Texto: Alberto Nájar. Foto: Presidencia
Legalmente no es presidente electo pero Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el virtual mandatario de México: designa un gabinete que ya opera, se reúne con enviados extranjeros y anuncia una profunda reordenación administrativa en el país. Un gobierno paralelo que contrasta con el acelerado desgasta del presidente en funciones, Enrique Peña Nieto
Es una casa con fachada guinda y blanca en la esquina de Chihuahua y Monterrey, en la colonia Roma Norte.
Todos los días, frente a la discreta reja blanca que la resguarda llegan decenas, a veces cientos de personas que pretenden entregar documentos con denuncias, buscan ayuda o simplemente saludar al inquilino de la casona cincuentenaria.
La romería es cotidiana. A veces llega algún grupo musical, otras jóvenes actores que protagonizan alguna escena rápida y con frecuencia colonos, ambientalistas, miembros de sindicatos, víctimas de la creciente violencia en el país y políticos o aspirantes a burócratas. Muchos.
El lugar del bullicio es la casa de campaña del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena. El partido ancla de la coalición Juntos Haremos Historia que postuló a Andrés Manuel López Obrador, el candidato ganador de la elección presidencial del 1 de julio.
Hace cuatro semanas, el 30 de junio de 2018, era sólo un cuartel electoral frecuentado por periodistas o estrategas electorales.
Ahora, un mes después de la contienda, desde la escalera de ingreso a la casa lo mismo se anuncia nombramientos para el próximo gobierno, hay detalles de un ambicioso programa de austeridad y combate a la corrupción o se ofrecen datos de la estrategia para pacificar al país sin el combate armado de todos los días.
Desde estos escalones AMLO, como se conoce a López Obrador en México, recibió al secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo y su comitiva enviados por el magnate Donald Trump para hablar con el candidato ganador. También por allí subió una alegre Crystia Freeland, canciller de Canadá.
Y empresarios. Familiares de personas desaparecidas. Académicos. Legisladores. La vieja casona de Chihuahua 216 se ha convertido en el centro de la vida política de México.
Es, virtualmente, la sede de un gobierno paralelo que en apenas cuatro semanas empieza a asumir el control de la agenda política –y eventualmente también la económica y social- del país.
Con una paradoja: oficialmente López Obrador es sólo el virtual ganador de las elecciones porque el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) aún no concluye la calificación de los comicios.
Un requisito indispensable para declarar que el país tiene presidente electo quien, legalmente, sólo puede tomar decisiones de gobierno desde el 1 de diciembre.
No ocurre así ahora. AMLO, por ejemplo, anunció una consulta nacional para decidir el destino del nuevo aeropuerto internacional que se construye en el lecho del Lago de Texcoco.
En respuesta el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México –responsable del proyecto- suspendió cuatro licitaciones para seguir con la obra.
Ante su programa de austeridad y combate a la corrupción la oficina del presidente Enrique Peña Nieto ordenó la liquidación de miles de trabajadores eventuales contrataos en el gobierno federal.
De hecho, colaboradores del candidato ganador se reúnen cotidianamente con funcionarios del gobierno en funciones para elaborar la iniciativa del presupuesto fiscal de 2019.
Y algunos empresarios que desde 2006 financiaron campañas de desprestigio contra López Obrador e incluso promovieron el voto en su contra, ahora se reúnen con su equipo para diseñar la próxima estrategia de inversiones y obras públicas.
¿Es normal? No, coinciden analistas. En este primer mes tras la elección presidencial México vive un proceso de cambio de gobierno que nunca se había visto en la historia.
“El estilo personal de López Obrador hace que esta transición sea inédita”, dice la académica María Amparo Casar, presidenta de la organización civil Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.
“Acapara todos los reflectores, fija la agenda todos los días. Hay un híper activismo en términos de medidas, de propuestas”.
Otro tema inédito es que incluso sin la determinación final del TEPJF los equipos de transición sostienen encuentros públicos.
“Se habla de lo que ocurre en esas reuniones, eso jamás lo habíamos visto en la historia de México”.
A cinco kilómetros hacia el poniente de Chihuahua 216 hay un conjunto de edificios de fachada blanca, con una reja verde de hierro que vigilan decenas de marinos, soldados, policías federales y agentes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
Es común que sus alrededores lleguen cientos, a veces miles de personas que pretenden entregar documentos con denuncias, exigen la presentación con vida de familiares desaparecidos o demandan detener la corrupción que les arrebata su patrimonio.
Para mantenerlos lejos de la reja verde el despliegue de cientos de granaderos, policías militares, helicópteros y tanquetas antimotines es cotidiano.
Se trata de la residencia oficial de Los Pinos donde vive y despacha el presidente Enrique Peña Nieto. Hasta el 30 de junio el lugar era escenario de frecuentes reuniones oficiales, con decenas de personas que entraban o salían de las oficinas y salones privilegiados con vista al Bosque de Chapultepec.
Pero en las últimas cuatro semanas la vida es otra. El tradicional movimiento de militares, invitados, empleados y periodistas se redujo. Lo eventos en sus salones oficiales son fríos, protocolarios apenas.
Muy distinto, por ejemplo, al 19 de julio de 2016 cuando la activista Isabel Miranda de Wallace aprovechó una reunión sobre víctimas de la violencia para cantar “Las Mañanitas” a Peña Nieto.
Ya no más. Los saldos de la derrota se notan en cada oficina, los jardines y cuarteles de los guardias presidenciales. En lugar de pasteles y música hay silencio, prisa por concluir la agenda pública del presidente.
La sensación de abandono se profundizará en los meses siguientes, dicen especialistas. La muestra más clara está en los medios que redujeron el espacio y tiempo a los eventos oficiales.
Los Pinos y su inquilino dejaron de ser el centro en la vida política del país. Pronto también de los negocios.
“Cada vez menos buscarán a Peña Nieto”, dice el analista político Marcos Marín Amezcua. “Lo mencionan cada vez menos en los medios, prácticamente está desaparecido y de aquí al 1 de dic se espera que el hombre no tenga más vela en el entierro.
“Lo que quedará es la sensación de que cada vez se diluye su gobierno. Y si el presidente no se ve menos su gabinete. Yo veo a Peña Nieto muy diluido”.
Es parte del saldo que dejó la votación del 1 de julio. En la política mexicana, que suele moverse con señales, era normal que tras la elección presidencial el mandatario en funciones se opacaba paulatinamente para dejar espacio a su sucesor.
Pero eso ocurría después de septiembre o incluso después, como ocurrió con Carlos Salinas de Gortari quien mantuvo su protagonismo hasta el mediodía del 1 de diciembre, cuando asumen los nuevos gobierno.
Hoy no es el caso. La estrella de Peña Nieto se apagó en unos días en parte por la crisis de imagen que arrastra desde 2014 (termina su gobierno con menos de 20% de aprobación), pero también por el inusual activismo de su sucesor.
“Ningún candidato ganador había puesto en la mesa su programa legislativo” como hizo AMLO, explica la politóloga Casar.
Tampoco en la historia hubo un virtual presidente electo que anunciara su gabinete o propusiera meses antes de asumir el cargo una profunda reordenación administrativa en el gobierno.
Es nuevo también el respaldo casi inmediato que recibió del principal socio de México, el gobierno de Estados Unidos, así como la incorporación de su equipo en negociaciones internacionales como la del Tratado de Libre Comercio.
Y menos se había presentado una escena como la del 12 julio, cuando López Obrador se reunió con 30 gobernadores “que le dieron trato de presidente”, o la serie de reuniones con grupos empresariales para hablar sobre las futuras inversiones en infraestructura, como sucede con el equipo del candidato electo.
Una transición inédita que se explica con un número: 30 millones. Los votos que hace un mes obtuvo el político de izquierda.
“Ganó todo, la mayoría del Congreso y legislaturas locales”, recuerda la especialista. Además, por primera vez en 21 años el presidente en turno contará con mayoría de su partido en la Cámara de Diputados. La última vez que eso ocurrió fue en 1997.
La nueva legislatura empieza el 1 de septiembre. Un día emblemático. A partir de ese momento la nueva mayoría de Morena puede empezar a concretar legalmente algunos de los proyectos de AMLO.
Ese sábado empieza, informalmente, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y al ocaso de Enrique Peña Nieto le llegará la noche.
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