El documental The True Cost expone la crisis detrás de la moda rápida: un sistema de producción masiva que se sustenta en la explotación laboral en países del Sur Global, la devastación ambiental y la promoción de un consumo vacío e identitario, perpetuando un ciclo de injusticia y colonialismo
Texto: Andi Sarmiento
Foto: Tomada del documental
The True Cost (El verdadero costo) es un documental del director estadounidense Andrew Morgan que nos muestra la realidad que existe detrás de la industria de la moda rápida. A pesar de haber sido filmado hace una década, advierte sobre problemáticas que, con el pasar de los años, solo han ido aumentando y que construyen una extensa crisis climática, económica y social que vivimos hoy en día.
La moda rápida o fast fashion se refiere a un método de producción caracterizado por la masividad y la inmediatez en las prendas, con precios bajos en tiendas e imponiendo tendencias fugaces que no plasman una parte significativa de la cultura.
La ropa siempre ha sido un elemento clave para analizar los momentos históricos en los que se encuentra una sociedad. Va más allá de únicamente vestir pedazos de tela; cada prenda representa una identidad tanto personal como colectiva, y las tendencias responden a una situación global, tanto política y económica como cultural. Pero con las nuevas formas de producción, podemos entender que, en la actualidad, la moda refleja una crisis.
Hoy en día vemos tendencias efímeras que no persisten en el tiempo, que estandarizan las formas de vestimenta y, además, se centran en el hiperconsumo; no son estilos de vida que plasmen una identidad, sino todo lo contrario: apelan a la compra masiva de un producto como punto base de la personalidad.
Podemos hablar de las consecuencias socioculturales que esto conlleva; sin embargo, en esta ocasión el filme se centra en los problemas tanto ecológicos como laborales que implica una producción tan masiva y agresiva, resaltando principalmente la explotación laboral y la precarización en las fábricas textiles.
Esto se presencia en lugares como Bangladesh, cuya principal exportación es la ropa. El problema, por un lado, es que la mayoría de las ganancias de esa producción no van para el país; ahí se ponen los cuerpos, la mano de obra, pero las ventas se dirigen a otras regiones. Entonces, tenemos un esquema en el que solo una parte gana a costa de la precariedad de la otra.
Vemos historias como la de Shima, que, con jornadas excesivas, trabajando en condiciones insalubres y sin acceso a servicios básicos o un salario digno, labora desde la adolescencia temprana y debe migrar constantemente para poder visitar a su hijo. Como ella, existen miles de personas, principalmente mujeres, en las fábricas, que parecen ser invisibles para los ojos de los empresarios, que siguen defendiendo que lo importante es la producción y se deslindan completamente de la responsabilidad sobre el sector que se dedica a trabajar en las máquinas para que ellos mantengan sus fortunas.
Las grandes marcas de vestimenta son un claro ejemplo de por qué el capitalismo, como lo vivimos hoy en día, es un sistema violento que no es funcional más que para unos pocos, pues se alimenta de las vidas que necesita para subsistir.
Empresas de tiendas físicas como H&M o virtuales como Shein se han dedicado a promover la moda rápida como una norma en el consumo cotidiano. Se nos ha impregnado la idea de que se debe comprar todo lo que sea de nuestro agrado, sin importar que sea de uso momentáneo o que emocionalmente no nos represente nada. Nos han hecho creer que nuestra personalidad se define en torno a cuántos objetos tengamos y de qué tan rápido nos actualizamos con cada microtendencia, aunque esta no nos represente nada realmente.
Vivimos para el consumo de algo estético pero vacío. A pesar de que no es un hecho aislado de los últimos años, sí podemos notar un incremento destacable en la producción de las prendas; antes, la ropa salía por temporadas, adecuándose a las condiciones de cada estación del año y respetando cierto tiempo para marcar una tendencia. Ahora eso se ha perdido; la generación de prendas ya no es por ciclos, sino que es continua, lo cual se logra gracias a la cantidad de manos que trabajan para ello a cambio de un bajo costo y de la sobreexplotación de recursos naturales.
Además de un uso desmedido de materiales, tanto para fabricación como para envíos, otro problema que ha aumentado drásticamente es la generación de residuos. Diariamente se desechan toneladas de prendas conforme a la gran velocidad en que la tendencia va cambiando. Estos desechos tampoco se dirigen hacia los países que reciben las ganancias, sino hacia las zonas naturales de otras regiones donde tampoco se recibe una cantidad económica digna.
Un ejemplo de esto es el desierto de Atacama en Chile, uno de los mayores depósitos textiles del mundo gracias a megaempresas principalmente estadounidenses. El mismo ciclo del colonialismo se replica: son los países del sur, los de los cuerpos racializados y no blancos, los que resultan perjudicados por el imperialismo, arriesgando su vida y territorio para que los mismos pocos acumulen más poder.
Por ello es fundamental cuestionar nuestro consumo, evitar caer en las tendencias de la inmediatez y buscar que la moda tenga un sentido de identidad antes que de comercio. Hay que innovar los medios de producción, crear estrategias para que las industrias no sobrepasen la dignidad humana y producir de formas más amigables y justas, tanto con el ambiente como con la sociedad.
The True Cost está disponible en YouTube.
Me gusta escribir lo que pienso y siempre busco formas de cambiar el mundo; siempre analizo y observo mi entorno y no puedo estar en un lugar por mucho tiempo
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona