las posibilidades de que los jóvenes elijan la profesión o la actividad laboral que mejor les plazca son muy reducidas, casi inexistentes, en cambio en esta comunidad p’urhépecha, aunque sea incipientemente, existe la posibilidad de ser artista, arquitecto, doctor, historiadora, promotora cultural. En Cherán la gente puede salir a la calle con tranquilidad, las casas no tienen enormes chapas para cerrar las puertas, las niñas y niños juegan y de alguna manera, la vida es mucho mejor.
Fotógrafo y periodista independiente residente en México con conexiones en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Cuba, Brasil, Haití y Estados Unidos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona