Una muralla: dos cartagenas

16 diciembre, 2022

Miles de barcos repletos de esclavos llegaron al continente por este puerto, de aquí los negros eran distribuidos a los campos de trabajos forzados. Durante trecientos años el negocio funcionó como maquinita de reloj. Doscientos años después algo no se logró resolver

@ignaciodealba

Cuando uno vista Cartagena se le recomienda: “no salga de las murallas, lo pueden asaltar”. Dentro de los muros, la ciudad tiene colorido y encanto. Son decenas de calles adoquinadas rodeadas de casonas coloniales. Fachadas ornamentadas, floridas enredaderas, imponentes puertas de madera, que no invitan a entrar, pero sí a mirarlas. Aldabas y herrajes artísticos. Palacetes convertidos en hoteles boutique, tiendas de moda, restaurantes y cafetines de banqueta. Es la ciudad amurallada más bonita de América.

Paradójicamente, durante 300 años la principal actividad económica de la ciudad fue la esclavitud. Desde el mar llegaron los barcos negreros. En la Plaza de la Aduana, hoy famosa por sus músicos, se realizaron las subastas.

Colombia siempre logra esos desdobles felices. El lugar donde se concentró el más aberrante de los negocios ahora se encuentra el Portal de los Dulces, en los locales frente a la explanada Donde Fidel y otros salones de salsa.

La esclavitud fue fundamental para la expansión colonialista de Europa en América. Con la mano de obra barata se garantizó el dominio y la prosperidad sobre las tierras robadas.

La pujante actividad minera y el comercio en Perú y Nueva Granada (Colombia) provocó una grave disminución de la población indígena -se estima que fue cerca de 70 por ciento-. Fue entonces que las potencias europeas echaron mano de la población del continente africano. La corona española instituyó el tráfico de esclavos por medio de licencias a particulares y se benefició también con el cobro de impuestos.

Cartagena y Veracruz eran entonces los puertos más importantes de la tierra continental. En sus aduanas se examinó a las personas que lograron sobrevivir al terrible viaje, se les marcó con hierros y se les vendió. En Veracruz no se ha procurado contar esta faceta; en Colombia, esta historia empieza a ser develada.  

Los intereses alrededor del negocio de la esclavitud fueron tan grandes, que se convirtieron en uno de los pilares de la economía europea. Que los esclavos murieran en los campos de trabajo alimentó un negocio redondo. El modelo colonial necesitó de instrumentos efectivos para avasallar por medio de la segregación se excluyó a la población negra de cualquier participación política. El racismo fue legitimado por instituciones poderosas: la iglesia católica les negó espiritualidad, los filósofos arguyeron que no tenían alma, la ley los sometió, la literatura nunca los contó.

Se estima que fueron más de 10 millones los esclavos que llegaron a América. Muchos lograron echar raíces, hoy en Cartagena la mayoría de la población es afro. A pesar de que hace 200 años se abolió la esclavitud en Colombia, parte de la exclusión permanece – también los privilegios.  

Según datos del gobierno colombiano dentro de la muralla viven unas 500 personas, aunque también miles de visitantes duermen en hoteles. Pero otra realidad se vive fuera de los muros, donde hay más de un millón, en una ciudad que no termina de hacerse: calles entre basurales, inundaciones, en las zonas rurales no hay alcantarillado, la canasta básica es inalcanzable para muchos.

Cartagena es dos ciudades: una, amurallada, donde todo parece tan seguro para tan pocos. La otra, afuera, donde la inseguridad es incluso alimentaria. La arquitectura logra retratar -accidentalmente- el orden social. La muralla que resguardó a la ciudad de la piratería hoy resguarda a los visitantes de pobladores de tierra adentro.

El negro se vuelve sospechoso dentro de los muros, a menos que sea empleado. En el hostal Viajero, muy guay, donde me hospedé, había un problema serio. Todas las personas entraban y salían sin problemas, pero cuando una mujer negra entraba, no se le permitía el paso. Resulta que eran mujeres prostituídas, solicitadas por los huéspedes. Cuando un hombre negro intentaba entrar, igual era detenido y resultaba ser un vendedor de drogas. Una turista estadunidense fue detenida en la recepción por su color de piel, vaya borlote. Aunque el recepcionista también era negro, entendió su error.

Blanca por dentro, negra por fuera. La muralla deja ver cosas.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).