A través de la música, Didier ha emprendido una tarea titánica en la península de Yucatán: rescatar y fomentar el maayat’aan, y con esto, preservar una forma de ver, interpretar y habitar el mundo
Texto: Ricardo Hernández
Fotos: Robin Canul
YUCATÁN.- Las fiestas terminaban a las 5 o 6 de la mañana, dos o tres veces por semana. A veces, al salir de la farra, Didier Chan, iba directo a sus clases, aún con la camisa de lentejuelas verdes que vestía en los eventos. Pero Didier no iba a bailar o celebrar, sino a trabajar. Era tecladista y corista del conjunto “Bombazo Musical”, un empleo que le permitía pagar sus estudios universitarios.
“Con mi uniforme del grupo iba a la escuela, a veces medio dormido. A las tocadas llevaba mi mochila y a la escuela mi teclado”, recuerda Didier entre risas. Era el 2009 y él estudiaba Lingüística y Cultura Maya en la Universidad de Oriente, en Valladolid. Fue en esa universidad que Didier Argelio Chan Quijano, ahora de 36 años, tejió el sueño de preservar el maya yucateco en el sureste de México, variante lingüística conocida como maayat’aan.
Un sueño implica componer un deseo; exige imaginar que se puede estar en un más allá de las circunstancias que lo acechan, en un nuevo horizonte. Y es que el panorama sobre la disminución del maya en Yucatán era angustiante. Si en 2010 el 29.6 por ciento de los yucatecos lo hablaba, para 2020 bajó a 23.7 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Esto representa para el maayat’aan “riesgo mediano de desaparición”, según parámetros del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali). Las estadísticas indican que la pérdida de la lengua no sólo se da en los adultos, sino entre los jóvenes y, de manera más preocupante, en las infancias. Y cuando las nuevas generaciones no hablan la lengua, está en riesgo de perderse.
No sólo miles de personas han dejado de hablar esta lengua milenaria, sino que, “al perderse una lengua se pierde una manera de ver, interpretar y habitar el mundo”. Se pierde una forma específica de nombrar cosas, lugares y sentimientos; se pierde la comunicación con adultos mayores mayahablantes; se diluye la identidad y las diferentes expresiones culturales que se pueden generar con ella; se desincentiva participar en rituales o fiestas que dan sentido de comunidad.
Didier imaginó un sueño y formas de llegar a él. Primero y muy intuitivamente, sumó al repertorio de Bombazo Musical canciones en maya, algunas compuestas por él que fueron un éxito cada noche. Luego colaboró en investigaciones académicas e impartió clases de lengua maya a cientos de estudiantes. Recientemente, se volcó al activismo digital con infancias y adolescencias.
Fue uno de los beneficiados del programa Rising Voices, la iniciativa global que financia (2,500 dólares) y da acompañamiento y mentoría a actores locales de pequeñas comunidades para conservar lenguas indígenas a través de herramientas digitales. Desde 2014, Rising Voices ha apoyado a activistas digitales de diversas lenguas indígenas en América Latina. En los últimos años se ha enfocado en incentivar la participación de actores locales hablantes de lenguas mayenses en el sur de México e integrarlos a redes más amplias de activismo de la región.
En 2022 y 2023 Rising Voices otorgó, a través del Programa de Becas para el Activismo Digital de Lenguas Mayenses, 20 microfinanciamientos a personas de la Península de Yucatán y Chiapas. Lorenzo Itzá, uno de los coordinadores de la organización en México, explica que son proyectos de radio comunitaria, enseñanza de lenguaje de señas, producción de podcast, creación de libros digitales, de alfabetización, entre otros. Los seleccionados, como Didier y Rodrigo Petatillo, de quien se escribirá más adelante, son acompañados durante todo el proceso por dos mentores comunitarios que mediante sesiones individuales en línea los orientan para poder alcanzar sus metas. Además, comenta Itzá, se realizan dos sesiones virtuales de manera grupal cada mes para compartir avances. “Son sesiones de intercambio de conocimiento, donde uno comparte lo que sabe sobre software, sobre metodologías de enseñanza, el uso de Adobe, edición de video o lo que sea que sepa”, dice Itzá.
En enero pasado el programa realizó la primera Cumbre de Activismo Digital de Lenguas Mayenses, celebrado durante cinco días en Mérida donde se llevaron a cabo charlas, conferencias y talleres entre los beneficiados y algunos otros invitados. Es así, explica Sasil Sánchez Chan, la otra coordinadora de Rising Voices en México, que van conformando redes, aprendizaje y una comunidad de apoyo que les facilitará a estos activistas digitales continuar con los proyectos por su cuenta cuando el programa termine. Las sesiones grupales y la cumbre, reconoce Didier, no sólo le sirvió para aprender de sus pares sobre alguna herramienta que le es útil para su cometido, sino que le ayuda a saber que no está solo, que hay otras personas como él preocupadas, y dedicadas a la preservación de lenguas indígenas en peligro en las cuales se puede apoyar.
El proyecto de Didier involucró a cinco preadolescentes que eligieron historias para plasmarlas en dibujos que luego, con stop motion, convertirán en videos narrados en maya por ellos mismos. “No es muy común encontrar en internet material en maya, de ahí mi interés en este proyecto”.
Tixhualactún es un pueblito tranquilo, perteneciente a Valladolid, donde Didier echó a andar el proyecto. Por las tardes lxs niñxs juegan en el parque público, las mujeres platican en las bancas afuera de las tiendas de abarrotes o de las casas y los señores se reúnen en la explanada pasadas las ocho de la noche, luego del trabajo del campo.
En los muros y postes de esos espacios, entre las risas de los niños y los murmullos de las mujeres, Didier publicitó su idea mediante carteles y megáfono: “¡Se buscan niños que quieran contar cuentos en maya!”, “¡Se buscan niños que quieran contar cuentos en maya!”. A Fredy, de 12 años, sus papás lo habían mandado a pagar la luz. Pasó frente a Didier y su esposa Adriana Sánchez Tuz, que esperaban en la explanada, le dio curiosidad y pidió informes. Luego fue a casa a pedir permiso.
Su nombre es José Alfredo Uicab, pero todos lo llaman Fredy. Este 27 de junio aparece por un sendero poco iluminado, rodeado de vegetación. “Cada que lo vemos está yendo por el mandado”, bromea Didier al encontrarlo con una bolsa con huevos y leche para la cena. Fredy se chivea y esconde tras de su mamá, a quien solicito permiso para entrevistarlos.
—¿A qué hora sería? —pregunta Cecilia Choc, la madre.
—Como a las seis. ¿Te parece bien a esa hora? —consulto a Fredy.
—Yaan in bin xook —susurra en maya Fredy, sin salir de las faldas del hipil de su madre.
—Dice que a esa hora va a la escuela —traduce Cecilia.
—No, pero a las seis de la tarde.
—Ahhh —responde aliviado y moviendo la cabeza en afirmativo.
La respuesta sorprende. Hace un año, cuando Didier y Fredy se conocieron, este evitaba hablar maya, algo común entre las nuevas generaciones que prefieren el español. Ahora lo habla cotidianamente al menos con su familia. Didier les dio breves lecciones de maya y fomentó su uso entre ellos para que lo normalizaran y supieran que pueden compartirlo con otros niños, porque la lengua que no se habla, muere. “Lo que les faltaba era el uso social del maya”, dice Didier.
El Estado mexicano, a través de la política de mestizaje, ha borrado las distintas lenguas originarias. Aunque a nivel federal la Constitución le obliga a fomentarla y a nivel local el Congreso de Yucatán hizo obligatorio impartir la lengua maya en la educación básica y declararla Patrimonio Cultural Intangible, en el 2019, son los esfuerzos de jóvenes como Didier los que involucran a los habitantes a recuperar su lengua.
Como primera parte del proyecto Didier pidió a Fredy y a los otros cuatro chicxs que llevaran una historia de su comunidad o de sus familiares. Algo que creyó sencillo se convirtió en un problema. “Nos dimos cuenta que ya no se cuentan cuentos aquí”, dice Adriana Sánchez, también lingüista. Como a Fredy se le complicaba el maya le dieron una historia muy corta «sobre un perro que se pierde en el monte, tardó tiempo y volvió a aparecer. Le dieron agua y tortillas. Y ahí termina”.
En la segunda fase lxs chicxs dibujaron el paisaje y sus personajes. En la tercera fase Didier grabó la voz de lxs niñxs narrando sus cuentos en maya. La cuarta, aún pendiente, consiste en aplicar la técnica de “stop motion”, es decir, fotografiar a los personajes en una postura, luego en otra y otra, de forma que al unir los fotogramas, parecen cobrar vida. Una vez listos, los subirán al canal de youtube Lengua y Cultura Maya Yucateca. Ahí está el video “In waalak’ peek’”, una canción de Wilfrido Dzul e interpretada por Didier que, como en su época de Bombazo Musical, interpreta y armoniza con guitarra, misma que suma ya 59 mil reproducciones.
El sueño de Didier es que su lengua viva, que se escuche, que se piense, que se pueda existir a través de ella. Que trence historias entre abuelos e infancias, que esté presente en lugares donde no es común leerla o escucharla, como el internet.
Carlitos para de hablar y afina el oído. Al notarlo, su hermano y su padre lo imitan y la casa queda en silencio. Es una choza típica maya: amplia, piso de tierra cuidadosamente aplanada, con techo de palma tejida y con paredes de madera por donde se cuela el fresco, el ruido ambiente y los rayos de sol que alumbran el rostro de Carlitos, atento al canto de los pájaros que nos rodean.
“Ese de atrás es un ruiseñor”, certifica Carlitos. Carlos Manuel Kumul Chablé tiene 13 años, es robusto, de cabello revuelto y ojos achinados. Es parte de otro proyecto de rescate del maya, que inició con talleres de escritura básica, pero que ha tenido tal impacto que se ha expandido. Ahora contempla, entre otras cosas, un audiolibro en maya sobre pajaritos de la comunidad donde se desarrolla: Kopchen, en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo.
Los hermanos Carlos y José Miguel Kumul Chablé, de 13 y 12 años, tienen buen oído para identificar aves pues están acostumbrados a ellas. Kopchén está rodeado de la selva maya y su abundante biodiversidad. Además ellos han aprendido a identificar el canto de los pájaros cuando acompañan a su padre a recolectar verduras al campo.
Kopchen es una localidad campesina, a 40 kilómetros de Carrillo Puerto, con índices muy superiores a la media regional de personas mayahablantes (más del 80%). Aquí nació Rodrigo Petatillo, de 31 años, estudiante de doctorado en el programa de Lingüística Indoamericana en el Centro de Investigaciones y Estudio Superiores en Antropología Social.
Como Didier, Petatillo fue seleccionado por Rising Voices para revitalizar el maayat’aan. Él propuso crear cápsulas de video en maya para distribuirlas por redes sociales. Con él trabajaron 17 niñxs y adolescentes, a quienes enseñó a usar herramientas tecnológicas y digitales para realizar las grabaciones, transcribir los audios, traducirlos y subtitularlos al español y al inglés. Los videos tratan sobre vocabularios, expresiones de la vida cotidiana, adjetivos y hasta trabalenguas.
“Yaan uje’ yúuyum yáanal ya’, yáanal ya’ yaan uje’ yúuyum”, dice Carlitos en una de las 12 cápsulas y que se puede traducir como “Hay huevo de oropéndola debajo del chicozapote, debajo del chicozapote hay huevo de oropéndola”. Curioso. La oropéndola de Moctezuma es un ave enlistada en la NOM-059 por estar en riesgo. Ave y lengua maya enlazadas por una amenaza común: la de ser reducidas hasta una probable extinción.
En Quintana Roo la población que habla el maya es menor que en Yucatán y va en picada. Si en 2010 el 16.7% de la población estatal lo hablaba, para 2020 bajó a 11.6%, según el INEGI. Y la gran mayoría de los que lo hablan no lo escribe, lo cual imposibilita dejar constancia escrita de sus propias historias, afirma Petatillo.
A decir de José Ángel Koyoc Kú, historiador, especialista en estrategias de revitalización lingüística, esa disminución se puede explicar, en parte, porque no hay hablantes nuevos del idioma. “Hay lugares en la región donde los mayahablantes son sólo los adultos, los mayores”. El hecho de que los niñxs dejen de hablarlo es una señal alarmante y grave de la pérdida de la lengua, afirma. Además, en Yucatán, no hay espacios exclusivos donde se pueda hablar solo el maya por lo cual la gente puede vivir hablando castellano o inglés, antes que sólo maya. “Al ritmo que vamos, en dos o tres generaciones podría desaparecer la lengua maya”, opina Koyoc.
Didier, Petatillo y Koyoc son una generación que se crió entre el español y maya, aunque el primero predominó en sus vidas. Las siguientes generaciones, los niños con los que trabajan en sus proyectos, sólo hablan español. Unos y otros fueron atravezados por la discriminación hacia los indígenas mayahablantes, así como la castellanización forzada en las escuelas y las políticas de blanqueamiento, exclusión, segregación, marginalización y racialización que mantienen al maya y otras 68 lenguas indígenas nativas de México al borde del olvido.
Petatillo culpa al sistema educativo en Kopchen de las carencias de habilidades de lecto-escritura en maya en lxs estudiantes. En las aulas de escuela se enseña solo en español e, incluso, se castiga el hablar en lengua indígena. “Cuando hablaban maya en la telesecundaria los castigan con dejarlos sin receso, limpiar el salon o el baño e, incluso, golpes en la cabeza, dando a entender la maestra que uno es ‘tonto’. Esto se da porque los maestros no hablan maya y tienen otra visión y desinterés respecto al maya”, explica.
Aunque Petatillo aclara que el contacto del maya con otras lenguas le parece beneficioso para mantenerla viva y revitalizarla. En su tesis de licenciatura demostró que en el maya que se usa en Kopchen existen decenas de términos, préstamos del español. Por ejemplo, la palabra chisme, que no existía en la lengua milenaria, fue mayanizada como chiisme.
Petatillo también impartió un taller de lecto-escritura del maya. Cree que por cada niñx alfabetizadx en esta lengua y capacitadx en el uso de herramientas digitales habrá una persona que transmita conocimiento a otrxs niñxs y así formar toda una red de activistas. Hoy hay 17 niñxs interesados en alfabetizarse y dos de ellos entusiasmados por registrar en un audio libro público el canto y el nombre de los pájaros en maya.
“También trabajamos con una bióloga para hacer avistamiento de aves, y vincularnos con proyectos de conservación. Se abren muchas posibilidades”, imagina Petatillo. El mayor sueño de Petatillo es construir en Kopchen la Casa de Estudio Maya: un espacio donde se aprenda a escribir en la lengua, donde las infancias se motiven a escribir un poema, una novela; un lugar para registrar el canto del oropéndola o el ruiseñor.
Preservar la lengua impulsó a un sueño y otro y otro.
*Este reportaje forma parte de una serie financiada por la Fundación W.K. Kellogg
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