15 febrero, 2020
Tala ilegal a mano armada. Los pobladores denuncian y denuncian. Pero ninguna autoridad federal, estatal o municipal, interviene. El corte clandestino de árboles en esta región está acabando con los bosques que nutren los mantos acuíferos de tres estados
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
OCUILÁN. ESTADO DE MÉXICO.- La tala clandestina en los bosques de la ciudad y los estados de México y Morelos parece imparable. Ninguna de las denuncias de los habitantes de estos bosques ha funcionado. Las autoridades, federales y estatales conocen el problema, pero no hasta el momento, ninguna ha hecho nada. Estos bosques son importantes centros de recarga de los mantos acuíferos que alimentan la Ciudad de México
«Siempre han habido denuncias y nadie nos hace caso», dice uno de los comuneros del pueblo de San Juan Atzingo, uno de los núcleos agrarios que hay en este municipio del sureste del Estado de México, a menos de 100 kilómetros de la capital del país.
«Aquí lo que hace falta es la presencia de las autoridades. Cuando el gobierno quiera ayuda, nada más queremos que haga presencia la Guardia Nacional, también los (policías) estatales o los municipales. Pero se pasan los años, no nos hacen caso y van a acabar con nuestro monte». Asegura el comunero, uno de varios que prestaron su testimonio para este trabajo y que por seguridad permanecen anónimos.
Cada año los comuneros notan que el agua de las lagunas de Zempoala y de otros manantiales va disminuyendo. Según sus pobladores, entre estos bosques hay más de 100 ojos de agua que están en riesgo de desaparecer si los bosques siguen desapareciendo.
Desde el año pasado la Procuraduría Federal de Protección al ambiente aseguró que iba a mandar operativos a la zona, a demanda de los comuneros. Pero nada ha pasado.
Lo mismo ha pasado con las promesas de la secretaría del medio ambiente del Estado de México, con Probosque y la Fiscalía General de la República. Todos dicen a los comuneros que los trabajo para proteger el ambiente van caminando, pero la Tala no aminora.
Hace más de seis meses los pobladore pidieron la intervención de la Guardia Nacional, misma que dejó de patrullar la zona hace un mes y medio.
«Pero nada más estaban ahí en la zona turística de las lagunas de Zempoala, al resto de los bosques no llegaban.
Ya les dimos domicilios, coordenadas, nombres «¿Qué más quieren?”, se pregunta uno de los comuneros. Después, muestra en su celular los mensajes que ha intercambiado con el responsable de la Guardia Nacional en la zona y con funcionarios del medio ambiente del estado. Todos los mensajes tienen junto a ellos palomitas en azul, es decir que el destinatario vio los mensajes, pero ninguno tiene respuesta.
«Nosotros valoramos su apoyo de los medios, pero ya publicaciones hemos tenido muchas y apreciamos su apoyo», dice uno de los comuneros. «Pero la verdad es que vive uno ya en desconfianza. No hay fe, pues ya».
Los comuneros no logran identificar con precisión cuál es la afectación de la tala clandestina en sus tierras. Hay algunos que dicen que son 3 mil hectáreas, otros elevan la cifra hasta 5 mil.
Para ver el impacto, La cifra no es necesaria. Basta recorrer las carreteras que cruzan los bosques de este municipios para ver la devastación. Las laderas de las montañas se ven como si una avalancha de madera, ramas y acerrín hubieran sepultado decenas de cientos de árboles.
De las 18 mil hectáreas que conforman las tierras comunales de San Juan Atzingo, 13 mil son boscosas, de ellas ya más de un tercio están taladas. «Es un espanto de cómo van talando», reconoce otro de los comuneros.
Este no es el único núcleo ejidal que está en riesgo, los comuneros identifican que la tala abarca desde las lagunas de Zempoala, pasa por el poblado de Santa Marta y llega hasta a Huitizilac, en el estado de Morelos.
La velocidad con la que avanzan las brigadas de talamontes es impresionantes reconocen los comuneros. «En un día pueden exterminar unos 300 árboles. En total han de ser unas 300 personas que están organizadas en equipos de 15 o 20 personas, a ellos los ayudan los halcones, los taxistas y otros involucrados que están revisando los caminos en caso de que vengan las autoridades».
El problema es que al talar los árboles maderables, suelen destruir también otro árboles que apenas están creciendo. El ritmo de devastación es tal, que en un día estos escuadrones de exterminio forestal pueden terminar con un cuarto de hectárea de bosque.
Cuidar estos bosques es una de las tareas más peligrosas que se pueden realizar en esta región. Es común que a quienes lo intentan los talamontes les saquen algún susto. Que es el eufemismo con el que los pobladores llaman a las diferentes agresiones de las que son víctimas.
«Cuando la gente del gobierno viene a hacer recorridos hasta los corretean», comenta uno de los comuneros para decir que los talamontes ahuyentan a estas brigadas del gobierno a punta de pistola con convoyes armados. Incluso, los grupos delictivos que realizan la tala han desaparecido a algunos de los que se oponen a ellos. Aquí los asesinatos son más que comunes.
«A veces se mete uno al bosque y los ves que están trabajando. Pero no les puedes decir nada porque traen armas largas y pesadas. Con eso les ha bastado para mantener al pueblo a raya», aseguran los comuneros.
«Tienen toda la tecnología, halcones, celulares, radios. Viene la ley y cuando llegan a dónde están talando, ya no hay nada. A la gente común la agreden, la intimidad, para que ya no vuelvan a entrar. ¡Los eliminan así nada más, ha habido muchos casos, sí!, Añaden.
Hace unos meses un grupo de comuneros decidió cavar zanjas en los caminos de terracería que usan los talamontes para transportar los árboles talados.
«Cuando estábamos adentro, tiraron unos árboles para bloquear los caminos y que ya no pudieran salir. Les hicieron una emboscada y les quemaron las camionetas», cuentan. Desde entonces no han intentado otra afronta a los talamontes.
Los propios comuneros reconocen que en la tala hay gente joven que, como no encuentran empleo, decide hacer esta actividad ilegal.
«Algunos sí los conocemos, pero hay jóvenes que no los conoce uno, vienen de otras comunidades. Hay jóvenes que se van al día y van a ganar su lanita y hay cabrones que se llevan toda la lana lana. Los ganones no son los que trabajan, son otros los que llevan la madera» asegura.
De los camiones y camiones cargados de madera que dejan estos montes, muy pocos se quedan en la región. La mayor parte se distribuye a diferentes lugares y a los carpinteros de la zona no les llega mucha.
A pesar de que la gente encargada de la operación son de otros lugares y no de la misma comunidad, según dicen los comuneros, por lo menos ubican a cuatro grupos de talamontes que trabajan en conjunto. Dos vienen de Santa Marta y Santa Lucía, poblados cercanos mientras que otros dos vienen de Michoacán y de Huitizilac.
Lo más probable es que los grupos de las comunidades locales sean los encargados de operar los 12 aserraderos que en el último año han identificado en las inmediaciones.
Si de algo están convencidos los pobladores de San Juan Atzingo es que en la región hace falta que se reactive la economía para que la gente que está involucradas en la tala clandestina tenga otras opciones de empleo.
«Queremos que nos ayuden para eso, para que a esta gente la empleemos y no talen sin pensar lo que están destruyendo y al contrario, que se tale con técnica», pide otro de los comuneros. Ellos buscan que por medio de un apoyo del gobierno la tala se pueda volver una actividad sostenible.
Para lograrlo, el gobierno necesitaría poner de su parte, piden. Primero a través de recursos y segundo, con los permisos necesarios para que la gente trabaje y pueda tener sus aserradero y pueda trabajar dentro de los bosques.
«Hay gente que hace aprovechamientos responsable de los bosques» dice uno de los comuneros. «Tiran los árboles que ya dan lo que tenían que dar, y reforestan otras zonas».
El abandono institucional a estos bosques ha sido tal que sus comuneros ya piensan en tomar sus propias medidas.
¿Qué más podrían hacer? A la pregunta, uno de ellos comuneros contesta titubeante. «Pues solo nos quedaría organizar a la gente y hacerles frente, pero yo no me atrevo a hacerlo. Luego, cuando empiecen a salir los muertos ¿quién va a ser el culpable? Hace poco tuvimos un intento de hacerles frente, y a uno de nosotros le dieron un hachazo en el pulmón, ya no quiso regresar a nada de esto».
Después de años de denuncias y solicitudes de auxilio, aún no ven resultados. Su desesperación es tal, que incluso ellos mismos han reforestado lo que pueden del bosque, pero de los 300 mil árboles que siembran cada año difícilmente podrían hacer frente al ritmo de devastación que imponen los talamontes.
A pesar de que no quieren aceptarlo, tomar acciones propias en contra de los depredadores del cerro sería su única oportunidad.
Pese a todo, los comuneros creen que aún hay maneras de parar la tala clandestina en su región. «A mí me gustaría hacer un llamado», dice uno de ellos. «Quiero invitar a los vecinos y a los pueblos a que cuidemos estas aguas, estos bosques para que sigamos teniendo aguas., Invitamos a que no talen, porque si no, ya no vamos a tener estos manantiales con el tiempo».
«Este es un llamado a todos los pueblos tlahuicas (la etnia indígena de la región) a que cuidemos estos ecosistemas para que haya agua y haya aire. Para que las generaciones que vienen, pues ya no van a encontrar como nosotros, pero aunque sea que sí encuentren un río con agua».
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