Las estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM tomaron las instalaciones de su escuela para reclamar su derecho a estudiar sin ser violentadas por hombres de la universidad. condiciones de seguridad en las que las estudiantes sostienen la toma son nulas, mientras el hostigamiento en su contra no para
Twitter: @CeliaWarrior
Las estudiantes que hace más de seis semanas mantienen la toma de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM saben que hay una enorme presión por parte de diversos actores para que entreguen las instalaciones antes de que inicien las clases en enero. También saben que lo que están sosteniendo —sumado a otras tomas y paros recientes en diversos planteles en contra de la violencia de género dentro del ambiente universitario— es histórico, aunque no se le dé esa carga de importancia.
Ellas tomaron las instalaciones de su escuela para reclamar una vez más su derecho a estudiar sin ser violentadas por compañeros, profesores y trabajadores de la universidad. Pero, como ya son vacaciones, es tema pa’l próximo año, ¿no? Pues no. Ya quisieran los agresores y quienes se desviven justificándolos —cuando no encubriéndolos— que por lo menos en el fin de año esas mujeres organizadas se cansaran y los dejaran en paz, brindar y regresar a clases como si nada hubiera pasado. Apuestan al desgaste como única estrategia y de tanto negar la realidad no alcanzan a medir la fuerza de la dignidad y la rabia.
Las alumnas resisten, insisten y sostienen sus demandas, aunque pareciera que tanto la comunidad como las autoridades universitarias nunca van a terminar de comprender lo que exigen. En esa incomprensión muestra cuan incapaces son de fugarse de la lógica heteropatrialcal cimentada en la dominación del discurso, la revictimización, el diálogo aparentado y la burla. Y como de eso que demandan las alumnas es de lo último que se habla aquí ellas lo publican resumido [a ver si así las leen], con las debidas aclaraciones para que el querido público no se vaya de bruces a aplaudir las respuestas del director de la FFyL, Jorge Linares.
Mientras tanto en machistlán, los hombres will be hombres y van a decir que la emotividad y la rabia no pueden ser alimentos centrales de La Lucha™, van a cuestionar que la toma se mantenga porque no quieren que la toma se mantenga. Sus reflexiones —por más sinceras y sesudas— partirán de un existir que no los dejará reconocer que su verdadero privilegio no es pertenecer a una comunidad, sino ser un hombre, blanco, con un estatus social elevado, dentro de esa comunidad. Van a construir un “principio de realidad” que olvidará ponderar desigualdades intrínsecas y a aquello que decidan no comprender, lo van a denostar.
Si la toma de la FFyL y otras acciones de las mujeres organizadas y grupos feministas en la UNAM no tiene la suficiente difusión mediática y el apoyo social —a diferencia de otras protestas estudiantiles—, antes de lanzar juicios apresurados podríamos considerar el terrible escenario del que partimos: la soledad absoluta de alumnas que tienen que tomar las medidas más drásticas para exhibir una violencia que está a la vista de todos, pero tantos deciden ignorar; en donde el 99.3% de las denunciantes son mujeres, mientras el 94.5% de los agresores son hombres.
Puede [pueeede] que si partimos de ahí, las razones para mantener la toma sean más evidentes y no nomás porque ellas se equivocan en estrategias, epítome de la reflexión de quien cuestiona y critica que la toma se mantenga desde su visión particular y privilegiada.
Es verdad, no hay comunidad suficientemente comprometida con señalar y parar la violencia en contra de las mujeres ni en FFyL ni en muchos otros escenarios de este país. Pero no es solo por cerrazón o indiferencia por parte de unos u otros actores, hay que ver el miedo cotidiano al señalamiento y estigmatización social que durante años ha fortalecido el discurso misógino que criminaliza a quienes se nombran feministas y a otras mujeres que accionan políticamente para defenderse de la embestida patriarcal. Muchas de esas mujeres, por más de acuerdo que estén con las exigencias feministas, prefieren no nombrarse así y encontrar cualquier otra etiqueta que les permita luchar por sus derechos dentro de un marco de acción en el que continúan negociando con sus opresores, aunque en el fondo sus acciones políticas sean feministas.
Luego, está la frustración de los aliados que no saben cómo participar en un movimiento separatista sin asumir el protagonismo. Como buenos varones se quejan porque no son incluidos en eso en lo que les urge participar. No alcanzan a ver lo más evidente: muchos de los estudiantes organizados de la UNAM que han acaparado el discurso de La lucha estudiantil®, y han negado la palabra abiertamente a estudiantes feministas en asambleas y otros eventos de la comunidad, son los mismos que han sido señalados como agresores [“Shoking!”, dijo nadie, nunca] cuando de violencia de género se trata. De ahí que los espacios separatistas se tornen cada día más necesarios y sean tan solo la respuesta natural del feminismo universitario después de transitar por un camino que no inició ayer [Ya, les urge leer —pero YA— este línea del tiempo de Colectiva Oleaje en dos entregas: 1 y 2].
Anular, desestimar o intentar invisibilizar la presencia de las mujeres como sujetos políticos organizados solo revela la misoginia —reconocida o no— de los actores que no se atreven ni por error a nombrar su toma, toma, o a las mujeres organizadas, Mujeres Organizadas, y deciden escribir “toma» o “mujeres organizadas”, como si entrecomillar palabras o conceptos les restara valor a los hechos.
Si sostener las demandas frente a las autoridades —que también son victimarios— torna aún más difícil la situación de las alumnas que participan en la toma de la FFyL, ¿por qué juzgar esa resistencia como un acto infantil?
Sería más útil intentar desarticular el discurso que las anula, desestima e invisibiliza, señalando que las autoridades están abiertas a negociar, más no a satisfacer demandas, quieren realizar diálogos en condiciones totalmente adversas para las estudiantes, quieren que acepten soluciones aparentes que son una burla —como destituir a la única mujer de la lista de funcionarios de los que piden renuncia, pero mover de una oficina a otra a un funcionario hombre acusado de encubrir agresores y obstruir los procesos jurídicos. Y las condiciones de seguridad en las que las estudiantes sostienen la toma son nulas, mientras el hostigamiento en su contra no para.
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