Torre Latinoamericana: la ilusión de la modernidad

8 julio, 2022

La gente se empeña en erigir torres insuperables. Los rascacielos pretenden ser signo de ostentación y modernidad. En este concurso mundial, México ha hecho sus intentos

@ignaciodealba 

Ahora nos parece chiquita, pero alguna vez se le admiró con respeto. No por eso la gente no le tiene cariño, es parte del paisaje de la Ciudad de México. La Torre Latinoamericana es panorámica obligada, la modernidad que se nos fue en un santiamén. 

Es nuestro Empire State, nomás que más vidrioso y aluminizado. Un poco más compacto, medio abandonado. Pero la Latino no es tan vieja, fue inaugurada en 1956. En su tiempo fue la torre más grande de América Latina (nosotros tan jactanciosos). 

Quizá la obra arquitectónica no tiene grandes merecimientos (con perdón de Agusto H. Álvarez), pero como obra de ingeniería nos da más potestades. El edificio se construyó en una zona de tremebunda sismicidad, hasta parece terquedad (o heroísmo) haber levantado una construcción de 181 metros de altura en una ciudad que suele moverse como gelatina. 

Otra parte del desafío también fue que el subsuelo de la Ciudad de México es fangoso con tierras blandengues. El ingeniero Leonardo Zeevaert solucionó el problema colocando 361 pilotes en un innovador sistema de anclajes que prácticamente flotan en el subsuelo. La torre ganó prestigio con los terremotos.

Un año después de su inauguración, el terremoto de 1957, provocó que casas y edificios se derrumbaran en la ciudad, mientras que la Torre Latinoamericana simplemente bailoteó. Ese aguante hizo que el Instituto Norteamericano de la Construcción de Acero entregara un reconocimiento al «edificio más alto que jamás haya sido expuesto a una enorme fuerza sísmica».

Otra prueba de su resistencia ocurrió con el sismo de 1985, cuando un terremoto de magnitud 8.1 grados Richter azotó a la capital mexicana. Decenas de edificios aledaños a la torre se desmoronaron, cientos más quedaron dañados. Pero la Latinoamericana sobrevivió sin dificultad. 

Una de las historias más terribles que haya escuchado en la Ciudad de México sucedió en la Torre Latinoamericana. En la mañana del 19 de septiembre de 1985, poco antes de que temblara, Porfirio Callejas subió con un bote de pintura para darle una mano a la antena que se encuentra en la punta del edificio. Momentos después el sismo más catastrófico que haya sucedido en la capital se sintió en aquel mirador. El pintor se aferró con vértigo a la antena y ahí aguantó un par de minutos, que le debieron saber a muchos más. Porque Calleja encarna una pesadilla. El pintor relató tiempo después que desde ahí le tocó ver la caída de edificios cercanos, la ciudad se convirtió en una gran nube de polvo. 

Cuando se inauguró la Torre Latinoamericana los periódicos de la época anunciaban que la Ciudad de México “dejaba atrás el provincianismo”. Pero la verdad es que 25 mil toneladas de acero y cemento no logran tanto. 

Como la torre se encuentra en el centro de la capital, su mirador permite avizorar casi toda la metrópoli. Sin embargo, la contaminación constriñe la mirada, a veces sí se ve el Valle de México, otras nomás es una ciudad perdida entre humos grises. Para el sonido no hay escape: desde la torre, la urbe se convierte en rumor descompuesto.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).