A Xóchitl se le agota el tiempo

20 mayo, 2024

Quedan sólo nueve días de campaña y 13 para los comicios del 2 de junio. En la recta final, la oposición podrá apretar el paso, pero no desandar el camino de una campaña errática e insustancial

Por Ernesto Núñez Albarrán / X: @chamanesco 

Después del tercer debate, comienza la recta final de las campañas presidenciales 2024, y la gran pregunta es si Xóchitl Gálvez aún podrá alcanzar a Claudia Sheinbaum.

Nueve días, que es lo que le queda a las campañas, son muy pocos para revertir las tendencias que, desde hace meses, favorecen a la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum. Y, si en algo han sido eficaces Morena, Sheinbaum y el gobierno federal, es en difundir la idea de que la elección está resuelta.

Esto no tendría por qué cambiar en los 13 días que faltan para el domingo 2 de junio, pero vale la pena analizar en qué se basa esta certeza, más allá de la versión oficial de la inevitabilidad del triunfo de Morena.

¿Quién cree en el triunfo de Xóchitl Gálvez?

La narrativa de “este arroz ya se coció” tiene asidero en cientos de encuestas que se han publicado desde principios del año, creando una percepción pública contra la cual Xóchitl Gálvez ha tenido que remar desde el día 1 de la campaña.

Con todo y que sus publicistas no son novatos ni carecen de experiencia en la creación de “narrativas”, sí han sido incapaces de modificar la percepción. Dicho de otra manera, a pesar de haber gastado más de 280 millones de pesos en la campaña presidencial (casi todos en propaganda, redes sociales e internet), el equipo de Gálvez no ha logrado repuntar.

Desde septiembre, cuando Gálvez llegó a su techo de crecimiento en la cerrera presidencial, sus preferencias se estancaron, manteniéndose a una distancia de entre 10 y 25 puntos de distancia respecto a Sheinbaum, dependiendo de la encuesta que se mire.

Toda la campaña, Gálvez ha intentado convencer de que la elección no está resuelta y que aún puede ganar. Le ha dicho eso, no sólo al electorado, sino a dirigentes empresariales, a jefes de gremios y sectores; a grupos de poder social, económico y político; a periodistas e intelectuales, a líderes religiosos; a los propios dirigentes, cuadros y militantes de los partidos que la postulan, y a patrocinadores de campañas, quienes ven con desconfianza invertir en una causa perdida.

Ésa es una de las tragedias de Xóchitl Gálvez en 2024: que ni los más conspicuos “haters” de Andrés Manuel López Obrador creen genuinamente que la candidata de Fuerza y Corazón por México pueda realmente derrotarlo.

Incluso, dentro de los partidos que la postulan abundan las voces que, fuera de micrófono, dan por perdida la Presidencia, aunque dan por ganadas —o al menos competidas— otras posiciones, como la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; las gubernaturas de Guanajuato, Yucatán, Morelos y probablemente Puebla y Veracruz; además de decenas de ciudades capitales y municipios poderosos, como los de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.

De hecho, las dirigencias del PAN, PRI y PRD han concentrado su atención, su operación política y recursos en esas batallas locales, y en la obtención de una cantidad de votos suficientes, primero para que sus partidos conserven sus registros, y segundo, para meter el mayor número de diputados y senadores al Congreso.

Las estrategias diferenciadas de los partidos —respecto a lo que se decide en el cuarto de guerra de Xóchitl— pasan por una realidad: los dirigentes nacionales del PAN, Marko Cortés; PRI, Alejandro Moreno, y PRD, Jesús Zambrano, se colocaron en el número uno de la Lista Nacional de candidatos de Representación Proporcional al Senado, por lo que tienen (casi) asegurado un escaño.

Además de ellos, las cúpulas del PAN y del PRI acomodaron a sus grupos locales y nacionales de interés en las candidaturas mejor posicionadas al Senado y la Cámara de Diputados: padroneros, jefes de sector, liderazgos nacionales, ex gobernadores y todo aquel con capacidad de poder en los órganos de dirección de ambos partidos tienen una pluri asegurada.

No así el PRD, cuyo registro está en duda, pues requiere ganar, por sí mismo, el 3 por ciento de la votación en alguna de las tres elecciones federales: Presidencia, Senado o Cámara de Diputados.

¿El resultado? Una campaña errática, mal diseñada desde el principio, mal operada por los dirigentes del PAN, PRI y PRD; una campaña que constantemente intentó “golpes de timón”, “cierres de fila”, “alineamiento de mensajes”. Una campaña cara, con más tropiezos que aciertos.

19 de mayo, última llamada

La última llamada para la campaña de Xóchitl Gálvez fue la del domingo 19 de mayo. Pero, ni el tercer debate, ni la manifestación de la “marea rosa”, representaron el punto de quiebre que esperaban en el equipo de la candidata opositora.

La apuesta fue muy grande: volcar todas las esperanzas de cambio en las tendencias en una sola jornada, sometiendo a la candidata al esfuerzo de hablar ante un Zócalo lleno y enfrentar un debate de una hora 40 minutos sin perder la concentración. Todo en un lapso de 10 horas.

Personalmente, Gálvez pasó la prueba y guardará ese día como el mejor recuerdo de una campaña tortuosa: su discurso ante la concentración ciudadana fue breve, pero emotivo. Su presencia causó entusiasmo entre los asistentes y reanimó al voto antiAMLO que se movilizó en las cuatro estaciones de la “marea rosa”: noviembre 2022, febrero 2023, febrero 2024 y mayo 2024.

Su mensaje fue el adecuado, pero no pasará a la historia.

Lo mismo ocurrió en el debate: fue notorio su empeño en descolocar a Claudia Sheinbaum con golpes que la pusieran contra las cuerdas.

Llegó mucho mejor preparada y concentrada, y hasta parecía estar disfrutando el ejercicio. A Xóchitl se le notó el entrenamiento, probablemente asesorada por pugilistas como Roberto Gil, Javier Lozano y Germán Martínez. Repartió golpe tras golpe, sin cesar, pero no logró que Sheinbaum bajara la guardia o se arrinconara en una esquina.

Al contrario: al atacar todos los flancos, la retadora expuso su punto débil, el de una candidata que golpea desesperadamente, con más rabia que eficacia, desde su lejano segundo lugar.
Y no logró que la puntera se enganchara.

La democrática incertidumbre

Ya no es tan temprano como para decir que la elección aún no está resuelta. Quedan sólo nueve días, algunos recorridos y mítines de cierre de las campañas locales; el gran cierre del miércoles 29 de mayo, y algunos millares de spots por difundirse en televisión, radio y redes sociales.

Vendrá una última ronda de encuestas, que será el único parámetro que tendremos para saber si el 19 de mayo modificó las tendencias.

Luego la jornada de reflexión, en la que se aplica la llamada “veda electoral” —en la que nadie puede hacer propaganda, promover el voto o difundir encuestas— transcurrirá entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio.

Y finamente el domingo de los comicios, que serán, además de una “fiesta ciudadana”, un duelo de estructuras, donde los partidos políticos pondrán en juego su capacidad de movilización de votantes.

En ese terreno, los partidos de Xóchitl también han mostrado poco músculo durante la campaña, con escasos mítines, mientras Morena y sus aliados llenan dos o tres plazas cada día.

La candidata del partido en el gobierno juega con la ventaja de disponer de enormes recursos, apoyos de todo tipo emanados de 23 gobiernos estatales y dependencias federales, el respaldo mañanero del presidente, padrones de millones de beneficiarios de Programas del Bienestar, un partido con más de 2 millones 300 mil afiliados, prerrogativas por más de 3 mil millones de pesos, y una marca de partido que atrae a todo tipo de operadores, liderazgos locales, gremios y patrocinios, tanto legales como ilegales.

En contraparte, Xóchitl Gálvez asegura que si participa el 64 por ciento del padrón electoral; es decir, más de 63 millones de votantes, con eso ganaría, pues “el voto ciudadano derrotaría al voto comprado”.

Su apuesta suena noble y políticamente correcta, pero irreal, si se considera el hecho de que la campaña opositora —sus partidos, su candidata y sus propuestas de país— no alcanzaron a entusiasmar a las grandes masas de votantes.
Y, para ganar la elección, antes era necesario ganar la campaña.

Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.