Inmersa en la selva se revela una de las ruinas arqueológicas más impresionantes del continente: Tikal. La ciudad maya que controló el Petén, hoy se vislumbra apenas en pedazos de piedra, medio digeridos por la voracidad de la flora
@ignaciodealba
Desde las cuatro de la mañana los brincos y jaloneos en las arboleadas mantienen en vilo a las personas que duermen en Tikal. Los saraguatos aúllan y se hacen piojito apenas despunta el alba. Son gráciles y, aunque panzones, se desparraman entre las ramas con facilidad.
Las ruinas están abiertas al público desde las seis de la mañana, así que uno le saca provecho a la despabilada símica por 100 quetzales (unos 5 dólares).
El parque nacional está inmerso en una densa selva. Es un sitio animalero, donde abundan los micos, los tacuazines, coches de monte, las ponzoñas del cantil o el coralillo. Las frutas de sus árboles atraen majestuosos tucanes y cantoras currucas.
La selva es sobrecogedora. La gran ciudad de Tikal se muestra casi consumida. Las pirámides y construcciones se convirtieron con el paso del tiempo en montañas arraizadas por ceibas, mangles y zapotes. Más de 3 mil construcciones se convirtieron en gigantes de musgo y helechos petrificados.
La ciudad fue habitada en un principio por campesinos que se establecieron en las tierras bajas del Petén, la prosperidad del asentamiento permitió a sus habitantes la construcción de edificios públicos y grandes plataformas de piedra, los adoratorios fueron levantados más allá de las copas de los árboles. Se sabe que para el siglo segundo antes de cristo el clan dominante ordenó la construcción de la acrópolis y la plaza del Mundo Perdido. También se levantaron observatorios astronómicos. Con el poderío iniciaron las rivalidades con los habitantes de El Mirador y Uaxactun.
La construcción de Tikal no fue improvisada. Se conoce al menos una maqueta realizada sobre piedra tallada, donde los habitantes del lugar diseñaron la ciudad, antes de que iniciaran las obras.
La población se multiplicó rápidamente: se estima que más de 100 mil personas la habitaron, sus gobernantes tuvieron que idear soluciones para poder suministrar alimentos a la población, por lo que se desarrolló la agricultura extensiva a través de terrazas, sistemas hidráulicos y campos elevados.
Pero las bonanzas de Tikal sufrieron un revés con el tiempo, cuando una baja producción agrícola y los conflictos bélicos terminaron por socavar las estructuras sociales (solo la guerra contra Calakmul duró más de un siglo). La ciudad sufrió un despoblamiento que aniquiló la pretensión de sus habitantes, la construcción de grandes monumentos cesó. Se tiene registro de que la vida de esta metrópoli duró mil setecientos años. La ciudad fue ingerida por la selva y sus muros fueron recubiertos por malezas.
La memoria sobre la existencia de una ciudad perdida en la selva quedó en manos de las aldeas del Petén. El mundo occidental permaneció ajeno a las historias de este lugar, hasta que un grupo de chicleros notificó al gobernador Ambrosio Tut, sobre las ruinas. El doctor suizo Gustav Bernoulli visitó la ciudad en 1877 y se dedicó a estudiar varios dinteles hallados en la ciudad, aquellas piedras labradas nunca volvieron a Guatemala; desde entonces se encuentran en el Museum fur Volkerkunde de Basilea.
Desde hace más de cien años se iniciaron las excavaciones para descubrir las construcciones más importantes de la ciudad. Noé trabajó durante quince años en para los arqueólogos de Tikal. El hombre se dedicó a cavar y descubrir piezas, limpiar piedras y relieves, a estucar y remendar. Noé, que es maya se dedicó a redescubrir una ciudad que pudo haber pertenecido a sus antepasados.
Pero de a poco Noé fue quedándose ciego, los químicos y polvos que se utilizaron para lavar las piedras de Tikal dejaron a Noé con la vista nublada. Los tres mil quetzales que ganaba al mes no le permitieron recibir un tratamiento oftalmológico a tiempo. Con la vista ruinosa apenas alcanzó a llegar una fundación que le operó la “mirada”, como dice él.
Como si la ciudad de Tikal insistiera en quedar olvidada muchos de sus trabajadores hoy siguen cargando con las secuelas por haberla descubierto, explica Noé. La ceguera persigue a varios de sus descubridores.
Noé trabaja como velador cerca de las ruinas, la condición de sus ojos no le permite ver de día, la radiación solar le ciega y le hace quebrar la mirada. Pero en la noche, aunque ve sombras puede andar sin molestias. El hombre explica que deambular en la oscuridad tiene sus privilegios, cuenta que en alguna ocasión guió sus pazos hasta el sitio donde oyó se molía huesos. Noé caminó despacio hasta que encontró un jaguar “bien moteao”.
El jaguar y Noé se miraron, el velador se aferró al mango del machete por si la vestía elegía batirse en combate. Aunque Noé relata que el animal, tan asustado como él, se retiró a paso sosegado entre las veredas que llegan a la Acrópolis.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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