«Siempre he dicho que tenemos que trabajar nuestra tierra para no depender de las empresa agrícolas, pero la falta de inversión impide que nuestro pueblo aproveche su recursos naturales «
Texto: Kau Sirenio
Foto: Especial
GUERRERO. – Enrique Linares tomó una sandía y la partió en pedazos con un cuchillo, luego la repartió entre mujeres y niños que llegaron a comprar a su negocio, dos días después de qué él y otros campesinos de la comunidad nahua de San Juan Totolcintla, Guerrero, cosecharan el fruto.
Enrique Linares Juárez empezó a cultivar sandías para sobrevivir después de trabajar como jornalero en Estados Unidos. Emigró a California cuando tenía 17 años. De ese viaje sólo trabajó tres años, y después regresó a su comunidad, pero la falta de empleo lo llevó viajar a Michoacán, Colima y Jalisco.
«Siempre he dicho que tenemos que trabajar nuestra tierra para no depender de las empresa agrícolas, pero la falta de inversión impide que nuestro pueblo aproveche su recursos naturales «, sostiene Linares Juárez.
Y dice que producir la tierra requiere de mucho dinero para la compra de insumos, que van desde una manguera, gasolina, motobomba e insecticidas, además de mano de obra para labrar la tierra, así como el corte de la fruta.
Su historia, es la de miles de campesinos que, ante la agroindustria, no pueden subsistir de la tierra.
Para los campesinos de San Juan Totolcinta, vivir de sembrar resulta paradójico, porque a pesar de que tienen río, no pueden sembrar a gran escala: no cuentan con capacidad económica, y tampoco con un mercado que les compre las frutas y verduras cuando cosechan.
«El kilo lo pagan a seis pesos con cincuenta centavos, muy por debajo del mercado», explica Enrique.
En efecto, en la tienda de autoservicio el kilo de sandía oscila de 18 a 21 pesos, dejando una ganancia a los intermediario del 200 por ciento.
El trabajo de Enrique es único, pues lo hace en la rivera del río Balsas, un cauce que parece que recorre el desierto, si no fuera, paradójicamente, por la única hectárea verde donde trabaja Enrique Linares.
Antes de pisar el puente Solidaridad, entre la autopista de El Sol y Cuernavaca, hay una salida de una carretera que serpentea el cerro hasta descender el cerro, y ahí llega a la comunidad Tula del Río, municipio de Mártir de Cuilapan, luego recorrer las orillas del río hasta llegar a San Juan Totolcintla.
Sin embargo, la huerta no está en el pueblo, pues hay que tomar otros 20 minutos para llegar a las sandías. para esto, se tiene que recorrer una brecha de terracería entre árboles grises y empanizados por los ventarrones. A los lados no hay nada verde, pero en esas ramas deshojadas se ve a los lejos cómo se zangolotean los pájaros.
En la comunidad de San Juan Totolcintla viven 2 mil 61 personas: mil 87 son menores de edad y 974 adultos, de los cuales 95 tienen más de 60 años, casi todos hablan su lengua materna, el náhuatl; y alrededor de 556 son monolingües.
La mayoría de los pobladores de San Juan trabajan de jornaleros en el corte de caña en los estados de Colima, Jalisco y Nayarit; mientras que otro porcentaje de la población se va a los campos agrícolas de Michoacán, Sinaloa y Baja California a la pizca de fresa y tomate.
De acuerdo con el excomisario municipal de Totolcintla, Melquíades García, la mayor parte de la comunidad se va a los campos agrícolas de México: “Un 70 por ciento de los paisanos trabajan en los campos agrícolas de Michoacán, Jalisco, Colima, Nayarit, Sinaloa, Sonora y Baja California; tal vez un 30 por ciento está en Estados Unido”.
De este lado de río Balsa el recorrido empieza en Tula del río, sigue San Agustín Ostotipan, desde ahí se mira en lo alto el puente Solidaridad que luce majestuoso, esta obra se construyó en la administración de Carlos Salinas de Gortari, cuando “la modernidad” llegó a Guerrero, con la apertura de la Autopista del Sol.
Melquíades ahora trabaja en el trasporte de su comunidad a Chilpancingo. Antes trabajó en el corte de caña en Colima y Jalisco, de ahí se fue a San Quintín, Baja California. Él, como los ancianos de Totolcintla, conoce la problemática de su pueblo, por eso afirma que el panteón comunitario de San Juan está lleno de los que han muerto en los surcos de los campos agrícolas.
Las manos de Enrique están mojadas por el jugo de la sandía que se le escurre, pero él no se inmuta a pesar de que el zumbido de las abejas que aletean sobre las cascaras de las sandías amenazan con pegarle unos aguijonazos.
“Me gusta que la tierra de mi papá esté siempre verde, aunque se le invierte mucho porque todo es muy caro, el fertilizante, insecticida y la gasolina. Como no tenemos canal para regar lo hacemos con una moto bomba y esto cuesta, mínimo debemos contar con dos motores por si se descompone una ya tenemos otra para que regar” explica.
El rostro de Linares Juárez quedó tostado por el calor que brota de la cañada de Balsas, pero está contento, logró colocar 22 toneladas de sandía en el mercado; eso sí, espera un segundo corte que podría ser en menos de un mes, donde espera obtener unos 15 toneladas.
Se puso de pie, caminó unos metros para tomar otra sandía para departir con el reportero, luego soltó: “Con esta siembra pues empleamos a 13 paisanos, todos son serviciales de la comunidad, porque son los únicos que no se van a los campos agrícolas, ellos se quedan a prestar el servicio comunitario, pero acá los empleamos, por eso digo que no es necesario que vayamos tan lejos para trabar y ganar un dinerito”.
Sin detener la plática, le dio otra mordida al pedazo de sandía que lleva en la mano derecha, con una seguridad que sólo él sabe, lanzó una pregunta: “¿No sé como le hacen los empresarios que siembran a grande escala?, porque es muy costoso el trabajo agrícola, nosotros no podríamos hacerlos tan fácil como lo hacen ellos”.
Después de disfrutar la sandía, Melquíades encendió su camioneta como aviso de que la excursión ha terminado y es momento de regresar a San Juan para comer y degustar un trago de mezcal.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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