Hablar de racismo (pareciera) se ha vuelto común. Se habla de él en las redes, en foros públicos, se le denuncia y cuestiona. Jumko Ogata-Aguilar nos comparte sus reflexiones sobre este diálogo alrededor y hacia dónde podrían dirigirse, para provocar cambios más profundos que impacten en la vida de las personas racializadas
Texto: Daniela Rea
Foto: Especial
CIUDAD DE MÉXICO- Jumko es estudiante en la Universidad Autónoma de México y ha enfocado su trabajo de investigación alrededor del racismo, la memoria y la identidad.
Su trabajo sobre la identidad tiene una historia: la suya propia está construida desde muchos lugares. Los papás y abuelos de Jumko nacieron en México. Su parte materna es de Tuxpan con ascendencia zapoteca, nahua, blanca y negra. Su parte paterna es afrodescendiente y su bisabuelo llegó de Japón.
“Fue un migrante, una especie de trabajador semiesclavizado, una forma de trabajo que se hizo muy popular a finales del siglo 19 y 20 cuando se abolió la esclavitud africana y se necesitaba reemplazar esa mano de obra y se trajeron a las Américas trabajadores chinos, de la India y japoneses”. El recién llegado se casó con una mujer negra del sur de Veracruz y una de las hijas que tuvieron es la abuela paterna de Jumko.
Desde esas muchas formas de habitar el mundo, Jumko ha aprendido la forma en que el racismo marca la vida de las personas y nos convoca a comenzar a construirnos desde el espacio opuesto, el antirracismo.
–En distintas conversaciones, Jumko, has propuesto construirnos desde el antirracismo, ¿qué implica, a qué nos compromete eso?
–Por un lado darnos cuenta de la categoría en la que estamos, en la que se nos categoriza racialmente, en lugar de usar esa categorización para ejercer nuestro privilegio o resignarnos al destino que somos de eso.
Se puede usar para saber con qué tanto privilegio contamos y a partir de ahí saber de qué formas ejercer nuestra resistencia al antirracismo: personas aliadas que usen su privilegio para poner atención en personas racializadas que denuncian violencia; y en personas racializadas, saber en qué nivel de la jerarquización estamos. Porque entre personas racializadas existen problemáticas como el colorismo, que unas seamos más escuchadas que otras, porque no somos tan oscuros como otros compañeros. El saber de qué categorías partimos nos ayuda a tener mayor claridad de cómo es que podemos ejercer de mejor forma el antirracismo para el bien de las comunidades a quienes pertenecemos. Cuál es el lugar donde podemos ser más útiles y desde dónde es más prudente que nos paremos.
–¿Cómo mina la vida de las personas el racismo?
–El racismo nos pone en jerarquías. Por un lado en grupos raciales y luego por ser más o menos blanqueados. Después lo que una persona hace para tratar de verse más blanqueada. El blanqueamiento implica la negación de la identidad propia; y tratar de aspirar a lo blanco porque pensamos que es mejor, pero porque es una imposición social; y quien se niega a blanquearse no accede a espacios en los que podrían tener una buena calidad de vida.
Entonces estas identidades son identidades de poder que determinan quiénes sí van a poder acceder a ciertos privilegios y quiénes no. Esto significa que una persona racializada va a tener menos posibilidades de tener servicios de salud, de calidad, educación, etc. Entonces el racismo como un fenómeno violento va mucho más allá que alguien me discrimine en la calle o me diga prieta. Es una cuestión de que a un grupo de personas por cuestiones culturales, físicas, se les niega el acceso a servicios de calidad, se les oprime y se les explota económicamente.
–Pareciera que ahora hay disposición para hablar abiertamente y cuestionar nuestro racismo. ¿Percibes que es cierto?
–Me parece que ya estamos en un camino para denunciar el racismo sistémico, porque actualmente la discusión está muy enfocada en la discriminación y discriminación individual y sí, debe discutirse, pero no debe dejarse de lado la importancia y violencia macro que es ejercida por lógicas racistas.
Me parece que las redes sociales son vitales en esta conversación. Porque muchas personas racializadas que no tenemos acceso a los medios tradicionales, que no somos hijos de nadie para aparecer en estos medios, y podemos acceder a espacios donde personas en nuestras mismas condiciones o personas con más privilegios y audiencias mayores nos escuchan. Si bien me parece que hoy, al contrario de hace 5, 10 años, sí se está abriendo la conversación aún falta camino que recorrer porque ahorita sólo está en los ámbitos en los que personas como yo nos movemos: internet, universitarias, castellano. Lo ideal sería que esto se pudiera difundir en más espacios, pero me aprece que vamos por buen camino.
–¿A qué te refieres con lo micro y lo macro?
–Estamos denunciando el racismo en simbólico y visual: estamos hablando de que no salimos en la tele, de que cuando salimos en la tele sólo nos ven como criminales, que en la escuela me decían prieto, que no me dejaron entrar en esta tienda porque soy racializada. Ese es el lado individual, experiencias específicas de discriminación y me parece que habría que virar a nivel sistémico: estadisticamente, según el Coneval en 2018, el 69.5 por ciento de la población indígena vive en pobreza, cuando a nivel nacional es el 39 por ciento; el 27.9 por ciento de la población indígena vive en pobreza extrema, cuando a nivel nacional es del 5.2 por ciento.
Está bien que se hable de estas discriminaciones individuales, pero lo sistémico es donde nos falta centrar la discusión porque es donde más personas son afectadas y si hubiera un cambio importante podríamos acceder a servicios y derechos sin condicionamientos por ser racializados.
–¿Cómo podemos generar un espacio de conversación seguro para hablar del racismo?
–Al menos en mi forma personal de ejercer el antirracismo me parece importante escuchar y enseñar desde la compasión, ahorita es muy popular contestar de manera agresiva porque es frustrante que la gente no entienda la gravedad de acciones, comentarios. A mi parecer es importante el consturir, el tratar de enseñar y pues justo, encontrar una forma para decir las cosas para que la otra persona escuche. Para que la otra persona se cuestione, no se sienta atacada. En la ignorancia hay peligros que abordar y entre más se pueda diseminar esa ignorancia y construir a partir del conocmiento es que se podran cambiar las cosas. Por eso en lo personal no me gusta ser agresiva porque no es mi forma de construir.
–¿Qué otro elemento consideras importante advertir, considerar en las discusiones sobre el antiracismo?
–Como es una conversación popular que ha adquirido fuerza en las últimas semanas, también hay que escuchar a las personas racializadas y escuchar las experiencias y tratar de mantener una mente abierta; y por otro lado la fragilidad del ego que hace que personas blancas se sientan atacadas cuando una persona racializada les denucie. No se trata de un ataque sino de una invitación para que dejen de replicar estas lógicas racistas.
–En la conversación que tuviste con Kaja Negra hablaste de la importancia de las historias como una forma de combatir el racismo. ¿Qué significa esto para ti?
–Las mayores ventajas que tiene el poder contar nuestras propias historias y hacerlo con perspectiva personal (además está la escala comunitaria), es que podemos sentir empatía con la persona de la cual estamos hablando. Por ejemplo, no es lo mismo leer una historia sobre el holocausto en un texto de historia, que leer los diarios de Ana Frank. Cobran otra dimensión, sobre todo con eventos históricos lejanos o que parecen no afectarnos. Esta es la importancia de no tener una sola perspectiva de cómo se viven estos procesos, traumas, épocas violentas.
–¿Cómo te diste cuenta de esta posibilidad?
–A partir de mi tesis empecé a investigar sobre migración japonesa, sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre la diáspora japonesa en el mundo; y un momento muy fuerte fue la película Cartas desde Iwo Jima. Una parte de la historia es contada desde los Estados Unidos y otra desde los japoneses.
Para mí fue muy fuerte ver la parte de los japoneses porque fue una forma de revivir, hasta el cierto punto, el trauma que había pasado mi familia cuando se llevaron a mi bisabuelo en la Segunda Guerra Mundial, sólo por ser japonés. Eso fue, por un lado, ver la magnitud que podían tener las narraciones. También la novela Pachinko y cómo estas violencias, procesos históricos afectan a las familias como estructura. Después descubrí que mi bisabuelo pertenece a una parte de Japón que fue anexada 8 o 10 años antes de que él naciera, es decir incluso él fue una persona colonizada en Asia.
Por el otro, crecí mucho con mi abuela. Ella me ha contado siempre historias de su pueblo, su juventud, su papá, que vino de Japón. Y para mí la narrativa oral ha sido muy fuerte y ha tenido mucho peso en mi vida y en el constituirme como una persona con identidad propia. Cuando era más chica me preguntaba mucho ¿de dónde soy? ¿Cuál es mi comunidad? ¿A dónde pertenezco? Estas narraciones me han servido para constuir una identidad y cómo mi identidad encaja en la comunidad con mi familia.
–¿Cómo cambió tu habitar en el mundo cuando tú te contaste tus historias?
–Me ha dado más seguridad en mi identidad porque tiene tantas intersecciones racializadas. Y me he dado cuenta que no tengo que limitarme o identificarme a una; y entender cómo es que me tengo que mover por el mundo y transmitir mi mensaje basado en este círculo. El saber quién soy, y de dónde vengo y dónde me posiciono, me permite saber a dónde quiero llegar con y a pesar de las limitaciones que pueda o no tener.
Me gustaría que los relatos, las historias ,sirvan para que la gente que las vea sepa que hay otras formas de existir y vivir nuestras historias de forma digna. Este es el espacio que estoy tratado de crear.
Aquí puedes conocer más el trabajo de Jumko:
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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