Se abren ventanas de esperanza para detener el genocidio en Gaza. Pero cabe preguntarse por qué esta maquinaria de exterminio se niega tanto a detenerse.
Lydiette Carrión
Este viernes, la Corte Internacional deJusticia (IJC, por sus siglas en inglés) dio el primer fallo respecto a la demanda que Sudáfrica interpuso contra Israel por el delito de genocidio. La expectativa era alta: creo que todos quienes hemos seguido de cerca con creciente preocupación los bombardeos indiscriminados contra la población palestina en Gaza esperábamos que éstos acabaran con el fallo. No fue así. La IJC determinó que sí hay elementos para investigar la probable comisión de un genocidio, el cual debe investigarse más, y ordenó a Israel que tomara las medidas necesarias para revenir actos de genocidio.
En otras palabras, dijo que lo que hace Israel como que se parece a genocidio pero hay que investigar, y le ordenó implementar una serie de acciones para prevenir actos de genocidio.
Esta última parte, la orden directa contra Israel de prevenir acciones de genocidio, fue la que más han celebrado especialistas en derechos humanos, ya que supuestamente estas resoluciones son vinculantes. Estas son:
Las medidas son: que Israel se abstenga de realizar actos amparados por la Convención sobre el Genocidio, impida y castigara la incitación directa y pública al genocidio y adopte medidas inmediatas y efectivas para garantizar la prestación de asistencia humanitaria a la población civil de Gaza. El Tribunal también ordenó a Israel que preserve las pruebas del genocidio y presente al Tribunal, en el plazo de un mes, un informe sobre todas las medidas adoptadas en cumplimiento de su orden.
Pero… –y recuerden que todo lo que se dice antes de un pero se desvanece en el aire– la corte no tiene ningún mecanismo para hacer valer su orden. Es un fallo vinculante que no tiene forma de asegurarse de que se cumpla. Tan solo recientemente la misma corte condenó a Rusia por los ataques contra Ucrania y no pasó nada.
Más relatoría de hechos, pocas horas después de la resolución de la corte, el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu, rechazó públicamente el fallo de la corte y lo calificó de “indignante” y dijo que Israel tiene el derecho “sagrado” de defenderse.
Este sábado fue el día internacional conmemorativo contra el genocidio que el pueblo judío sufrió durante el nazismo alemán. Las imágenes en blanco y negro del holocausto nos recuerda que sí, el genocidio contra al pueblo judío fue devastador, y se llevó a cabo por años, con el silencio de las entonces potencias mundiales.
Israel tiene derecho a defenderse. Pero nada sobre casi 30 mil personas asesinadas por bombardeos indiscriminados en 100 días.
Nada por 13 mil niños asesinados.
Nada sobre unas 9 mil personas muertas de hambre y enfermedades.
Nada sobre casi 2 millones de desplazados.
Nada sobre más de un millón de niñas y niños que no han ido a la escuela en 110 días.
Nada sobre los ataques directos a ambulancias.
Nada sobre el elevado número de periodistas asesinados.
Derecho sagrado.
Derecho sagrado.
Porque Israel tiene derecho de existir. Y estoy de acuerdo, cualquiera que tenga un poco de formación en derechos humanos está de acuerdo que Israel tiene derecho a existir. Pero más bien pareciera que es Palestina la que se le ha negado su derecho a existir en la actualidad.
¿Cuál es el derecho de existir que está en peligro el día de hoy, este día de enero de 2024?
Estos días Israel presentó pruebas de que trabajadores de la la UNRWA, la agencia de la ONU de ayuda humanitaria en Gaza, participaron en los ataques terroristas del 7 de octubre con población israelí.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo sentirse horrorizado por el hecho. Hay que recordar que Guterres ha tenido una postura pública bastante autónoma: ha insistido en el derecho de Palestina de existir. Creo que en estos momentos, fijar esta posición y llamar a cese al fuego, ha sido valiente y nada fácil dada la carta abierta que Reino Unido y EEUU han dado a Israel. La propia agencia (UNWRA) separó a 13 miembros acusados de haber participado de alguna manera con el grupo terrorista de Hamás. Pero, cabe decir que se trata de un grupo marginal, enmedio del trabajo en una de las regiones más complejas del planeta. Tan sólo en Gaza hay unos 30 mil miembros de la UNWRA. Desde antes del 7 octubre Gaza ya tenía falta de agua potable, falta de alimentos, crispación social por el encierro y el estado de cárcel al aire libre. La agencia trabajaba en medio de todo este caos. En los últimos 3 meses, 152 trabajadores de la UNRWA fueron asesinados durante los bombardeos. Esta es la mayor cifra de muertos de personal de la ONU de la historia.
Escenarios complejos, con muchos matices. Pero aún así se juega el futuro de los derechos humanos.
He seguido con atención estos 110 días, en los que se han desenvueltos los signos más crueles de la condición humana: la deshumanización del otro, el asesinato de infancias, el hambre, la sed como tortura y castigo de guerra.
Se deja entrever una realidad horrible, y es que hay intereses poderosos a los que no les temblará la mano para arrasar con pueblos enteros si éstos se interponen con algún objetivo. En otras palabras: ¿Qué nos defiende de quienes tienen poder?
Hay quien me ha dicho: los genocidios, la colonización, son tan viejos como los imperios, llevan un par de milenios, me dicen. Y agregan: Esto ha ocurrido antes, sólo que antes no lo veíamos en Instagram. Pues, no hallo consuelo en ello. Me niego a aceptar que «siempre será así», que «no podemos cambiar», que por mi salud mental «ya no vea eso» y que «disfrute de la vida». Porque “así siempre ha sido”, “porque así siempre será”.
Además hay algo de esperanza: Por lo menos a nivel de opinión pública, ha sido claro que las redes sociales, la difusión cambiaron la balanza: en términos generales las simpatías, sobre todo en el sur global, van con la población palestina. Y esas muestras, esas manifestaciones, si bien no han logrado detener este horror, estoy segura de que lo han ralentizado, y ha obligado a pagar un precio. No en el nombre ni de la libertad, ni de la justicia: matar pueblo, matar niños jamás tiene justificación.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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