Hace unas semanas me reía del ya llegaron las pipshas que veía en mi teléfono, sin saber que a lo mejor este nuevo inquilino, quizás estaba desde la estufa riéndose conmigo, o de mí, y yo ni cuenta me daba
Por Évolet Aceves / X: @EvoletAceves
En la última columna escribí sobre los sonidos ocasionados por los vecinos; como una mala broma, hoy tengo un huésped en mi apartamento, específicamente en la cocina, un nuevo y diminuto roommate que no paga renta, duerme en la estufa y se come mi pan de trigo.
Escribo estos renglones con dificultad, no sé aún si es una fobia, tal vez sí, reconozco que es un temor extremo e irracional. Y, aunque es muy cauteloso, a veces escucho sonidos y yo sólo espero que no sean lo que me imagino. Me da pavor saber que en este momento seguramente está escuchando mi tecleado.
Hace unas semanas me reía del ya llegaron las pipshas que veía en mi teléfono, sin saber que a lo mejor este nuevo inquilino, quizás estaba desde la estufa riéndose conmigo, o de mí, y yo ni cuenta me daba.
Lo conocí un jueves por la noche, estaba leyendo en mi cama, antes de dormir, cuando de pronto escuché ruidos extraños, no los de los vecinos de arriba sino ruidos en la cocina, fue algo rápido. No le di mucha importancia. Minutos después fui a la cocina por un vaso de agua, y por alguna razón, al encender la luz, me quedé inmóvil, sólo para asegurarme de que los sonidos que había escuchado no significaban nada, mas que quizá el mecanismo del refrigerador, cualquier cosa menos lo que vi.
Mientras permanecía inmóvil y para mi desafortunada sorpresa, me encontré con un amiguito que corrió como bólido desde la parte trasera de un contenedor de espátulas hasta la estufa, metiéndose con dificultad en una delgada rendija de la misma. No lo podía creer, era la primera vez que veía aparecer frente a mí a alguien así y sin mi consentimiento, en mi departamento, frente a mis ojos, ¡escondiéndose de mí!
Naturalmente, pegué un grito de aquellos. Me resultaba inverosímil, ¿por dónde se metió?, ¿cómo sé si no llegarán más?, ¿y si no es uno y es una familia?, ¿desde cuándo está ahí?, ¿habré comido algo que él tocó antes?, ¿y si hay más en mi habitación, en mi clóset, en el baño?
No me pude mover después de haberlo visto, hasta que entré en razón y lentamente regresé a mi habitación, empecé a sentir un cosquilleo en todo el cuerpo, ñáñaras, comencé casi a alucinar, lo veía adentro de un zapato, pero luego vi que no, que era sólo mi imaginación.
Le hablé a mis papás, le comenté a mi arrendadora para saber qué hacer, cómo actuar. En realidad estaba buscando entre auxilio y consejo y compañía. Buscando todo. Sé que en realidad él está tan asustado como yo. Él o ella, porque me he puesto a pensar, ya con unos días de distancia, en que a lo mejor es ella, pero no sé por qué me da la impresión de que es él.
Con el paso de los días creo que nos hemos ido conociendo por el simple hecho de vivir bajo el mismo techo, aunque en sitios separados. Seguro él ha tratado de memorizarse mis rutinas desfazadas, loco lo he de traer al pobre. Por mi lado, un día me di cuenta de que la bolsa del pan de trigo estaba abierta de un lado, yo de ingenua pensé que así lo había comprado, y me di cuenta hasta que tenía el pan con un enorme agujero en medio por el cual podrían atravesar dos o hasta tres dedos, qué descuidada, pensé, a la próxima voy a asegurarme de comprar un pan que no tenga hoyos. Compro a veces tanta despensa, que luego llega maltratada a mi casa, era otra posibilidad; claro, había otra más, pero mi aversión hacia ese tipo de pequeñas criaturas me hizo ni siquiera pensar en ella, por lo que decidí echar la posibilidad junto con el pan agujerado a la basura —al bote fuera de la casa.
Días antes de conocer al susodicho, otra despensa, otra bolsa de pan de trigo, no me acordaba de lo que había pasado con el último pan. Hasta días después del infortunado encuentro con él, hice conciencia, vi el pan, y nuevamente: rebanadas de pan, digamos, no enteras por decir lo menos. Eso sí, no le gustan las orillas, evidentemente, él prefiere la parte de en medio, el migajón pues. Tenía entendido por las caricaturas que estos amiguitos son amantes del queso y, por una amiga cercana que tiene a su propio huésped en su apartamento, de los aguacates. Pues el mío resultó no ser tan vegano como el de ella porque, aunque tiene a la mano plátano y manzana, ni por equivocación los toma, será diabético tal vez. Pan, puro pan de trigo y nada más.
Por mi nula experiencia con estas situaciones, se nota que no soy una New Yorker, pues se sabe y se comenta que eso es algo muy común aquí. La gente está acostumbrada a lidiar con ellos. Yo, mientras tanto, me siento observada, escuchada, apenas me puedo acercar a la cocina porque no quiero encontrarme a este roommate indeseable (algo que también es común en Nueva York), me alejo cuanto puedo de la cocina, hasta he tenido que ir a comer afuera todos los días porque no puedo estar tranquila en mi cocina a sabiendas de que él me está mirando, y en una de esas puede que quiera salir a saludarme. Mejor me salgo a comer afuera, aunque no esté en condiciones financieras para hacerlo todo el tiempo en la ciudad más cara del mundo, pero no tengo muchas opciones, simplemente me aterra.
Y aunque mi arrendadora colocó en algunos sitios de la cocina unas cápsulas con no sé qué sustancia adentro, mi huésped parece no estar interesado en acercarse ahí, su refugio y su comodidad están en la estufa. Porque, claro, todos en este mundo tratamos de sobrevivir, de salvaguardarnos, porque a eso se viene al mundo, a vivir.
Llamo a un teléfono de servicios de plagas, aunque la mía no es una plaga, sólo es uno —según yo—, para preguntar por un presupuesto para que alguien venga a atrapar a mi huésped y llevárselo, había leído en internet que la maniobra cuesta alrededor de 100 USD, caro, pero quizá valdría la pena, pensé. Un hombre me contesta la llamada, me describe, entre enojado y autoritario, que el servicio consiste básicamente en traer a un ejército de exterminadores experimentados y que sellarían todos los agujeros del apartamento, y que colocarían y rosearían y esparcirían y muchos artilugios más, con una garantía de 90 días, por un costo de 675 USD ($13,265 MXN). Obviamente no es algo que pueda pagar, y aunque sería responsabilidad de mi arrendadora, dudo mucho que tan fácilmente quiera pagar esas cantidades estratosféricas. Luego, el hombre detrás del teléfono, a quien me imagino por su voz como a un soldado, me reduce el costo a la mitad, pero tampoco coincide con mis idealizadas expectativas.
Organizar una fiesta de gatos en mi apartamento no sería mala idea. Desde mi patio intenté invitar a un gato vecino a mi casa, yo que tan mal me llevo con los felinos, pero desdeñó mi invitación. Ahora que he puesto más atención a los rastrosque veo regados por zonas de la cocina, me pregunto si llevará más tiempo del que yo pensaba, o la otra: que no sea sólo uno.
Van tres días desde que vi a este pequeño huésped, y todavía no sé qué medidas tomar, la relación entre él y yo está basada en el temor, la angustia, la aversión, pero también en una extraña especie de cariño. Siento compasión por él, ya hasta le puse nombre. Me declaro completamente incapaz de asumir el coraje que se requiere para hacer lo que, supongo, se debe hacer. De lo que estoy segura, es de que quiero regalarle, antes de que se vaya, una bolsa entera de pan de trigo, para que al menos se vaya bien comido y con su platillo favorito a su próximo destino.
X: @EvoletAceves
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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