En el 2014 se publicó un manual que traza el actuar de las fuerzas armadas en sus tareas de seguridad pública. Uno de los ordenamientos más claros del documento es el no usar la fuerza letal contra una persona, salvo que la vida del soldado esté en riesgo. Los hechos ocurridos en Palmarito, Puebla, levantan de nuevo alertas sobre abuso de la fuerza y asesinatos por parte de soldados.
Redacción
El 30 de mayo del 2014 el gobierno mexicano publicó el Manual del Uso de la Fuerza, el cual rige el actuar de las fuerzas armadas mexicanas en el ejercicio de sus funciones. El documento surge por el empuje de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales que exigieron un cese a la violencia cometida por soldados y marinos contra personas: ejecuciones extrajudiciales, tortura, desapariciones forzadas.
Pese a la publicación de este documento y a la capacitación en derechos humanos que la Sedena presume dar a la tropa para regular el uso de la fuerza y evitar acciones arbitrarias, los crímenes y las víctimas siguen aumentando. El más reciente ocurrió el pasado 3 de mayo cuando un soldado disparó en la cabeza de una persona sometida, en la comunidad de Palmarito, en el estado de Puebla, como se evidenció en un video subido a youtube por la cuenta Palmarito Tochapan. Los hechos ocurrieron en el contexto de enfrentamientos entre ladrones de combustible y soldados, que en la última semana habían dejado 10 personas muertas, cuatro de ellas soldados y seis civiles.
Cadena de Mando (http://cadenademando.org/) un proyecto periodístico de Pie de Página que busca responder a la pregunta de ¿por qué mata un soldado? Refiere que desde diciembre del 2006 a octubre del 2014 la Sedena ha registrado 3 mil 520 supuestos enfrentamientos, en los cuales han resultado 4 mil 46 personas y 209 soldados.
Según los relatos de los soldados entrevistados para el proyecto hay varios elementos que intervienen en el actuar durante un supuesto enfrentamiento: la deficiente capacitación, la imagen del enemigo que aprenden dentro de las fuerzas armadas, el coraje por tener compañeros muertos y el miedo de morir.
“Cuando estás en un enfrentamiento sudas, entras en un shock de ¿qué va a pasar? ¿voy a morir aquí? Algunos compañeros los ves llorando, otros repeliendo, otros defendiéndose, otros diciendo ‘órale, cabrón, ¿piensas morir aquí?’ En tu cabeza solo pasa si vas a morir o no. En ese momento, un segundo, unos segundos, te acuerdas de que tienes familia y pones en juego todo lo que tienes y como todos, de que lloren en tu casa, pues que lloren en la de él, lamentablemente”, dijo un soldado identificado como Javier.
“Ellos nos decían ‘jóvenes, van a salir a patrullar, van a salir, quiero chamba, quiero que metan resultados, la pinche delincuencia debe quedar erradicada, los sicarios, los traidores a la patria, todos esos pinches militares que ya no están con nosotros y que están en el otro bando deben ser erradicados. Ellos a ustedes no se la van a perdonar (…) Erradiquen jóvenes, erradiquen a todos los pinches traidores de la patria’. Entonces tu salías con esa imagen, pinche sicario pa´abajo”, dijo José, otro de los soldados entrevistados que estuvo destacamentado en Tamaulipas.
“El mando se aprovecha de que tú como elemento andas en la calle, de que si te tumbaron a un compañero ya tienes rencor en contra del crimen. Entonces el mando te dice ‘no hay pedo, mátenlos, que no quede nada vivo, ustedes mátenlos, yo los pago’, porque haciendo memoria en el Ejército sí me tocó recibir esa orden, que no queden vivos, los muertos no hablan. Esa era la norma número uno, los muertos no hablan, los muertos no declaran. Esa es la uno. Ah pero cuando ya todo sale mal, que se chinguen las escalas básicas, que se chingue la tropa. El mando se lava las manos”, agregó José.
“El adiestramiento es muy pobre, lo veía como un juego, disparar a una silueta… no nos ponían a simular enfrentamientos. Nos enseñaron a visualizar, analizar, reaccionar, pero ya cuando estás ahí lo único que piensas es a disparar para salvar tu vida. La primera vez que disparé a algo en movimiento fue cuando salí a patrullar, le disparé a un automóvil”, señaló Israel, quien está involucrado en el asesinato de una persona en Monterrey, Nuevo León.
Raúl Benítez-Manaut, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha impartido clases a jefes militares, dentro de los cursos de maestría en la Marina y el Ejército. En una entrevista que dio al proyecto Cadena de Mando explicó que los cursos de derechos humanos se dan a nivel de los oficiales superiores, pero en mucho menor nivel a los oficiales de rango inferior.
“La formación en derechos humanos en el Ejército va de arriba abajo: de académicos y expertos a jefes y oficiales de mayor grado. Ellos tratan de trasladar lo que han aprendido a los oficiales de menor grado y así sucesivamente. De ahí que puede ser difícil en ocasiones, por su nivel de estudios, que en la tropa y oficiales inferiores se pueda comprender qué significa respetar los derechos humanos”.
Esa situación podría generar un desequilibrio, explica el experto. “Los oficiales inferiores [tenientes, subtenientes], que son los que comandan operativos, reciben órdenes ambiguas: por ejemplo, tienes que acabar con los zetas, pero tienes que respetar los derechos humanos”.
El manual para actuar.-
El Manual define uso de la fuerza como “la utilización de técnicas, tácticas, métodos y armamento, que realiza el personal de las fuerzas armadas, para controlar, repeler o neutralizar actos de resistencia no agresiva, agresiva o agresiva grave”. Y define legítima defensa como “repeler una agresión real, actual o inminente, y sin derecho, en protección de la vida, bienes jurídicos propios o ajenos, siempre que exista necesidad de la defensa y racionalidad de los medios empleados y no medie provocación dolosa suficiente e inmediata por parte del personal militar o de la persona a quien se defiende”.
El documento prohíbe, entre otras cosas, restringir la respiración a una persona detenida, disparar desde o hacia vehículos en movimiento –excepto cuando “no hay alternativa” y haya riesgo inminente contra personas-, disparar a través de ventanas, puertas o paredes a un objetivo que no está plenamente identificado, disparar cuando se puede hacer daño a terceros o disparar a personas que sólo hacen daños materiales.
Y señala que el uso de la fuerza se realizará con “estricto apego a los derechos humanos, independientemente del tipo de agresión, atendiendo a los principios de oportunidad, proporcionalidad, racionalidad y legalidad”.
A los soldados se les enseña que existen tres tipos de resistencias: la no agresiva, la agresiva y la agresiva grave.
Resistencia no agresiva: conducta de acción u omisión que realiza una o varias personas, exenta de violencia, para negarse a obedecer órdenes legítimas comunicadas de manera directa por personal de las fuerzas armadas, el cual previamente se ha identificado como tal.
Resistencia agresiva: conducta de acción u omisión que realiza una o varias personas, empleando la violencia, el amago o la amenaza, para negarse a obedecer órdenes legítimas comunicadas de manera directa por personal de las fuerzas armadas, el cual previamente se ha identificado como tal.
Resistencia agresiva grave: conducta de acción u omisión que realiza una o varias personas, empleando la violencia, el amago o la amenaza con armas o sin ellas para causar a otra u otras o a personal de las fuerzas armadas, lesiones graves o la muerte, negándose a obedecer órdenes legítimas comunicadas de manera directa por personal de las fuerzas armadas, el cual previamente se ha identificado como tal.
El manual señala que la fuerza NO letal es la que se deberá emplear para controlar a personas en resistencia no agresiva y agresiva. Y la fuerza letal se usará para proteger la vida propia, de terceros. Esta ocurre cuando los agresores representen una amenaza a la vida de los soldados o terceros.
Las fuerzas armadas han sido reincidentes en el abuso de la fuerza y en la comisión de crímenes contra personas. Apenas un mes después de que se hiciera público el manual del uso de la fuerza en el 2014, los soldados asesinaron a civiles en Tlatlaya, Estado de México, en lo que podría ser una de las más graves masacres cometidas en México, como lo calificó Human Rights Watch. Sin embargo, un juez exoneró a los soldados implicados, pues entendió que la PGR no había aportado pruebas suficientes. El caso está en proceso.
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