31 marzo, 2016
San Pedro Sula es, con mucho, la ciudad mas mortìfera del mundo. Pero es también una lugar de contrastes. Tiene barrios dominados por las maras, que pueden expulsar familias enteras, y casas amuralladas donde viven las familias más adineradas del país
Texto y fotografías: Ximena Natera y Daniela Pastrana
SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- A diferencia de la capital, Tegucigalpa, construida como una incómoda manta gris que cubre media docena de cerros –“Cerrocigalpa” le llaman aquí—esta ciudad se extiende sobre un valle de casi 800 kilómetros cuadrados.
La zona más alta está montada sobre la cordillera del Merendón. La vista desde la cima es propiedad de las familias más adineradas del país, dueñas de bancos, televisoras, equipos de futbol, tiendas de ropa, fincas bananeras y decenas de maquilas. Viven en palacetes amurallados con cables de alta tensión y guardias de seguridad privada que resguardan desde lo alto en jaulas de seguridad.
“Para ellos, San Pedro Sula no existe”, dice una voluntaria en Radio Progreso, la emblemática radiodifusora de la comunidad del mismo nombre, que está a 28 kilómetros de aquí, y donde la Caravana por la Paz, la Vida y La Justicia hace una parada antes de seguir su paso a Intibucá.
Según datos de la ONU, en América Latina se cometen una tercera parte de los asesinatos en el mundo, aun cuando en esta región se concentra poco más del 8% de la población mundial.
Y en esta región violenta, San Pedro Sula se cuece aparte. Su tasa de homicidios, de 171 por cada 100 mil habitantes, la ha puesto cuatro años seguidos en primer lugar del ranqueo mundial que hace el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública de las ciudades más mortíferas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, considera como epidemia tener tasas arriba de 10 por cada 100 mil. Esto significa que en una ciudad de poco más de un millón, casi seis mil personas son asesinadas cada año.
San Pedro Sula es una ciudad de contrastes. A primera vista, parece una pequeña Tijuana, en la frontera de Estados Unidos y famosa por su violencia y gran actividad de comercio ilegal. Pero viéndola más de cerca, es como Acapulco, la ciudad mexicana más violenta en 2015, pero sin mar:
Tiene barrios a los que no se puede entrar sin salvoconducto y guetos millonarios construidos para mantener a la muerte del otro lado del muro. Los de fuera le temen y recomiendan a los extranjeros no ir. Pero los que viven aquí preguntan con cautela si no es muy peligroso ir de vacaciones al puerto de Veracruz.
“Tegucigalpa es naamás la cara política de Honduras, San Pedro es el motor industrial” repite la voluntaria de Radio Progreso. Y no se equivoca: desde 2011 San Pedro aporta casi dos terceras partes del PIB nacional.
Hasta el siglo XIX, el Valle de Sula fue la gran bodega de Centroamérica, donde todos los productos de la región se concentraban y almacenaban antes de ser embarcados en Puerto Cortés. Todo cambió al inicio de 1900 con la llegada de una oleada de migrantes palestinos que convirtieron la zona en el centro de comercio más importante de la ruta oriente.
Cien años después son estas mismas familias –– Rosental, Andal, Rafati–– y algunos nuevos empresarios, políticos y jefes de grupos criminales los que viven amurallados en la cima del Merendón.
El resto del Valle está bordeado por cinturones de miseria, que se formaron por familias del campo que llegaron a San Pedro –primero cuando el Huracán Mitch devastó la región, y luego con las deportaciones masivas de Estados Unidos— donde la única opción de empleo es en las maquilas con salario miserable.
Esa es, en parte, una de las explicaciones de la violencia. En las últimas dos décadas fueron creados en esta ciudad 427 barrios. De 270 que había en 1992 pasaron a 700 en 2013, según la dirección de Estadísticas Municipal. Aunque las cifras no son exactas. Chamelecón y Rivera Hernández, dos de los barrios con mayor densidad de población, no han sido censados en 10 años porque nadie se atreve a entrar a esas colonias dominadas por las maras.
Además, la ubicación geográfica de San Pedro Sula, a 114 kilómetros de la frontera con Guatemala y a 52 de Puerto Cortés, con salidas para Tegucigalpa y para la Ceiba, la convierten en un lugar estratégico para el transporte de casi todo.
Hoy, todos los migrantes que van rumbo a Estados Unidos pasan por aquí. También pasa por esta ruta el 80% de la droga que va hacia el norte, según las estimaciones oficiales.
Otro activista de Radio Progreso, lo resume así: “En El Salvador pasan la coca que consumen los salvadoreños. Por San Pedro pasa la coca que consumen en Honduras, en Guatemala, en México y Estados Unidos. Por San Pedro pasa todo”.
La semana pasada circuló en redes sociales la fotografía de una hoja tamaño carta con un mensaje impreso para los vecinos de la colonia Reparto Lempira: De parte de la pandilla 18 les damos 24 Horas para que se hayan espumado de esta área después no vayan a lamentar van a ver vidas caídas… Les damos 24 horas para que desalojen, nada de llamadas a policías, ni denuncias, si no van a lamentarlo.
Se fueron. Nadie espera a que se cumplan las amenazas, en esta ciudad, donde según las estadísticas, en los primeros tres días de esta semana –los que lleva en el país la caravana de activistas que busca abrir el debate de la política de drogas militarizada impulsada por Estados Unidos– 57 personas habrían sido asesinadas y otros 19 habrán muerto para el final este día.
El martes pasado hubo cuatro asesinados en un mercado. Los mataron en la zona de descarga. Hoy el lugar está rodeado de policía militar, pero los sanpedranos pasan como si nada por el lugar, mientras platican del tráfico y de sus preocupaciones.
Marta, enfermera del Hospital Rivas, piensa que la brutal violencia viene de una combinación de factores que inician con la industrialización de la ciudad, que poco dinero deja a la gente común, las nulas opciones para conseguir una vida mejor y la enorme concentración de personas en las colonias de la periferia, donde el único ejemplo de autoridad para los jóvenes es el crimen.
A eso se le suma que en este país la ley permite a cada ciudadano tener hasta cinco armas de fuego. En cambio, dice la enfermera, en su hospital no hay nada con que trabajar.
“Aquí quien viene a operarse tiene que traer su anestesia… hasta sus vendas, vaya”, dice enfadada, porque el miércoles pasado la esposa del presidente, Ana García de Hernández, visitó el hospital para repartir pulseras de identificación para los pacientes. “Pero oiga ¿Y si mejor nos trae antibióticos, que no hay ni uno, y dejamos los brazalete para los que se nos mueren?”, le dijeron.
Al caer la noche en las calles del centro de la ciudad aparecen bultos de personas que se disponen a dormir a la intemperie. Nosotras nos tardamos un largo rato en encontrar un hotel que cueste menos de 90 dólares la noche y no tenga pinta de burdel. Hubo suerte.
“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
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