El 24 de febrero de 2022, el ejército ruso invadió Ucrania y dio inicio a una guerra que no ha concluido. Este es el relato del fotoperiodista mexicano Narciso Contreras desde Bakhmut, una ciudad sumergida en la desesperanza y los enfrentamientos
Texto y fotos: Narciso Contreras
UCRANIA. – El sonido del fuego de la artillería estremece las calles vacías y destruidas de la pequeña ciudad de Chasiv Yar, una localidad de la era soviética de la que apenas quedan unas mil quinientas almas civiles. El olor a pólvora se mezcla con la humedad mientras el hielo del suelo se quiebra tras el paso de los pesados vehículos que transportan a las tropas ucranianas de ida y de regreso al frente de batalla.
Si no fuera por el incesante rugido de los cañones que cada treinta segundos descargan un nuevo proyectil, se podría escuchar claro, el canto de las aves que anuncian la llegada de la primavera.
Entre Chasiv Yar y Bakhmut hay un recorrido de siete kilómetros a través de un camino lodoso que conecta las dos ciudades. Es un corredor mortal, pero el ultimo camino disponible que se abre paso entre las tropas Rusas que han dejado abierta la pinza de apenas dos y medio kilómetros a los costados y que desemboca en la que han llamado “la picadora de carne”, a donde envían a los soldados Ucranianos a morir.
“Bakhmut es un infierno” me dijo hace unos días Mykola, un civil local, cuando nos reunimos a su regreso del frente en un apartamento desvencijado en un barrio populoso de la ciudad de Kramatorsk.
El ayudó a uno de los últimos periodistas que entraron a la ciudad, un japonés. Llevándose las manos a la cara, Mykola recordaba:
Había cuerpos muertos regados por las calles, nadie puede levantarlos. No queda un lugar seguro en la ciudad, la artillería lo está destruyendo todo. La gente que aun vive ahí, está en los refugios, en los sótanos, solo salen a buscar agua o comida pero muchos ya no regresan y tampoco queda agua ni comida. Ni los militares salen de los refugios. Tuvimos suerte de regresar vivos”.
Bakhmut está casi sitiada, pues al avanzar la ofensiva Rusa que comenzó el pasado mes de Octubre sobre la ciudad minera, las dos carreteras principales, la M03 y la T0504 quedaron bajo control de las fuerzas del Kremlin. La zona industrial de la ciudad, las minas y las vías del ferrocarril, todo ha sido arrebatado por el temido Batallon Wagner. Su consigna fue estremecedora desde el comienzo: destruir por completo al ejercito Ucraniano.
En la misma ciudad de Kramatorsk, detrás del frente de batalla, pero esta vez en un café pulcro e iluminado con unas luces de neón en las que se lee El Pub, un soldado con casaca militar y las insignias de un batallón de la región de Kyiv bordadas sobre un escudo pegado en velcro, espera ansioso nuestra reunión pactada. El soldado que a petición de anonimato, llamaremos aquí Vasyl, acababa de volver del frente oriental después de meses de combatir manteniendo la posición que al final perdieron y me cuenta:
Peleamos con todo lo que pudimos, pero nos rebasaron. Los Rusos son muchos y están bien entrenados. Todos nuestros soldados están muriendo. Algunos ni siquiera saben cargar el fusil”.
Vasyl mira insistente a su compañera soldado que no cesa de escribir en el teléfono y continúa: “Los Rusos cruzaron incluso el río y los combates son casa por casa, metro a metro. Puedes escuchar respirar, incluso susurrar al enemigo. Nadie sale vivo de Bakhmut”, dice el soldado mientras su cuerpo se crispa nervioso con cada sonido estridente en el ambiente.
Sus ojos ensombrecidos parecen enmarcarse por una preocupación no confesa, y miran insistentes a su compañera que no para de responder los mensajes del teléfono. Devuelve la mirada, respira con una pausa y dice:
No tiene sentido que miles de nuestros soldados estén muriendo ahí, porque la ciudad no tiene valor estratégico para nosotros. Pero te puedo decir una cosa: no podemos ceder una pulgada de nuestra tierra al invasor. Daremos la vida por defender cada pulgada de esta tierra”.
Los muertos de la batalla se cuentan por miles en el lado Ucraniano. Los refuerzos siguen llegando de todas las provincias mientras las banderas de los soldados caídos en el frente de Bakhmut se pliegan y se entregan en las manos de las viudas y de las madres dolidas que lloran todos los días en los cementerios del país. Es la batalla mas sangrienta y más larga en lo que va de la actual guerra. Los nombres y las hazañas de sus personajes comienzan incluso, a volverse heroicas.
Casi como salido de un cuento kafkiano, al frente de Bakhmut le han llamado “la picadora de carne”, y del mismo cuento un soldado de nombre Constantin grita desde una calle rota en el camino lodoso que lleva al frente de Bakhmut mientras las explosiones de la artillería revientan en el aire: “Bakhmut es la fortaleza de la patria, de nuestra Ucrania!”
A pesar de la matanza de soldados, de las ráfagas de la infantería y de la lluvia incesante de los proyectiles de la artillería, Natalia de 42 años y su hija Sonia de 18, se lanzaron a la huida cuando las fuerzas Wagner se asentaron en su barrio al cruzar el rio Bakhmutovka. Cuatro horas caminaron siguiendo el camino lodoso a campo abierto, bajo el fuego de la artillería.
Vivas llegaron a Chasiv Yar apenas con una bolsa de mano, “pero con los zapatos cubiertos de barro”, cuentan madre e hija mientras ríen en shock de su mortal aventura antes de ser evacuadas por voluntarios a una ciudad mas segura en la región oeste del Donbás.
“Los soldados de Wagner amenazaron con matarnos si huíamos en dirección a Ucrania, por eso nos fuimos”, relata Tatiana que al igual que su hija, habla en idioma ruso, y continúa mientras su cejo se frunce de angustia al escuchar las explosiones:
Tuvimos que dejar a la vecina, apenas mayor que yo, porque ella no podía abandonar a sus perros. Si la traíamos con los perros, nos habrían podido delatar con su ladrido y entonces nos habrían disparado”.
Mientras Tatiana ahoga las lagrimas dentro de su garganta, Sonia solloza nerviosa apretando contra su pecho unos paquetes de comida humanitaria antes de que ambas se despidan sin comprender aun el milagro de su hazaña.
Las mujeres subieron a la camioneta blindada, donde se sentaron sobre asientos improvisados hechos de banquitos de madera. Llevaban su hazaña brillando en los ojos: su pequeña victoria de amor por la vida. Y con una sonrisa que se atragantaba en llanto partieron en medio de la tronadera de los cañones.
Pasaron seguramente frente al jardín donde esta el medio cuerpo rebanado de la estatua del escritor Maxim Gorky, al lado de las barracas donde las tropas se resguardan dentro de las casas ocupadas de otras familias soñando con volver a ver a la suya, mientras acarician las fotografías de sus hijos junto a sus esposas en las pantallas de sus teléfonos móviles, tumbados en la oscuridad de los pasillos.
Es la contradicción del amor del soldado, como el que hay en el gesto humano del comandante artillero Andrii, que después de dar las coordenadas al cañón para enviar al infierno al enemigo, se detiene en medio de los agujeros en el suelo hechos por los impactos de los ataques y me dice: “Escuchas eso?”, mientras señala con el dedo la copa de los arboles, y sonríe. Son los mirlos cantando.
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