Un taller de serigrafía en la alcaldía Venustiano Carranza -donde mujeres de poblaciones callejeras producen bolsas y pañuelos para conseguir estabilidad económica. es también un acercamiento a los feminismos. Un espacio seguro donde hablan de sus violencias pasadas y conocen de manera vivencial el significado de sororidad
Texto y fotos: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- En un cuarto adaptado como taller, frente a un gran ventanal que da a la calle, dos pulpos de serigrafía esperan ser manejados. En otra esquina, un archivero se convierte en burro de planchar. Este mes, de sala pasó a taller y de taller a espacio de encuentro entre mujeres de poblaciones callejeras.
En estas cuatro paredes, con canciones de banda de fondo, crearon bolsas y pañuelos para vender en la marcha del 8 de marzo. El taller busca brindarles una opción laboral donde la paga sea diaria y a la vez ser un centro informativo sobre los derechos de las mujeres. Frases que plasmaban en las telas, como “no es no, yo decido” y “mi cuerpo es mío” detonaron reflexiones en torno a sus derechos y las violencias que las atraviesan.
Las más jóvenes tienen menos de 20 años. Mariana, de catorce años, es mamá de Mateo desde hace un mes; Vanessa, de 17, tiene cuatro meses de embarazo. Las más grandes son treintañeras: Karla, madre de Mariana, y Susana, quien lleva seis años de trabajo con El Caracol, organización dedicada a defender los derechos de poblaciones callejeras.
“Mi cuerpo es mío”. Esa consigna que se escucha en las marchas de mujeres que exigen el derecho al aborto legal en todo el mundo, generó opiniones encontradas entre ellas pero después de discutirlo llegaron a una conclusión: apoyarán cualquiera que sea la decisión de compañeras y conocidas. Y no juzgarán si decide ser madre o si decide abortar.
“No es no, yo decido”. Es una frase que además se lee en las playeras rosas que usaron todas en la marcha. Les recuerda su derecho a una vida libre de violencias.
“La idea del taller es que no tengan que trabajar en el metro o en el trole vendiendo dulces o limpiando por dos cosas: una, porque son los espacios donde menos se cuida la sana distancia, donde más contagios de covid-19 puede haber; dos, que tengan un ingreso fijo en un espacio seguro donde hacen sus propios productos y donde sus hijos puedan estar, porque (de lo contrario) tienen que acompañarlas al metro y eso es muy inseguro para ellos, se los pueden llevar o se pueden caer”, explica Alexia Moreno, coordinadora de El Caracol.
Este 2021 fue el segundo año que realizaron la venta de pañuelos y bolsas previo y durante el 8M. Pero por la pandemia, respetando las medidas y cuidados para evitar contagios, no pudieron convocar a más de cuatro mujeres.
Es el último día del taller y las mujeres mueven las máquinas de serigrafía con naturalidad. Junto a Karen y a Georgina, integrantes de la organización El Caracol, pasan sus manos entre pintura y tela. Terminan las prendas a la perfección, sin manchas. Su plan es llegar al metro Revolución a las diez de la mañana del ocho de marzo y ponerse a vender.
Vender se les da bien. La mayoría de ellas ha sido comerciante en algún punto de su vida, han vendido en el metro, en los semáforos. Han sido violentadas por los policías que piensan que por ser población callejera y dedicarse al comercio informal, no tienen derecho a la privacidad, a decir no.
Al final del día, vendieron como 100 pañuelos y se quedaron con 15 bolsas. En el Caracol ya están pensando en qué otra técnica pueden aprender para seguir sacando productos. Su intención es acercarlas a las mercaditas feministas, tianguis de productos hechos por mujeres donde esperan hacer más redes.
Esta marcha fue la tercera a la que asisten como la colectiva “Amigas en el camino”. La primera manifestación en la que participaron fue en 2019, un 25 de noviembre. En ese entonces Susana se subió al templete y habló por ella y sus compañeras: pidió que no las juzguen, ni invisibilicen por vivir en las calles.
El siguiente año les fue diferente. En la marcha más grande de mujeres en la historia de México, entre la masa morada de la plancha del Zócalo, Susana González se siente herida. Junto a sus compañeras pidió subir al templete para nombrar las violencias que como mujeres de poblaciones callejeras viven pero no las dejaron hacerlo.
“Nosotras también queremos ser escuchadas, queremos que nos entiendan y se nos tome en cuenta, ya no queremos ser la sombra de la ciudad. Ustedes acaban de entrar a nuestra casa porque nuestra casa es la calle. Entraron a nuestra casa y se nos negó expresarnos arriba, la falta de apoyo de mujer contra mujer no se vale y ahí está una demostración de por ser de calle no te puedes expresar” reclamó Susana a cámara, en un comunicado que la organización le apoyó a grabar.
Para El Caracol y para Susana, ese 8M vivieron discriminación por las mismas mujeres feministas que moderaron el templete. Susana se los dijo: “¿Por qué hacen esto?, ¿estás diciendo que porque soy de población callejera no me estás dejando subir? Y ya, como vieron que me enojé, me dijeron sí, sí, ahorita subes. Al final no me dejaron. Entonces yo digo, no se vale que una mujer discrimine a otra mujer”
Alexia Moreno recuerda que les decían “no vas a subir porque no eres víctima” y cuestiona: “A ver… viven en la calle, les quitan a sus hijos, viven violencia policiaca, abusos sexuales, ¿qué más necesitan para que sean víctimas?, ¿que las maten? Porque también las matan”
Ese mismo 8M “Las casitas”, como le dicen a su hogar en La Raza, se pintó de luto. En pleno Día Internacional de la Mujer, dos mujeres fueron asesinadas ahí.
Vanessa, quien trabajó en el taller de serigrafía y también vive en Las Casitas, no conocía el feminismo pero los feminicidios en su comunidad la acercaron a la injusticia:
“A la marcha voy solo por una cosa: porque mi tía fue una de las víctimas de feminicidio. Como tal no era mi tía, tía, pero era una persona muy querida que vivía ahí en Las Casitas. Se llamaba Ana Laura”.
A Ana Laura la mató el papá de una de sus amigas. Este señor tenía problemas con su hija (la amiga de Ana Laura). El 8 de marzo del 2020, mientras convivían, el hombre sacó una pistola. Ana Laura intentó frenarlo pero la mató. Luego asesinó a su hija y a su yerno, que también se encontraba en el lugar. A un año del multifeminicidio, el hombre sigue sin sentencia.
“Mi carnalita cumple un año de feminicidio y tenemos otra carnalita, Thalía, de la que ya van a ser tres años. Ella era una chava lesbiana que vivía en nuestra comunidad. Era una lindura de persona, vivía con su pareja. (Un día) todos salieron a trabajar, un tipo que salió de la cárcel fue a Las casitas y como ella estaba sola le dijo que tuvieran relaciones. Como no quiso la golpeó muy fuerte. Duró varios días con dolores y se le reventaron los órganos, así falleció Thalía. También está el caso de una amiga que la violaron. Se acercó a los policías y le dijeron que no, que como era de calle ella tenía la culpa y no pudo levantar su denuncia”, cuenta Susana.
Susana tiene 39 años. Es morena de cabello negro y largo, largo. De carácter y físico fuerte. Trabajó como faquir en el metro, se acostaba en cristales rotos hasta que un día su hija la vio sangrar y se asustó tanto que Susana decidió encontrar otra forma de conseguir dinero.
Entonces comenzó a ejercitarse y rompió una de las creencias con las que las mujeres crecemos: la de ser débiles. Las barras se volvieron su especialidad, se subía al metro y las hacía en los tubos del transporte durante el trayecto. Le dejaban buen dinero porque al ser mujer “sorprendía” con su “inusual” fuerza a los pasajeros.
Se acercó al feminismo en El Caracol. De todas las mujeres que trabajan en el taller, es la única que se identifica como feminista y como tal, tiene muy claras sus exigencias y su discurso:
“Nosotras sufrimos doble discriminación. Una, por el simple hecho de ser mujeres y dos, por ser de calle. Discriminación en la vía pública, de nuestras parejas, en nuestra comunidad y lógicamente no tenemos a nuestras familias. Piensan que somos tontas, que somos mugrosas, que somos malas madres, viciosas. Entonces lo que queremos es que antes de juzgarnos, escuchen nuestras historias. El por qué estamos o estuvimos en calle”
Muchas de ellas dejaron sus casas por violencias que vivieron dentro del mismo núcleo familiar. Violaciones, golpes, abusos. A los 16 años Susana vivió acoso por parte de su hermano mayor. La espiaba, le pegaba.
“Tengo una niña de siete años, se llama Melanie. Quiero que aprenda a defender sus derechos. A no dejarse pisotear, a no callarse, a hablar. Yo me acuerdo que cuando le dije a mi mamá que mi hermano me espiaba y me tocaba, se enojó conmigo y le dio el apoyo a mi hermano. Yo no quiero eso con Melanie. Le he dicho: tú vas a tener mi apoyo y eres una mujer fuerte conmigo o sin mi. Le trato de decir que no sea agresiva pero que tampoco se deje. Yo no tuve eso y le quiero dejar las herramientas y siento que eso también es este movimiento, dejarles esas herramientas a ellas, las más jóvenes”, cuenta.
Karla y Mariana tienen claras las violencias que han vivido. Karla vivió con parejas violentas, cuando Mariana tenía meses de nacida, dejó al padre de ésta porque la lastimaba .Mariana, a sus catorce años, nunca ha dicho que se considera feminista pero está segura de que no tolerará más violencias. Tiene cuatro meses que se separó de su pareja, quien la hirió físicamente.
“La primera vez me quedé callada. La última vez que me agredió fue mucho. Llegas a tu límite y dices ya. Me decidí ir porque pensé en mi bebé. Primero está la seguridad de mi hijo” recuerda Mariana.
Karla cuenta que Mariana llegó muy lastimada, “macheteada”. Como madre esto le dolió, pensó en los patrones que se repiten y le advirtió a su hija. Le dijo que la apoyaba si quería denunciar.
“Yo lo viví en carne propia. Le dije, no seas igual que yo porque yo viví todo esto y tú lo llegaste a ver. Y no quiero que tu hijo vea esto porque como es niño, lo va a replicar”, recuerda Karla.
Desde entonces viven juntas. Para ambas, la llegada de Mateo significó una búsqueda de estabilidad y seguridad. Ambas están tomando acciones para conseguirlo. Mariana, dejó a su pareja que la violenta; Karla dejó las drogas. Este marzo asistieron juntas al taller y para el día de la marcha Karla se quedó cuidando a Mateo para que Mariana pudiera manifestarse.
Este año, a diferencia del pasado, marcharon menos mujeres de poblaciones callejeras. La pandemia también les afectó. El trabajo bajó y muchas regresaron a las calles o con sus familias a otros estados. El contingente fue de aproximadamente 15 mujeres, entre educadoras de El Caracol y chavas de poblaciones callejeras.
En la semana previa a la marcha les dieron otro taller. Éste era de stencil. A partir de fotografías de ellas crearon las plantillas. También hicieron stickers. El sticker más importante dice “Justicia para todas. Por una vida libre de violencia” en un cintillo morado que va debajo de la foto de dos mujeres que se abrazan, son Ana Laura y Talía.
El día de la marcha Susana guió las consignas, llenaron la calle de stencils y se animaron a pintar el nombre de Ana Laura en el memorial para las víctimas de feminicidio sobre las vallas alrededor de Palacio Nacional.
Luego llegó la reflexión, contaron historias de chavas que han encontrado muertas afuera del metro. Lloraron, porque al final, marcharon pensando en que no estaban todas, en que falta Ana Laura, Talía y un montón de mujeres que han muerto en las calles y que ni siquiera entran en las cifras.
Para El Caracol que ellas sean parte del movimiento de derechos para las mujeres es sumamente importante. Georgina Navarro lo explica:
“En los feminismos nunca se habla de mujeres que viven en calle. Es primordial que ellas tengan incidencia política también, como cualquier otra mujer, porque se les excluye de muchas formas y ellas también tienen derecho a alzar la voz, a participar en una marcha histórica”
A Susana nunca le han gustado las injusticias, en cambio, ayudar a la gente le gusta mucho. El feminismo se ha vuelto en su vida una herramienta para lograrlo, una forma de sensibilización entre sus compañeras:
“Normalmente cada quien se rasca con sus propias uñas y aquí, lo que yo vine a aprender , fue la solidaridad. No solo la solidaridad de te ayudo como persona sino la ayuda entre mujer y mujer. Eso es algo bien chido que nosotras llevamos a nuestros puntos. Si veo a alguna con un problema le digo: oye, ¿te puedo ayudar en esto? Entonces es así, nos cuidamos unas a las otras. Me gustaría que el feminismo nos ayude a que nos dejen expresarnos, a que nos conozcan, que no nos juzguen, que nos den chance de explicarles el por qué”
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