Un mundo donde quepamos todas

15 marzo, 2018

Unas 12 mil mujeres de 27 estados y 35 países respondieron a la convocatoria de las mujeres zapatistas para reunirse tres días en un territorio autónomo de Chiapas y compartir saberes sobre sus luchas, escucharse, acuerparse y construir, juntas, nuevas formas de feminismos

Texto y foto: Celia Guerrero

CARACOL MORELIA, CHIAPAS.- Cecilia nació un primero de enero. Su madre entró en labor de parto mientras la comunidad autónoma en la que viven se preparaba para la quinta conmemoración del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en contra del gobierno mexicano.

Morena, chapeada, de rostro redondo, Cecilia muestra una mirada dura y desconfiada, pero bajo el pasamontañas es una muchacha curiosa de 19 años. Nació y creció en el Caracol de Oventic, una de las cinco regiones que integran los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, y estudió en la escuela autónoma hasta la secundaria. Ahora, sus planes personales se reducen a dos opciones: estudiar medicina en Cuba o ir a trabajar a la Ciudad de México. No tiene claro cómo lograr lo primero que es, más que un plan, un sueño. Lo segundo, más que opción, es una necesidad; aunque tampoco tiene idea de qué tipo de trabajo podría conseguir en la capital del país. Sabe bien que allá todo cuesta. «Hay que rentar, pagar luz, agua y la comida, ¿verdad?», pregunta, dudando de ese modo de vida que solo conoce de oídas.

Si se queda en su comunidad, continuará jugando voleibol y básquetbol en el equipo de mujeres al que pertenece. «Quizás me case en cuatro o cinco años, porque ahora no me siento capaz de mantener una casa», cuenta. 

Nayeli escucha su respuesta y responde con una sonrisa revelada por sus ojos rasgados que se apequeñan debajo del pasamontañas. De su boca no sale más que una risilla y dice no hablar “castilla». Su compañera responde por ella: tiene 30 años, es soltera, no tiene hijos. Cuando los zapatistas de Chiapas hicieron su aparición pública, en 1994, era una niña de seis años.

Igual que Cecilia, Nayeli es dos mujeres: con la tela que le cubre el rostro tiene una mirada miedosa; sin ella, es más bien una muchacha risueña de rostro curtido y enrojecido por el clima extremo. A diferencia de Cecilia, que usa pantalón de mezclilla y suéter, Nayeli lleva la vestimenta tradicional de las tzotziles de San Juan Chamula: falda de lana de borrego y blusa brillante plisada. 

Gaby, la tercera joven del grupo y la más desinhibida, usa pantalón de mezclilla con pedrería en los bolsillos, blusa de encaje rojo, botas que llegan debajo de las rodillas, pulseras y collares. Cuando porta el pasamontañas es imposible distinguir que sonríe casi todo el tiempo. Ella posa para una fotografía y hace la seña de paz, posa para otra y sube ambos pulgares. Narra sus actividades cotidianas: se levanta a las cuatro de la mañana, hace tortillas, luego ayuda a su papá con la siembra y vuelve a hacer los quehaceres de la casa: limpiar, cocinar.

Son tres mujeres distintas de un mismo pueblo. Tres de miles de mujeres de las bases de apoyo zapatistas que, en este marzo de 2018, acudieron al llamado del Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan. Las zapatistas son las anfitrionas del evento, realizado en la zona Tzots Choj, al que llegan unas 12 mil mujeres de todo el planeta.

“Aquí solo mujeres”

En la entrada del lugar, un letrero reza: «Bienvenidas mujeres del mundo», y sobre las rejas de acceso, otros dos: «Aquí, solo mujeres», «Prohibido entrar hombres». Desde la convocatoria, las zapatistas decidieron no invitar hombres. Aunque a los que llegaron les permiten quedarse afuera. Adentro, la seguridad, la organización, la limpieza, los discursos, las cocinas, las participaciones y presentaciones, corren a cargo de ellas.

Además de las zapatistas, unas siete mil mujeres participan como ponentes y asistentes durante tres días en pláticas, talleres, eventos culturales y deportivos. En el discurso de bienvenida, una representante de los cinco caracoles habla sobre sus motivaciones para organizar un encuentro:

«En lo colectivo pensamos y discutimos que tenemos que hacer más porque vemos algo que está pasando. Y lo que vemos, hermanas y compañeras, es que nos están matando. Y nos matan porque somos mujeres, como que es nuestro delito y nos ponen una sentencia de muerte. Entonces pensamos hacer este encuentro e invitar a todas las mujeres que luchan».


Cecilia dice que cinco mil mujeres zapatistas asistieron al encuentro. Es el primer día y cientos de ellas se postran en formación durante horas a escuchar las palabras de bienvenida, siguen los relatos de las representantes de cada uno de los cinco caracoles sobre su participación como mujeres en la lucha del EZLN. Por momentos los discursos se dirigen a las invitadas; en otros, a ellas mismas.

«La lucha por nuestra libertad, como mujeres zapatistas que somos, es nuestra. No es trabajo de los hombres ni del sistema darnos nuestra libertad. Al contrario, como que su trabajo del sistema capitalista patriarcal es mantenernos sometidas. Si queremos ser libres tenemos que conquistar la libertad nosotras mismas, como mujeres que somos”, dice la representante.

El resto del día es de las anfitrionas: exhibición de danzas, puestas en escena, partidos de basquetbol. En la tarima a un costado del escenario, varias integrantes del Concejo Indígena de Gobierno y su vocera, Marichuy, aplauden las presentaciones.

A cada idea, cada “¡Vivan las mujeres del mundo!”, cada “¡Viva la lucha zapatista!”, cada “¡Viva Marichuy!”, la multitud invitada, que sobrepasaba el número de zapatistas, responde con algarabía.

Justicia y feminismos

“¿A qué se refieren con justicia comunitaria?”, pregunta una de las asistentes a Josefa Lorenzo, una mujer maya guatemalteca participante en la plática Rehabilitar el cuerpo, la vida y la comunidad entre mujeres después de la violación sexual genocida, que sucede durante la mañana en el segundo día del encuentro.

Josefa es integrante de Actoras de Cambio, un grupo de mujeres feministas y no feministas, mestizas y mayas, que organizan festivales para hacer públicas las experiencias de sobrevivientes de violación sexual durante la guerra en Guatemala. Una delegación viajó a Chiapas para dar esta plática y presentar la obra de teatro El despertar de las mujeres montaña.

“Para todas las compañeras y para mí también ‘justicia’ es alguien que me escucha. No es ir con el juez, con alguien para que lo metan al tipo a la cárcel, por ejemplo, si es un violador. No es esto porque yo me quedo enferma y el tipo va a estar un tiempo, una semana, un mes en la cárcel, y al final sale porque los hombres manejan y yo sigo enferma. Entonces, es alguien que me escucha, le cuento lo que me pasa y me ayuda en la sanación. Eso es justicia para nosotras”, responde Josefa.

A cada una de las actividades del encuentro asiste un grupo de mujeres zapatistas a las que se les da la palabra para comenzar hacer preguntas o dar opiniones sobre los temas discutidos. En uno de los foros, dos poetas, una mexicana y otra guatemalteca, realizan una lectura de su trabajo ante un público mixto. Una zapatista pregunta: ¿qué es lo que las inspiró para hacer poesía? La mexicana responde que el feminismo se atravesó en su camino creativo, permitiéndole hablar de lo que venía de dentro de ella. La moderadora da paso a una segunda ronda de intervenciones.

“Disculpen la pregunta porque las compañeras que estamos tal vez no entiende, ¿qué quiere decir feminismo? Queremos saber de eso”, cuestiona una segunda mujer zapatista. Las ponentes se miran entre sí y sonríen. El público festeja la pregunta con aplausos y gritos.

“Hay que empezar con decir que hay muchos feminismos… Es una idea o muchas ideas con las que se exigen los derechos de las mujeres para que seamos iguales a los hombres, pero siendo nosotras… Lo que busca es la libertad para que las mujeres podamos ser lo que queramos ser”, responde la poeta mexicana.

“Solo puedo decirles qué es para mí… es sentirme libre, buscar mi autonomía, poder vivir en plenitud mi cuerpo, mis deseos, poder opinar, poder decidir, poder agarrar camino, poder bailar, poder disfrutar… es una lucha, es una convicción política, y me nombro feminista como nombrarme mujer originaria. Es una lucha más”, agrega la poeta guatemalteca.

En la fogata

Por la noche del segundo día, un grupo de mujeres mapuches, de Argentina; mayas, de Guatemala y México, y otras de pueblos originarios y mestizas, se juntan de manera improvisada alrededor de una fogata. En el escenario principal, el grupo de rap Batallones Femeninos acapara la atención de la mayoría de las asistentes.

Lorena Cabnal, maya-xinka, impulsora del llamado feminismo comunitario que reivindica la defensa del cuerpo-territorio, utiliza una vara para mover los troncos encendidos y toma la palabra. Habla sobre las mujeres desplazadas políticas que integran la Red de Sanadoras Ancestrales de Guatemala, de la que forma parte.

“Estamos en peligro de muerte, no nos podemos mover, vivimos empobrecidas”, cuenta sobre ella y sus compañeras. Pide al resto de las presentes que las “acuerpen”; es decir, que las acompañen y las apoyen en el exilio político al que han sido empujadas.

Lorena insta por la consideración y participación de autoridades ancestrales indígenas en el juzgado internacional feminista, una propuesta discutida en la espontánea reunión. También sugiere que se presente un caso paradigmático de las mujeres defensoras de la tierra que viven en riesgo y desplazamiento forzado.

Entre todas forman una delegación encargada de difundir su situación política y pedir el apoyo de las asistentes al encuentro. Al día siguiente lo harán, después de una ceremonia al amanecer en la que participan cientos.

Mujeres de todos los mundos

Es el último día del encuentro y las actividades han inyectado energía y esperanza entre las participantes, tanto como las discusiones han encendido polémicas. Durante horas, mujeres de Chile, Guatemala, México, Argentina, se enfrascan en una plática sobre las posibles acciones a seguir ante la impunidad de los feminicidios y otras violencias. ¿Cómo incorporar a la sociedad a las demandas feministas? ¿Con qué lenguaje o discurso llegar a la sociedad que tiene miedo de los términos patriarcado, capitalismo? ¿Cómo hacer que la sociedad actué, se rebele? fueron algunas de las preguntas planteadas.

“Las compañeras zapatistas hicieron un llamado muy claro: ‘únanse, coordínense, el momento es ahora. No es en cuatro años más, es ahora’. Y ese momento no se va a lograr peleándose por un desplegado”, les recuerda Patricia Arendar, socióloga feminista.

Dos días antes, cuando el encuentro inició, la representante de los pueblos que dio la bienvenida lo decía: “Podemos escoger qué hacemos en este encuentro… Podemos competir para ver quién es más mujer, quién gana el deporte, quien lucha más, como quiera no va a haber hombres que digan quién gana y quién pierde. Solo nosotras. O podemos escuchar y hablar con respeto como mujeres de lucha que somos… O competimos entre nosotras y al final del encuentro, cuando volvamos a nuestros mundos, vamos a darnos cuenta de que nadie ganó. O podemos luchar juntas, con lo diferentes que somos, en contra del sistema capitalista patriarcal que es el que nos está violentando y asesinando.»

Ese fue el mensaje de las zapatistas en el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan. Diez años atrás, antes de cualquier primavera violeta en el mundo, otro evento parecido, nombrado “La Comandanta Ramona”, reunió a las mujeres zapatistas para hablar de sus demandas como mujeres rebeldes. La diferencia con aquel encuentro del 2007 y este, es que esta vez la convocatoria se amplió a las mujeres “de todos los mundos”.

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