Un regalo de navidad

23 diciembre, 2022

Atesoro el valioso regalo de navidad que me hizo mi mejor amigue Rosa Fresco cinco años atrás, en un encuentro que hacemos con otras amistades desde que salimos de la preparatoria, para no olvidar el cariño que nos tenemos

Twitter: @EvoletAceves

Cuatro amigas, mi mejor amigue y yo nos juntamos año con año para hacer un intercambio de regalos. Lo hacemos para no olvidar el cariño que nos tenemos desde que salimos de la preparatoria, donde nos conocimos desde hace ya diez años, y para festejar nuestra amistad departiendo en una cena navideña en algún restaurante.

Esta vez no pude acudir a nuestro encuentro por hallarme en Estados Unidos. Conforme la edad va avanzando, el círculo de amigos se va reduciendo, cada vez me queda más claro. Al menos en mi caso no es la excepción.

Fue durante una de estas cenas, aproximadamente cinco años atrás, cuando recibí el regalo de mi mejor amigue, Rosa Fresco, quien en la actualidad es une gran representante del voguing en México, y quien también formó parte de la primera casa voguera en Toluca, Estado de México (House of Lova).

En aquellos tiempos, elle era, si bien no le únique, sí quien conocía a detalle mis aficiones estéticas, mis gustos particulares en cuanto a moda, pero también sabía mis anhelos, lo que en aquellos momentos me parecía imposible, impensable, cuestiones que solamente le confiaba a él y a mi soliloquio. La razón era porque elle me entendía, habíamos pasado por situaciones similares, y estábamos viviendo y experimentando en nuestros cuerpos la disidencia de género de maneras parecidas.

Hace cinco años, en apariencia, yo era una persona completamente distinta de la que soy ahora. Lo más arriesgado que hacía por aquel entonces era adornar mis manos con múltiples anillos y mi cuello con largos collares que yo mismo hacía o que compraba. Naturalmente, en aquel entonces mi pronombre era irremediablemente masculino, y aunque mi apariencia era cada vez más andrógina, había una presión que me impedía usar lo definitivamente considerado femenino: tacones, faldas, vestidos, hasta lentes de sol… Por esos años me asumía como un joven gay, sin embargo, yo ya había tenido largas pláticas con Rosa sobre cómo esa etiqueta no me quedaba por completo, yo quería más. Ni siquiera más, quería algo distinto.

Fue impactante mi reacción al abrir mi regalo, jamás había recibido uno similar. Aquel presente, envuelto en una delicada bolsa de papel crepé, contenía una bolsa de la marca MAC y, por dentro, un pequeño y radiante labial color rojo, un rojo vibrante; además, unas arracadas doradas gigantescas. Aún recuerdo que aquellos aretes plastificados que aparentaban ser oro puro tenían detalles perfectamente delineados, muy bling-bling, inmediatamente me recordaron a las arracadas utilizadas por mujeres afro, también por raperas e igualmente por chicanas que lucen su estética fronteriza al filo brillante de sus desafiantes accesorios.

Por un lado e inevitablemente, sentí un poco de vergüenza, pues al resto de las amigas que estaban ahí no les había contado mis secretos, aunque probablemente ya los sabían o quizá tenían sospechas; por el otro, una gran emoción me invadió al abrirlo, comencé a llorar por dentro, mientras por fuera esbozaba una sonrisa para mostrar mi gratitud hacia Rosa.

De alguna manera, era como si Rosa me estuviera dando un pequeño empujón. Cabe mencionar que en ese entonces yo no tenía aún los lóbulos de las orejas perforados, sí, ese par de perforaciones que, al poco tiempo de nacidas, a la gran mayoría de mujeres cis les hacen para comenzar a adornar sus orejas con minúsculos aretes, una perforación desde las primeras horas o días de vida que simboliza una sentencia, la consagración de la feminidad, la primera penetración de un cuerpo ajeno en el cuerpo femenino. La penetración primigenia.

Al ver los aretes y el labial me sentí literalmente desnuda, frente a los ojos de mis amigas, de los meseros. Estaba completamente desnuda.

Durante la cena, haciendo frente a mis temores, tomé mi regalo de navidad, mi primer labial, lo contemplé, observé su forma, sus colores, el material por fuera y por dentro del pequeño y mágico producto cosmético, y pigmenté mis labios con ese rojo seductor, reluciente, ese rojo que sólo le es permitido a la mujer cisgénero usar, según las reglas del binarismo. Bebí de mi copa de vino y me cautivó ver la huella, el rastro de mis labios femeninos, cristalizados en la copa. No sólo estaba celebrando mi amistad con las presentes, fue gracias al regalo de Rosa que celebraba en ese instante la existencia de mi feminidad.

Meses después me haría mis tan anheladas perforaciones en los lóbulos. Primero dos de la oreja izquierda, aún recuerdo que, como no encontré ningún sitio en donde hicieran perforaciones simples, me vi en la necesidad de acudir puntualmente a mi cita —Rosa me acompañó— a un lugar que tenía apariencia como te motociclistas salvajes, en donde hacían perforaciones y tatuajes. En efecto, el hombre que me hizo mis dos perforaciones en el lóbulo izquierdo lo hizo con poco tacto, tan es así que cada que recuerdo la escena me mareo como cuando me mareé ese día. Estaba pálida, soy muy sensible al dolor y mucho más a la sangre, puedo incluso desmayarme con tan solo verla. Ese día Rosa estuvo ahí, me acompañó a comprarme una Coca para que se me subiera el azúcar.

Unos dos años después, agendé una nueva cita, esta vez con una mujer que se dedicaba a hacer perforaciones en su estudio. Todo fue más profesional, el dolor fue casi imperceptible. Al cabo de unos meses ya tenía listos mis dos orificios en el lóbulo derecho.

Pasaron varios años desde aquel intercambio navideño hasta que pude usar las hermosas y retadoras arracadas gigantescas que Rosa me regaló aquella noche, y cuando los usé por vez primera, lo hice con el mismo entusiasmo que tenía la noche en que los recibí, con el mismo entusiasmo, también, de hacía unas dos décadas atrás.

En cuanto al labial, aún lo conservo, pienso que lo voy a guardar como recuerdo, no cualquiera corre con la suerte de obtener un regalo tan significativo, tan revelador. Lo usé varias veces, tengo presente su aroma ligeramente chocolatoso, un olor dulce, como la memoria que conservo de aquel regalo de navidad.

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.