El gobierno mexicano ha hecho bien en condenar la invasión rusa a Ucrania. Además de la elemental solidaridad con un país agredido, está en juego la defensa de un modelo de democracia en el que México aún es considerado un referente
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En junio de 2005, un alegre Vicente Fox recorría los pasillos del Kremlin guiado por el presidente ruso Vladimir Putin.
Al final de una gira de una semana por la antigua Unión Soviética, el panista se jactó de ser el primer mexicano en pernoctar en el antiguo palacio del Kremlin, siendo -como efectivamente era- un político “de derechas”.
En la conferencia de prensa conjunta, su anfitrión dijo alegrarse “porque las sombras de Stalin y Trotsky no le hayan molestado esta noche”.
Fox, el último presidente mexicano en visitar Rusia, ofreció a Putin el apoyo de México para ingresar a la Organización Mundial de Comercio y anunció la firma de un acuerdo de importación de gas ruso en un plazo de 20 años.
Al guanajuatense le quedaba un año y medio en el poder, y usó ese viaje a Rusia para anunciar que intervendría en las elecciones de 2006 para que el PAN se quedara en el poder, cosa que finalmente hizo, provocando una gran crisis política en México.
Putin, que había llegado al poder en 1999, se acababa de reelegir por primera vez y enfilaba hacia un largo y polémico mandato que se prolonga hasta nuestros días.
Fox y Putin comparecieron juntos ante la prensa, sonrientes y relajados, a pesar de que al gobierno ruso no le había gustado la escala del mexicano en Kiev, donde se reunió con Víktor Yushchenko, quien acababa de llegar al poder en enero de ese año.
Yushchenko fue el fundador de un movimiento llamado “Nuestra Ucrania” y cabeza de la denominada “Revolución Naranja”, que a finales de 2004 irrumpió en contra de partido oficial prorruso, entonces en el gobierno.
En su estancia en Kiev, Vicente Fox comparó su triunfo del 2000 y la transición mexicana con el movimiento de cambio encabezado por el líder ucraniano, también famoso por las marcas que dejó en su rostro un envenenamiento con dioxina, presuntamente perpetrado en su contra por fuerzas prorrusas.
Yushchenko, como Fox, dejó el poder en medio de la polémica, sin haber cumplido las altas expectativas que había generado la alternancia política.
Aunque la historia les reserva a ambos un lugar por haber formado parte de esa “ola democratizadora” de la que el mundo se jactaba en los albores del siglo XXI, quizás les faltó más compromiso con la democracia que les permitió gobernar sus países.
Hoy, esa democracia está en crisis, y la invasión de Rusia a Ucrania es un síntoma claro de ello.
Tras 23 años de gobierno de Vladimir Putin, Rusia es considerado uno de los regímenes autoritarios del mundo en estudios como el de la revista británica The Economist, que destaca las restricciones al pluralismo, el arresto de líderes opositores y el control estatal de los medios de comunicación como principales características del gobierno del hombre fuerte del Kremlin.
De igual modo, la tensión con Rusia ha provocado que en Ucrania se limiten las libertades civiles, lo que coloca a dicho país como un “régimen híbrido” por The Economist, descendiendo hasta el sitio 86 de 167 países analizados. Un lugar en el ranking que, por cierto, comparte con México.
En ese contexto, la condena a la guerra es unánime en el mundo occidental, pues se considera que una de las muchas razones por las que Putin decidió invadir Ucrania es para evitar que sus esfuerzos por convertirse en una democracia plena puedan generar “un efecto de contagio” en la región.
En su editorial de este domingo, el diario español El País plantea que “la fortaleza de las democracias liberales es el capital político y el argumento moral más potente para hacer frente con rotundidad y continuidad a una invasión injustificable”.
Estamos ante una guerra que también es cultural, afirma El País; “la democracia y sus valores de pluralidad, diversidad y derechos humanos y civiles están en juego”.
En el mismo tono se han pronunciado la mayor parte de los diarios liberales de Europa, Estados Unidos y América Latina.
No es para menos, el desafío ruso es preocupante en un contexto en el que las democracias occidentales están en crisis, tanto por las expectativas incumplidas, la corrupción e ineficacia de los gobiernos que emanan de las urnas, la poca credibilidad de los partidos políticos tradicionales, la crisis de la prensa a nivel mundial y el surgimiento de líderes fuertes, populares y con reflejos autoritarios.
En un ensayo publicado recientemente, la periodista e historiadora estadounidense Anne Applebaum advierte sobre el retroceso de la democracia en las primeras décadas del siglo XXI, y de cómo los líderes autoritarios colaboran entre sí para extender su dominio, ante la negligencia y pasividad de las democracias consolidadas.
“Los tipos malos están ganando”, advierte Applebaum en su extenso artículo publicado en The Atlantic, en diciembre de 2021.
Por todo ello, el gobierno de México ha hecho bien en condenar enérgicamente la invasión emprendida por el gobierno de Vladimir Putin sobre Ucrania el pasado 24 de febrero.
El pronunciamiento del embajador Juan Ramón de la Fuente, representante permanente de México ante la ONU, votando a favor del proyecto de resolución de condena a Rusia, implicó una defensa clara de la soberanía, independencia política y la integridad territorial de Ucrania.
No es para menos. Además de la solidaridad elemental y obvia con un país agredido, está en juego la defensa de un modelo de democracia en el que México aún es considerado un referente.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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