Para Donald Trump la diplomacia es un estorbo; las amenazas y el miedo son sus herramientas. Aunque muchos dicen que Trump «se da un balazo en el pie» con estas acciones, lo prioritario para él es otra cosa: demostrar quién manda
Por Rogelio López
El presidente Trump hace amenazas a diestra y siniestra: recuperar el control del Canal de Panamá, acceder a los recursos de Groenlandia, tomar el control de la Franja de Gaza y construir un resort, al mismo tiempo que busca recuperar lo invertido en la guerra de Ucrania al exigirle a este país sus recursos estratégicos como pago. Lo que hay detrás de todo esto es la consolidación de un nuevo orden mundial y el intento desesperado de Estados Unidos de mantener su hegemonía.
—La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda…, eso es todo.
A unos días de la toma de protesta de Trump en su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, Israel y Hamas acordaron el 15 de enero en Qatar un cese al fuego. Con ello, se ponía en pausa los 15 meses de una ofensiva continua del ejército israelí —con apoyo armamentístico de Estados Unidos y Alemania— sobre territorio palestino, en represalia por los ataques que llevó a caboHamas contra ciudadanos israelíes el 7 de octubre de 2023, y que dejó un saldo de mil 200 personas asesinadas y 250 secuestradas. En respuesta, el Estado de Israel lanzó una campaña militar bajo el pretexto de «destruir a Hamas».
Esta incursión ha dejado —según la revista médica británica The Lancet— cerca de 65 mil personas fallecidas (la mayoría niños y mujeres), más de 110 mil heridos (muchos mutilados), 11 mil desaparecidos, el desplazamiento de 1.5 millones de personas y una ciudad en ruinas cuyos escombros esconden artefactos explosivos sin detonar. Todo ello refleja la intensificación del castigo colectivo al pueblo palestino —extendido incluso a ciudades del Líbano, buscando diezmar la influencia de Hezbolá— por parte del Estado sionista de Israel. La Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, reconoce estos hechos como un genocidio.
De regreso al acuerdo de cese al fuego: ambas partes accedieron al intercambio de rehenes, mientras cientos de miles de palestinos emprendían el viaje de regreso a la Franja de Gaza. Donald Trump se jactó de haber hecho esto posible.
En un encuentro con periodistas, pronunció palabras aparentemente inocentes sobre sus planes para la Franja: «Está junto al mar. El mejor clima. Todo es bueno». Sin mencionar a los 1.5 millones de desplazados ni su retorno, remató como si presentara un desarrollo inmobiliario de su marca: «Es como si se pudieran hacer cosas hermosas».
Unos días después, el 4 de febrero, Trump recibió en la Casa Blanca a Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel. En sus declaraciones a los medios, Trump fue más específico (pues claro y transparente siempre lo es) sobre sus planes para Gaza y su población:
Aunque ambos países se han manifestado en contra de este hermoso plan (beatiful plan en el original*), Trump ya trabaja para persuadirlos: invitó al rey de Jordania a la Casa Blanca y el Departamento de Defensa estadounidense anunció un apoyo militar de 300 millones de dólares para Egipto.
Él sabe que, si esto falla, tiene otros métodos. Como decía Marx (Groucho): «Si no te gustan mis principios, tengo otros». En este juego de póker, Trump apuesta alto. Aunque no puede ganarlo todo, usa cartas marcadas para obtener resultados favorables. El resort en Gaza parece improbable por sus implicaciones geopolíticas y la resistencia palestina, pero está seguro de que algo saldrá de su apuesta. Y si no, tiene otras opciones: imponer aranceles (México, Canadá, China), amenazar con intervención militar (Groenlandia, Panamá) o vincular el narcotráfico (Canadá, México).
A esto se suma que, en la mesa de juego, siempre hay aliados que juegan para él. Ejemplos descarados son Milei en Argentina y Bukele en El Salvador. Este último, tras una visita de Marco Rubio —secretario de Estado de EE. UU.—, aceptó deportar criminales estadounidenses a sus cárceles, criticadas por violar derechos humanos. Como dijo el tío de un expresidente mexicano: «Los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas». Por otro lado, el presidente panameño José Ramón Mulino, tras una «amistosa charla» con Rubio, dio un giro de 180° a la relación con China y anunció que no ratificará el acuerdo de la Ruta de la Seda firmado en 2017.
Otra estrategia es la usada con Ucrania: Trump exige el pago de la ayuda militar mediante recursos estratégicos (tierras raras, etc.). Zelensky, sin chistar, aceptó intercambiarlos por protección e inversiones. Trump seguramente cederá ante estas condiciones.
Estos pasajes revelan las tácticas crudas de Estados Unidos para mantener su hegemonía en un mundo cada vez más multipolar (con China y Rusia como contendientes). Para lograrlo, la diplomacia es un estorbo; las amenazas y el miedo son sus herramientas. Aunque muchos dicen que Trump «se da un balazo en el pie» con estas acciones, lo prioritario es otra cosa: demostrar quién manda.
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