25 febrero, 2024
El remanente del glaciar, de 1.8 hectáreas, será cubierto con mantos geotextiles de polipropileno de 80 metros de longitud, traídos de Italia en 35 rollos de 80 kilos cada uno y que helicópteros de la Fuerza Armada subirán hasta el campamento en las alturas del Humboldt
Texto: Humberto Márquez / IPS
Fotos: Harrison Ruiz / Minec e IPS
VENEZUELA. -Venezuela ha emprendido la tarea de cubrir con un manto plástico los restos de su último glaciar, La Corona, en el pico Humboldt a 4 mil 900 metros sobre el nivel del mar en los Andes del suroeste del país, para desacelerar el inevitable fin de ese gélido retazo de su paisaje de montaña y de sus leyendas.
“No vamos a cambiar el ritmo de la naturaleza, sino a frenar la pérdida de la franja que nos queda, para investigaciones y aportes que pueden ser útiles para otros países andinos donde también retroceden los glaciares”, dijo a IPS Toro Belisario, director del Ministerio de Ecosocialismo (Minec) en el suroccidental y andino estado de Mérida.
El remanente del glaciar, de 1.8 hectáreas, será cubierto con mantos geotextiles de polipropileno de 80 metros de longitud, traídos de Italia en 35 rollos de 80 kilos cada uno y que helicópteros de la Fuerza Armada subirán hasta el campamento en las alturas del Humboldt.
Sectores académicos se han opuesto al proyecto, alegando que no se ha consultado debidamente, es un vano esfuerzo de resistir al cambio climático y tiene riesgos ambientales para especies en la montaña y comunidades rurales y urbanas que pueden ser alcanzadas por los residuos de plástico.
“El par de moribundas hectáreas es todo lo que queda de las casi mil hectáreas de glaciares que Venezuela tenía en la Sierra Nevada de Mérida a comienzos del siglo XX. Son las primeras víctimas del calentamiento global”.
Julio César Centeno,
Belisario reconoció que al ritmo con el que retrocede el glaciar, una hectárea por año, le queda poca vida, bajo la carga del cambio climático y el impacto del fenómeno El Niño, de vientos cálidos sobre el Pacífico que alteran la temperatura en la región.
Reivindicó en cambio la utilidad de los datos que pueden aportar la iniciativa y su monitoreo mes tras mes, para el acervo del país y de vecinos como Perú, donde numerosas comunidades dependen de los glaciares como fuente de agua.
El experto ambiental Julio César Centeno, profesor en la merideña Universidad de Los Andes (ULA), dijo a IPS que “lo máximo que puede esperarse de la iniciativa es alargar un par de años más el suplicio final de la minúscula y agonizante proporción remanente del glaciar”.
Centeno y otros investigadores de la ULA advirtieron en un comunicado que “podría ocasionar daños ambientales y ecológicos en el glaciar y en áreas circundantes del páramo andino, así como potenciales afectaciones a poblaciones aledañas, por la contaminación del aire y de las aguas por micro y nano plásticos”.
En la crítica se destaca que el Minec “se ha autoexcluido de cumplir con la legislación vigente”, en lo referente a consulta amplia e informada a las comunidades, presentación de un estudio de impacto ambiental al alcance de la ciudadanía, y trabajo junto a instituciones concernidas, como la universidad.
“El par de moribundas hectáreas es todo lo que queda de las casi mil hectáreas de glaciares que Venezuela tenía en la Sierra Nevada de Mérida a comienzos del siglo XX. Son las primeras víctimas del calentamiento global”, apuntó Centeno.
Esa sierra está en el centro de los Andes venezolanos –una franja montañosa de 450 kilómetros- con “nieves perpetuas” en sus elevados picos, Bolívar -4 mil 978 metros sobre el nivel del mar, el más alto del país-, La Concha, Toro, Humboldt y Bonpland.
Todos se redujeron al paso de los años, pero todavía en 1956 pudo realizarse en esas montañas un campeonato nacional de esquí. A finales del siglo pasado solo quedó el glaciar La Corona, sobre el Humboldt, que con 400 hectáreas había cubierto también parte del gemelo Bonpland y perdió 99.7 % de su extensión original.
Centeno explica que en países como Alemania, Austria, Francia, Italia y Suiza se cubren glaciares con mantos plásticos para reflejar la radiación solar y reducir la absorción de energía, pero solo durante los meses de verano y sobre todo en las estaciones de esquí. Los costos son cargados a los usuarios.
También hay casos en Chile, China y Rusia, y en la mayoría los glaciares a cubrir están no solo en latitudes distantes del trópico sino a menores alturas que en Mérida, con más exposición a vientos, sol y a lluvias, lo que puede hacer que el castigo sea mayor para los recubrimientos geotextiles.
Eso lleva a los expertos de la ULA a advertir sobre mayores riesgos de deterioro de las cubiertas, y roturas o rasgaduras con desprendimientos de micro y nano plásticos que el aire y las aguas llevarían a las comunidades agrícolas y urbanas, como la ciudad de Mérida al píe de la Sierra, de unos 300 mil habitantes.
Desde su fundación en 1558, la urbe ha vivido una vinculación estrecha con sus montañas nevadas que va desde la contemplación embelesada hasta la utilitaria fuente de ingresos que proporciona el teleférico más alto del mundo, al llegar desde la urbe hasta los 4 mil 765 msnm en la Sierra.
En la literatura la pieza más reconocida es “Las cinco águilas blancas”, que data de 1895 y en la cual el humanista Tulio Febres Cordero (1860-1938) recogió una leyenda de los indígenas mirripuyes, uno de los grupos que existían en la zona a la llegada de los españoles en el siglo XVI.
La leyenda cuenta que cinco enormes águilas blancas con sus alas plateadas sobrevolaban las montañas y de ellas se enamoró Caribay, la primera mujer, hija del sol y de la luna, quien quiso poseer el plumaje de las aves para adornar su cabeza.
Caribay corrió por los riscos persiguiendo las sombras de las aves pero, cuando estuvo a punto de alcanzarlas, las águilas clavaron sus garras en los riscos y se petrificaron formando las cinco masas de hielo que coronaron la Sierra.
Desde entonces, según la leyenda, las ocasionales nevadas no son más que el despertar de las águilas, y el silbido del viento en esos páramos es el remedo del canto triste y monótono de Caribay al no alcanzar su plateado trofeo.
Al justificar el proyecto de recubrimiento plástico, Belisario dijo que “por lo que representa esa leyenda para la cosmovisión del merideño, no debemos permitir que se nos vaya el glaciar sin siquiera aportar lo que podamos a su estudio, y a la mitigación y adaptación al cambio climático”.
Las águilas “ya no agitan sus alas ni brillan sus plumas. Creíamos todos que por su grandiosidad eran indestructibles. Fueron tragadas por la indiferencia humana”, deploró por su parte Centeno.
En conversación con IPS, Ana Medina, maestra en una escuela secundaria de Mérida, y Yajaira Méndez, comerciante en el mercado municipal, coincidieron en que en sus casas los jóvenes “alguna vez debieron estudiar la leyenda de las águilas blancas” pero el fin del glaciar les resulta un tema prácticamente desconocido.
“La gente en Mérida quiere sus montañas pero no tiene información y el recubrimiento del glaciar no es un tema que se comente día a día”, observó a IPS el comunicador Euro Lobo, veterano corresponsal en la ciudad.
Centeno considera que puede haber interés político, en este año en que el país debe acudir a una elección presidencial y se descuenta que el actual gobernante, Nicolás Maduro, buscará su reelección para un tercer sexenio.
“Quizá desde el gobierno quieren mostrar que hay interés por salvar lo que se pueda de la joya que para la ciudad y el país representa su último glaciar”, dijo Centeno.
Este trabajo fue publicado inicialmente en IPS. Aquí puedes consultar la publicación original.
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