Durante esta entrevista a Tenoch Huerta, conversamos acerca de cómo comenzó su carrera actoral, la naturaleza de sus personajes, las dificultades económicas y discriminatorias a las que se ha enfrentado; blanquitud y racismo, Netflix y su contenido blanqueado, así como sus experiencias en el Festival de Cannes. Asimismo, hablamos sobre sus gustos literarios, cinematográficos y musicales, entre otros temas.
Texto: Ever Aceves
Fotos: María José Alvarado Burgos
CIUDAD DE MÉXICO.- Tenoch Huerta, actor mexicano ganador del Ariel —y dos veces más nominado en los Premios Ariel— y del Shorts Film Festival México; dos de sus películas fueron estrenadas a nivel mundial en el Festival de Cannes. Ha formado parte de diferentes producciones, tanto nacionales como extranjeras.
—Mis circunstancias son extraordinarias, no toda la gente goza de mis privilegios, pero soy un güey como cualquier otro, con todas las angustias, preocupaciones y deseos que tiene cualquier otra persona, como los personajes que me gusta interpretar.
—¿Cómo son esos personajes?
—Sin importar el personaje, trato de que sean personas ordinarias en situaciones extraordinarias. No importa si el personaje es A, B, X o Z, si tiene tales o cuales características; al final del día es un ser humano con todos los dolores, dudas y angustias, como cualquier otra persona. De una u otra manera también me siento así, y me gusta sentirme pequeño, vulnerable, hasta un poco insignificante. Digo, muy significativo para mí mismo, para mis amores, para mis afectos, para la gente que me rodea y que quiero. Basta que nos subamos a un dron y nos alejemos un kilómetro, y te das cuenta de que no eres más que una pinche chingaderita caminando. Y si nos vamos a escala planetaria o universal, pues no somos nada, sólo somos pinches criaturas desesperadas por no morir, aferrándose a sueños, esperanzas, deseos y emociones, y al final del día, una vez que muramos, sólo seremos recuerdos. Me gusta sentirme así.
—Hablando sobre tus personajes, ¿cómo es para ti ese momento en el que tienes que adecuarte, que meterte por completo al papel de ese personaje? ¿Es difícil?
—Para construir al personaje ocupas diferentes técnicas; hay personajes a los que les tienes que desarrollar una historia pormenorizada y muy puntual, entonces utilizas “el método”, que es el método de Stanislavski, y vas ideando al personaje paso por paso; pero hay personajes que no lo requieren, que más bien requieren que estés en el aquí y en el ahora, de manera inmediata a lo que está sucediendo, sin necesidad de pensarle tanto de dónde viene y a dónde va porque la escena no lo requiere —si haces un cortometraje o si interpretas a un personaje que sale en dos o tres escenas. A veces el personaje te va a exigir un trabajo mucho mayor, depende del personaje, de la historia, de lo que el director quiera contar y de cómo lo quiera contar, eso te va obligando a utilizar diferentes herramientas para ir perfilando el personaje.
—Me imagino que no todos tus personajes te han gustado de la misma manera o no con todos te identificas, pero como actor tienes que saber adecuarte, independientemente de cuáles sean tus gustos personales.
—La verdad es que todos me han gustado, todos han sido para mí un personaje que me demanda una u otra cosa. Si no me gustan los proyectos, el personaje que me proponen, no lo hago. Desde que empecé mi carrera, con mucha necedad y mucha hambre, me puse a rechazar muchos personajes porque simplemente no empatizaba con la historia, no me sentía a gusto con el personaje, la narrativa, el guion o la dirección, o a veces simplemente no tenía tiempo. Me daba cuenta de que no tenía nada que aportar —o muy poco— a lo que el personaje o el guion demandaban sobre mí, y mejor decidía no hacerlo. En una ocasión hice un cortometraje, yo ya estaba cansado, agotado, porque venía saliendo de dos películas muy intensas, y de repente hice este corto y me di cuenta que le falté el respeto a la directora, al personaje, a la historia y también a mí, a mi talento, porque no estuve al cien por ciento. Lo único que yo tengo extraordinario —que sale de lo ordinario que soy—, el único “don” que recibí del destino, Dios, el universo o como chingados lo quieras llamar, es el talento. Si no tuviera ese talento, no tendría la vida que tengo. No le puedo faltar al respeto, por eso lo cuido mucho. Ahí me di cuenta de que, por mucho que yo tenía ganas de actuar, no valía la pena trabajar en algo si no vas a estar al cien por ciento. Así lo he hecho toda mi carrera.
“En dos ocasiones de mi vida, en dos años distintos, a lo largo de un año entero cada una de las veces, quedé sin ganar un centavo. En una gané 10 mil pesos al año y en la otra no, nada en un año. Decía ‘no voy a agarrar esos personajes, esa chamba, porque no quiero’. Ahora que ya tengo hijas, a lo mejor ya no me pondría mis moños”.
Tenoch Huerta
—Claro, ya cambia la circunstancia. Sabemos que los actores trabajan por proyecto, por contratos determinados. ¿Cómo se puede vivir de la actuación? En estos dos casos que me comentas, ¿cómo le hiciste tú?
—Para empezar, yo nunca quise ser actor. Fue un accidente, algo que sucedió. Mi ambición siempre ha sido actuar, no me han importado nunca los premios ni el estatus que puedes adquirir. Me gusta actuar, no ser actor. Ser actor me caga, actuar me encanta. O sea, la construcción del personaje actor no me gusta. He aprendido con los años a disfrutar y a construir un personaje actor, o sea una imagen pública que se acerque muchísimo a quién soy para poder estar cómodo y no tener que estar cuidándola. Pero yo siempre he sido de bajo presupuesto y todo terreno. No tener dinero, pa’ mí es toda mi vida. Yo vengo de la clase media-baja, nunca tuve carencias, pero tampoco abundancia. Abundancia de amor, afecto, cariño, sí, y un montón de capital emocional y cultural. Nunca tuve que trabajar de niño ni nada por el estilo; tuve el privilegio de tener dos papás, hermanos, terminar una carrera en la UNAM, al igual que todos mis hermanos. Mi papá sí hizo un esfuerzo muy cabrón, siendo obrero y volviéndose ingeniero. Soy de entre Ecatepec y Coacalco, pero en general, nunca tuve necesidades.
“No me da miedo no tener, si no hay pa’ tragar, abres la despensa y lo que chingados tengas, unas pinches galletas y unas latas de atún, y eso vas a tragar cuatro, cinco días, una, dos semanas”.
Tenoch Huerta
—No me da miedo tener que apretarme el cinturón. Si tengo que chambear de lo que sea, lo haré, pero para mí era importante no ensuciar mi talento, este regalo que me dieron, no mancharlo haciendo pendejadas que no me iban a hacer sentir bien. Me habían ofrecido al inicio de mi carrera un par de telenovelas, después de haber hecho Déficit (2007), y pues obviamente iba a ser una buena lana, pero no iba a faltarle el respeto a mi talento.
“No me gustan las telenovelas, siento que, en cuestión de talento, historias, narrativa, no tienen nada que me ofrezcan a mí, y yo nada que ofrecerles a las telenovelas”.
—Decidí no tomar ese tipo de trabajos. Como soy bien marro, apenas ganaba dinero, adelantaba rentas a mis caseros. Obviamente vivía en lugares donde la renta no era tan elevada. Ya los dos últimos meses del primer periodo, mis papás me tuvieron que prestar para pagar la renta. En ese periodo yo estaba en la Academia de Policías para hacer a un personaje [Lupe], me gradué de policía, por cierto, de incógnito [para Días de gracia (2011)] y gané el Ariel, mi primer Ariel. Entonces ese año de no tener dinero, al final del día me redituó. No estoy hablando de la meritocracia ni el echaleganismo, ni de que tienes que sufrir para que las cosas se hagan, no. Ojalá nadie tuviera que sufrir. Y en el otro periodo, yo ya tenía una hija y, si bien, mi hija tenía cubiertas todas sus necesidades, yo, personalmente, no estaba en la mejor situación, y en esta ocasión, mi último mes antes de recibir dinero, la chica que era mi pareja en ese entonces me prestó una lana para pagar lo que tenía que pagar: renta, comida y todo lo demás. Obviamente, al yo recibir dinero le pagué cada centavo, al igual que a mis papás.
“Si yo no hubiera sido de bajo presupuesto y todo terreno, probablemente terminaría haciendo lo que hacen muchos actores que tienen mucho talento, pero que su nivel de vida es más alto que su nivel de ingresos, y terminan haciendo chingadera y media, aceptando cualquier pendejada para poder seguir dándose el nivel de vida y mantener el estatus al que ya se acostumbraron, ya sea que hayan crecido con ese estatus o que lo hayan adquirido; les encanta y ahí se quedan”.
—Tú estudiaste Comunicación y Periodismo en la UNAM, ¿en qué momento decides dar el giro y dedicarte a la actuación, dejando de lado el periodismo?
—Cuando tenía diecisiete años, mi papá me obligó a ir a clases de actuación durante unas vacaciones. Tomé clases con María Elena Saldaña, La Güereja, muy famosa en los noventa y principios de los dosmiles. Me gustaba, pero el ambiente y los compañeros eran medio nefastillos, entonces me salí. Yo a María Elena y a su entonces esposo les guardo mucho cariño, al igual que a varios de mis compañeros; pero en general, era algo que no me gustaba. Yo jugaba fútbol americano, al terminar la temporada y ya estando en la carrera, mi papá me vuelve a insistir que tome otros talleres de actuación. Esta vez en la Escuela de Luis Felipe Tovar, y ahí conozco a Carlos Torres Torrija, quien será mi mentor y gran guía el resto de mi vida. Es a partir de ese momento que él me vende la idea de ser actor, me convence de que puedo y tengo todo para ser un actor, pero yo nunca soñé con ser actor porque no puedes soñar lo que no ves. Y en ese entonces no había actores como yo en la televisión, los actores morenos de la televisión —que eran muy pocos— eran personajes sin ninguna influencia; no eran personajes que en la ficción fueran trascendentes, sino personajes incidentales, o si había un personaje moreno que tuviera influencia, era el narco, el violador, el asesino; estaban ahí para abrir la puerta y servir, y no tiene nada de malo abrir la puerta y servir, para nada, pero esos personajes en esas ficciones no tenían ninguna importancia dramática.
“Para mí, ser actor era ‘lo otro’, lo que le pasa a los de allá, a los que no son como yo, a los que hablan diferente y se ven diferentes, que tienen otra vida, que no son de Ecatepec o de Coacalco”.
—Entonces el cine cambia sus narrativas, y ahora el violador o el asesino es el protagonista de las historias, y es en ese momento que le abren la puerta a gente como yo, porque ni modo que un güero sea el violador o el asesino, ¿verdad? ¿Dónde se ha visto que un güero viole, asesine, haga fraude o que abra la puerta? Eso no existe. Obviamente estoy siendo sarcástico [risas]. Es cuando nos empiezan a llamar a los prietos, y entonces llego al cine en el momento y lugar indicado, a ofrecer lo que yo tenía como actor, como persona, y sobre todo con las experiencias de vida que yo tengo, pues funcionaban muy bien para las historias que se estaban contando. Y así es como termino volviéndome actor.
—De repente muchos directores, directoras, guionistas, escriben personajes que vienen de la periferia, y ellos, siendo banda privilegiada —la mayoría, no todos— pues no entienden. Hacen personajes que supuestamente son de barrio y dicen [imitando una voz fresa]: “está increíbleeee” o “está de la frutaaaa, bro”. No mamen, si yo llego y le digo a mi compa “está de la fruta, bro”, me va tumbar los dientes, me va a decir “pinche ridículo mamón” [risas]. Entonces, claro, mi experiencia de vida que yo aporto al actor como persona, servía un chingo para complementar las historias y para dar una dimensión mucho más realista a los personajes y dejar que sean monodimensionales o monótonos, de un solo tono, con historias que sí eran muy buenas. Yo llevaba ya ocho años de ser actor, ya había ido una vez al Festival de Cannes, fue la primera vez que me subí a un avión, que salí del país, yo tenía veintisiete años y fui al festival de cine más importante del mundo, por mi trabajo; la segunda vez que voy a Cannes fue ocho años después de que yo ya era actor y yo seguía diciendo que yo no era actor, que yo trabajaba como actor. No me asumía como actor, simplemente era alguien que no pertenecía ahí, sin siquiera haber estudiado la carrera de actuación,
“Y ese alguien de pronto se encuentra con veinticinco minutos de aplausos, de pie, en una sala de 2 mil quinientas personas, franceses además, vueltos locos con nuestra película. Ahí dije ‘ah cabrón, creo que sí soy actor’, y a partir de ese momento, me asumí como actor”.
—Hablemos sobre la pigmentocracia, este poder e influencia que tiene el color de piel en la televisión y las plataformas en las que se difunden las series y películas: Netflix, HBO Max, Amazon Prime. ¿Por qué es importante reconocerlo?
—Lo que sucede con Netflix es que lo manejan miembros de la misma élite que han manejado las narrativas de los medios durante muchísimo tiempo. Se supone que hace diez años Netflix llegó a revolucionar la televisión diciendo que lo iban a hacer diferente, y resulta que diez años después siguen haciendo puras telenovelas. Por ahí Maya Zapata leyó un estudio que compartió en alguna entrevista, que decía que cuando le preguntaban a la banda cuáles eran sus series favoritas en Netflix, ninguna persona mencionó ni una sola serie mexicana entre sus favoritas; obviamente estaba Luis Miguel, que fue un boom, que está muy divertida y hay mucho talento, pero nada más.
“Si las series mexicanas no eran las favoritas, ¿por qué empezaron a hacer telenovelas? Mi lectura, es: para seguir manteniendo el poder hegemónico”.
—Los miembros de la élite son los únicos que estarán en posiciones de poder y privilegio, para hacerles saber a los que no somos la élite —a los gobernados— que sólo ellos pueden gobernarnos, que nosotros no somos capaces de hacerlo. Creo que tiene que ver con eso. No puedo entender que sean tan tontos para darse cuenta que la están cagando, creo que sí hay una intencionalidad, que es decirnos: “nosotros somos los que mandamos, por lo tanto, todos nuestros personajes e historias van a tratarse de nosotros, de la blanquitud”.
“La blanquitud no tiene nada que ver con la piel blanca, sino con el estilo de vida, la mentalidad, con cómo se articula y se lee el mundo”.
—Ellos deliberadamente le están apostando al poder hegemónico, a decirnos al resto: “ustedes no sirven ni pa’ contar historias, y además sus historias ni siquiera valen la pena ser contadas”. Ese desprecio que tiene Netflix con los nuevos CEO’s, me parece preocupante por las narrativas que afectan, criminalizan, limitan y, además, es una manera de decir “tú no vales, vales tan poquito que ni siquiera existes en mi plataforma. Niego tu existencia como individuo y también niego que tus historias sean valiosas. Todo tu sufrimiento, tus dolores, tus luchas, tus motivos de orgullo, tu visión del mundo, lo que te da estructura y esencia; lo que te hace ser quien eres, me vale madres, no existe, no vale la pena”. Eso es lo que me parece verdaderamente grave: la invisibilización. Ya nos invisivilizaron quinientos años, ¿por qué chingados siguen invisibilizándonos?, ¿a qué le tienen miedo?, ¿por qué?
—Y que además hablamos de una mayoría. Las personas que aparecen en estas plataformas son una minoría, aunado a ello, las zonas, las escenografías. En una entrevista comentabas que no se salen de la triada maldita: Roma-Condesa-Polanco y párale de contar.
—Sí, porque no solamente nos niegan a nosotros, que somos mayoría en América Latina. También niegan hasta a las personas de piel blanca que no pertenecen a su blanquitud, o sea no hablan de los güeros de pueblo, ni de güeros de barrio. Ese drama de que siendo güero y sin pertenecer a la blanquitud porque no va a sus colegios o porque no tiene varo, ese drama yo lo quiero ver también, y yo sí me identificaría con el personaje a pesar de que tenga la piel blanca, porque ese drama representa quién soy yo también, porque a pesar de que yo ya estoy en otro nivel en términos de trabajo, al final del día, no termino de pertenecer a esa élite, y probablemente nunca voy a pertenecer a ella porque yo no participo de sus usos y costumbres, de su blanquitud. Quiero ver qué se siente ser güero en un mundo en el que, a pesar de ser güero, no perteneces. Es lo mismo, a pesar de que yo soy vato hetero de cuarenta y un años, clase media, educación universitaria y una carrera con proyección internacional, no puedo pertenecer a la élite de la cultura y del arte en mi país.
—Con respecto a lo acontecido recientemente en el Super Bowl, cuando Eminem se arrodilló en señal de protesta hacia el racismo estadounidense en el espectáculo de medio tiempo, hiciste alusión en Twitter a que nos queremos adjudicar esa protesta hablando de ella —y colocando los hashtags alusivos—, pero no estamos viendo el racismo de nuestro país.
—Sí, gente con privilegio poniéndose al servicio de la lucha antirracista, haciendo una protesta enérgica contra el racismo. ¿Cuándo carajos nuestras élites culturales e intelectuales van a hacer lo mismo? Claro, ellos apoyan todo eso, son bien #BlackLivesMatter y hace dos años pusieron sus pantallas en negro y la chingada, porque eso no cuestionaba sus privilegios. Ahh pero no vaya a ser Poder Prieto cuestionándoles sus privilegios porque entonces ya nos están haciendo campañas a Maya Zapata, a Horacio García Rojas, a mí, y a otros miembros de Poder Prieto, para que no volvamos a trabajar en México. ¿Qué les hicimos? Es más, ningún miembro de la blanquitud ha perdido un solo trabajo, y no sólo eso, Netflix acaba de estrenar un catálogo donde todos los personajes o la mayoría son blancos. No sólo no perdieron trabajo, hasta les están haciendo una plataforma para la blanquitud, desde la blanquitud, ¿por qué carajos nos quieren destruir la carrera?, ¿por qué carajos les incomoda tanto nuestro discurso? No les estamos haciendo nada, pero eso sí: “¡Ay, Eminem se está apropiando de un discurso!”, “Ay no, qué padreee güey, yo también quiero ayudar güey, me parece super importanteeee”. ¿Sí topan que en México está pasando lo mismo? ¿Sí topan que en México hay una criminalización hacia la banda de piel morena y a quienes no tienen la misma capacidad económica que ellos? No se unen a esta lucha porque cuestiona sus privilegios, y la otra es una banderita que se pueden poner en la solapa y no los va a tocar porque no los atraviesa pero ni de lejos.
—Y que igualmente complementa esa blanquitud.
—Absolutamente, los vuelve White savior, siempre es mejor ser el salvador blanco, el héroe que lucha por los derechos de los demás, a ser el güey que cuestiona sus privilegios y se da cuenta que es parte del problema. Eso está cabrón, no quieren ser el malo de la historia y eso los inquieta. Cuando le hablas a la gente de racismo, piensan en el Ku Klux Klan, güeyes con unos cucuruchos en la cabeza quemando cruces y ahorcando personas, y esa es solamente una de las tantas expresiones del racismo, la expresión máxima del racismo, pero para llegar a eso tiene que haber un chingo de códigos culturales que construyan un ambiente propicio para que un grupo de locos se pongan a ahorcar gente y quemar cruces. Esas pequeñas construcciones culturales, sociales e históricas, son el racismo. Ese sistema es el que hace que estas personas tengan privilegios, a eso le tienen miedo. Yo no digo que sean malas personas, yo me he visto beneficiado del racismo porque yo he sido racista, sobre todo cuando era niño, con personas indígenas hice comentarios pendejos, me creía superior; hice pendejadas porque fui normalizado así, así nos educaron, y lo mismo con la banda del barrio, les llegué a decir: “pero yo sí estudié, culeros”, claro, porque tengo un chingo de privilegios. El problema está una vez que lo entiendes, lo asimilas, lo desmontas y lo vuelves a hacer. Si quieres ayudar a la lucha antirracista, primero cuestiónate. Cuestiónate, no pasa nada; sí duele, pero no te vas a morir.
—Y volviendo a las plataformas, Tenoch, ¿piensas que hay alguna que esté cumpliendo con esta deconstrucción de la piel? Pienso en Film In Latino.
—En cuanto a lo que exhiben, todas. Por ejemplo, Netflix tiene Black and White, que es una maravilla, muy recomendable para todo el mundo, que además habla de este valiente guerrero que se hincó durante el himno nacional de Estados Unidos para protestar por #BlackLivesMatter. Film In Latino tiene de toda América Latina, Europa, de narrativas muy variadas. Pero de las que producen en América Latina, yo creo que ninguna: ni Netflix ni Amazon.
—¿HBO?
—Ni HBO, yo no veo que ninguna plataforma en sus producciones tenga el mínimo interés de cambiar las narrativas, porque pusieron al frente de esas plataformas a la blanquitud, porque en Estados Unidos creen que sólo por hablar español ya son inclusivos. No. No porque hablen español se la pasaron de la verga y se vieron oprimidos, eso no es cierto. Estos güeyes son élites y pertenecen a la blanquitud racista, clasista y culera, que también en Estados Unidos es contra la que se está luchando. Contra este sistema, no contra las personas. Que los miraron feíto en Los Ángeles porque hablaban raro, ay pobrecitos. No tuvieron que cruzar el pinche desierto ni tuvieron que huir de sus países de origen obligados por la violencia, la pobreza y el hambre. Esos güeyes se fueron por placer y volaron en primera clase, igual que yo. Eso no quiere decir que por poner a la blanquitud mexicana ya van a ser inclusivos, pero en Estados Unidos no han logrado entender que en América Latina, y en particular en México, el color sí importa.
—¿Cuál es tu mayor miedo?
—No necesariamente la muerte, porque la muerte es natural, parte de la vida, pero sí el que se te muera el alma y no el cuerpo, el que ya no estés aquí, aunque tu cuerpo permanezca. Creo que ése es un miedo muy fuerte, cuando ya no tienes razones, el que pierda sentido la existencia. Eso me da mucho miedo.
—¿Teatro o cine?
—Cine. Ay no, lo del teatro es un pinche mito que los teatreros se inventaron para hacerse los importantes.
—Película favorita.
—El viaje de Chihiro [Hayao Miyazaki].
—¿Con quién te gustaría trabajar en un futuro?
—He tenido la oportunidad de trabajar con todos los directores y directoras que admiro, y ahorita con el que venga. Claro que quiero trabajar con los directores que ya trascendieron, pero me pregunto, ¿qué tanto están ellos dispuestos a experimentar, a probar? Son fórmulas que ya ellos probaron. Toda mi carrera —porque así es el cine mexicano— la he hecho de operas primas, la primera o segunda película de las directoras o directores, y creo que me gustaría seguir haciendo eso. Por supuesto, trabajar con estos grandes nombres, pero también estar dispuesto a trabajar con estas personas que tienen maneras diferentes de narrar y contar la realidad.
—¿Cómo en Fuego Negro (2020)?
—Híjole, yo creo que Fuego Negro fue una película que en guión e intenciones apostaba. Siempre me ha gustado apostar por películas que están en la línea, y que si lo haces bien te vas a consagrar, pero si lo haces mal va a quedar de la chingada. A veces pasa que quedan muy bien y a veces no quedan tan bien, o fatal.
—Escritor(a) predilecto(a).
—No leo tanto como quisiera, sobre todo ficción. Suelo leer más artículos periodísticos, papers de ciencia y tecnología, ensayos. Soy rebueno pa’ los clichés y te voy a decir uno: me mama Rulfo, es un cabrón, y ya sé que es un super cliché, pero honestamente me encanta Pedro Páramo. Cuando lo leí estaba morro y me voló la cabeza. Configuró parte de mi vida. Yo sí puedo decir que vi brujas en los cerros, las bolas de fuego que se mueven en los cerros en invierno, y de repente leo una novela en donde eso es real y no es el mito folclórico de loquitos, sino que es real… Las bolas de fuego sí existen y la ciencia ya se encargó de probarlo, son bolsas de ozono que se quedan atrapadas en las montañas y el ozono prende hasta que se consuma por el cambio de temperatura, ni siquiera necesita chispa. De repente ver que le dan validación a mis historias, a mi cosmovisión… eso fue Juan Rulfo.
—¿Qué música escuchas, qué bandas musicales son tus favoritas?
—Me gusta de todo, lo que no me gusta es el reguetón mainstream, me da mucha hueva. Pero, por ejemplo, Uzielito, me encanta, puros morros de la periferia, lejos del mainstream. Me gusta un chingo la cumbia, la banda. Me late mucho Tercer Elemento. Algo que no soporto es el pop, puedo aguantar más el reguetón blanqueado que el pop. Sobre todo, este pop sin sustancia; si es pop como el de los 80, sí está chido.
Al finalizar la entrevista, platicamos un rato más, y me pareció importante rescatar lo que quedó en mi grabadora, principalmente para los futuros actores y actrices:
“Lo que yo siempre me digo a mí mismo, y lo que le digo a los morros cuando les doy talleres de actuación o dirección de actores, es: ‘sí está cabrón, sí es difícil, sí pasas hambres, todo lo que ya sabemos, ¿tienen algo mejor que hacer? Porque si tienen algo mejor que hacer, no pierdan su tiempo aquí y vayan a hacer ese algo que es mejor para ustedes. Si no tienen nada mejor que hacer porque esto es lo mejor que pueden hacer con su vida y con su tiempo, pues dense’. Nada te asegura que la vas a armar, pero podrías estar llorando en tu casa por no hacer lo que te gusta, o estar llorando en tu casa porque no tienes pa’ tragar, pero estás haciendo lo que te gusta”.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona