Tabaco, comida chatarra, alcohol y combustibles fósiles, causan un tercio de las muertes en el mundo

30 marzo, 2023

La revista británica The Lancet presenta una nueva serie sobre cómo estas industrias han afectado la salud de millones de personas.

Texto: Kennia Velázquez / Pop Lab

Ilustración: Pinche Einar

GUANAJUATO. – Las industrias del tabaco, alimentos no saludables, combustibles fósiles y alcohol son las responsables de al menos un tercio de las muertes mundiales cada año, así se revela en una nueva serie de la prestigiosa revista científica The Lancet.

Los autores definen los determinantes comerciales de la salud como los «sistemas, prácticas y vías a través de los cuales los actores comerciales impulsan la salud humana y la inequidad en la salud». Estas industrias suelen utilizar las mismas tácticas y estrategias para vender sus productos poniendo su beneficio económico por encima de la salud. La publicación señala que si bien algunas empresas han sido fundamentales en el desarrollo y la entrega de bienes y servicios de salud, también algunos de sus productos y prácticas son responsables del aumento de problemas de salud y la inequidad en todo el mundo.

Considera que los determinantes comerciales de la salud son “el resultado de un sistema patológico en el que las entidades comerciales dominantes pueden influir en las normas y valores sociales, los sistemas políticos y económicos, los entornos, los ingresos y los comportamientos. A medida que aumentan los daños a la salud que resultan de este sistema, la capacidad para abordarlos disminuye; a medida que los gobiernos, las organizaciones y las personas necesarias para hacer que los actores comerciales rindan cuentas se ven cada vez más empobrecidos, privados de poder o capturados por los intereses de un sector comercial cada vez más poderoso”.

Y sin rodeos explica que “muchos actores comerciales intentan influir negativamente en las políticas nacionales e internacionales, socavar la ciencia o atacar directamente a las personas denunciando sus acciones”.

En México hemos visto el caso de Coca Cola y su enorme influencia en las políticas de salud pública por décadas, o de Nestlé tratando de frenar el etiquetado frontal de alimentos o el de los fabricantes de leche comercial que atenta contra la materna o usando afirmaciones falsas para publicitarse.

Las grandes empresas han contribuido al deterioro ambiental mientras se enriquecen. Foto NewOldStock

Las empresas suelen responder a las críticas y a la evidencia con agresivas campañas para minimizar esas afirmaciones, quizá por ello se ha hecho énfasis en que esta serie no es anti empresarial sino pro-salud.

The Lancet considera que “la salud debe convertirse en una consideración crucial de los marcos de inversión y los mercados de capitales globales. Hacerlo requerirá la adopción de diferentes modelos económicos, nuevas medidas legislativas y reglamentarias, defensa y rendición de cuentas de la sociedad civil, y una mejor responsabilidad social corporativa”.

La revista británica resalta que “existe una creciente evidencia de que los productos y prácticas de algunos actores comerciales, en particular las corporaciones transnacionales más grandes, son responsables de las crecientes tasas de mala salud evitable, daño planetario e inequidad social y de salud; estos problemas se conocen cada vez más como los determinantes comerciales de la salud”.

Estas empresas suelen autodefinirse como “socialmente responsables” ya sea entregando apoyos en la pandemia, cuidando el agua o reciclando. Pero The Lancet dice que “a medida que aumentan los daños a la salud humana y planetaria, aumenta la riqueza y el poder del sector comercial, mientras que las fuerzas compensatorias que tienen que sufragar estos costos (en particular, los individuos, los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil) se empobrecen y pierden poder o son capturadas por los intereses comerciales. Este desequilibrio de poder conduce a la inercia política; aunque hay muchas soluciones políticas disponibles, no se están implementando. Los daños a la salud están aumentando, dejando a los sistemas de salud cada vez más incapaces de hacerles frente. Los gobiernos pueden y deben actuar para mejorar, en lugar de seguir amenazando el bienestar de las generaciones futuras, el desarrollo y el crecimiento económico”.

Las corporaciones impulsan o bloquean reglamentaciones recurriendo desde el cabildeo hasta la entrega de sobornos. Foto: PxFuel

También indica que está bien establecido que un pequeño número de empresas, “las llamadas industrias de productos básicos no saludables, han provocado muchos de los mayores problemas de salud del mundo, incluida la creciente carga de enfermedades no transmisibles y la emergencia climática”.

The Lancet estima que las muertes por dietas poco saludables en su conjunto alcanzan un estimado de 11 millones, la contaminación del aire por combustibles fósiles más de 10 millones, el alcohol 3 millones y 9 millones por tabaco. Y considera que habría que sumarse los decesos de otras industrias como las del “sector financiero en las llamadas muertes por desesperación; el efecto dañino de las redes sociales en la salud mental y el uso por parte de la industria farmacéutica de protecciones de propiedad intelectual para asegurar precios altos, restringiendo el acceso a medicamentos esenciales, incluidas las vacunas contra el COVID-19, a pesar de la enorme inversión pública en su desarrollo”.

Para los autores, son las prácticas y no solo los productos las que pueden dañar la salud y ampliar las desigualdades. Por ejemplo, su influencia en la generación de normas regulatorias débiles en los países de ingresos bajos y medianos. Y cita cómo, mientras “los productos farmacéuticos y plaguicidas cuyo uso está prohibido en los países de ingresos altos se exportan a los de bajos y medianos junto con los desechos tóxicos”.

“Se ha demostrado que las industrias de productos básicos no saludables extraen ingresos de manera desproporcionada y externalizan sus daños a los países de ingresos bajos y medianos, transfiriendo riqueza e ingresos a una pequeña élite de accionistas e inversores institucionales basados en su mayoría en países de altos ingresos, una tendencia en aumento desde la década de 1970”, dice el texto.

En el análisis se explica que “las principales entidades comerciales rara vez actúan solas, sino que cuentan con el apoyo de una amplia gama de otras organizaciones poderosas, algunas de las cuales financian y dirigen, aunque a menudo de manera oculta para dar el aura de independencia. Pero estas entidades comerciales también suelen estar habilitadas por los gobiernos y las organizaciones intergubernamentales que deberían pedirles cuentas, como parte de un sistema político y económico global que privilegia a una élite cada vez más rica y limitada a expensas de la mayoría”.

De tal modo que estos “actores comerciales cada vez más poderosos pueden moldear el sistema político y económico, sus enfoques regulatorios y las políticas en su propio interés”, a su vez, permiten que los actores comerciales aumenten su capacidad para externalizar los costos a otros. Por ejemplo, los costos del daño causado por la producción, consumo y disposición de sus productos que provocan el desarrollo de enfermedades no transmisibles son cubiertos por los estados, las familias y las personas afectadas. “Tener que cubrir estos costos disminuye los presupuestos estatales, comunitarios e individuales para vivienda, salud, bienestar, organizaciones de la sociedad civil, etc., lo que daña aún más la salud. Mientras tanto, las entidades corporativas involucradas tienden a disfrutar de ganancias excesivas, y el desequilibrio de poder entre las corporaciones transnacionales y los estados”.

The Lancet encontró las siete prácticas clave del sector comercial: gestión política, científica, de marketing, de cadena de suministro y residuos, laboral y de empleo, financiera y reputacional. La gestión reputacional es la que potencia la legitimidad y credibilidad del actor comercial y es a menudo parte integral de las otras seis prácticas. Y son las corporaciones transnacionales las más capaces de ejercer poder e influencia y es menos probable que rindan cuentas en los países de ingresos bajos y medios.

Los investigadores también encontraron que las empresas transnacionales en diversos sectores no solo se involucran en las mismas prácticas, sino que a menudo también trabajan colectivamente con un interés común para debilitar leyes y normas.

Gobiernos, familias e individuos son quienes pagan los costos de las malas prácticas de las empresas. Foto de Volodymyr Hryshchenko en Unsplash

Por medio de prácticas políticas (que van desde el cabildeo hasta el soborno), científicas y de marketing “causan principalmente daños a la salud al maximizar el uso de productos industriales potencialmente dañinos, ya sea directamente o al permitir que las corporaciones transnacionales bloqueen, retrasen o debiliten las políticas y disuaden los litigios”.

Organizaciones que hacen investigación y que son patrocinadas por las grandes empresas han impactado en universidades y en estudios que han intentado influir en políticas de salud pública. The Lancet también denuncia cómo “incluso las prácticas científicas, a menudo vistas como esenciales y, por lo tanto, deducibles de impuestos, han dado lugar a condenas por fraude y daños incalculables a la salud cuando los peligros de los productos corporativos, o los beneficios de las intervenciones para abordar esos peligros, se han ocultado deliberadamente a los usuarios y gobiernos”.

Y el resultado es desolador: “las prácticas corporativas transnacionales y el fracaso gubernamental para abordarlas son tales que el sistema ya no opera en interés del público, sino cada vez más en el interés de las corporaciones transnacionales”.

Un ejemplo de esto es cómo han logrado eludir sus responsabilidades fiscales en todo el mundo, afectando principalmente a los países de bajos ingresos. Esto trae como consecuencia que estemos en un círculo vicioso, pues “el efecto negativo sobre los ingresos del gobierno permite a las corporaciones transnacionales presentar lo que deberían haber pagado en impuestos como obsequios a través de esfuerzos de gestión de reputación deducibles de impuestos que desvían la atención del daño que causan y compran acceso e influencia, perpetuando el problema”.

Como se dijo anteriormente, el mayor valor que tienen las empresas es su imagen y para ello recurren a las consultoras de relaciones públicas y a los medios de comunicación, cuya propiedad, como dice la investigación “se ha concentrado en una élite rica, que sirve cada vez más a esa élite, incluidos los intereses corporativos globales” para así transmitir sus mensajes al público.

Un ejemplo es cómo se ha logrado que en temas ambientales se le reste “valor al daño corporativo señalando con el dedo flamígero a los individuos a través de campañas de relaciones públicas bien financiadas”.

El documento señala una práctica perversa: los mismos actores promueven normas de políticas de desregulación con un enfoque de autorregulación “para la formulación de políticas, así ellos pueden decidir cuáles de sus prácticas necesitan ser restringidas y como son de poca efectividad son explotados por los actores comerciales para evitar una regulación más efectiva”. Y después buscan asociaciones con los gobiernos para crear la expectativa de participación.

Estas prácticas “de asociación se han establecido con tanto éxito que muchas instituciones, incluidos los organismos de la ONU y los gobiernos, se han desplazado hacia el trabajo en asociación con actores comerciales, incluso dentro del ámbito de la salud, y la norma de que las industrias de productos básicos no saludables son socios creíbles persiste a pesar de los conflictos de intereses”.

Así, los actores comerciales se presentan como parte de la solución a los problemas que han creado.

The Lancet dice que “la discusión no es sobre el derrocamiento del capitalismo ni un abrazo total de sociedades corporativas”, sino que el llamado es a “repensar el progreso social, el capitalismo contemporáneo y el papel del sector comercial dentro de él, imaginamos sociedades en las que los actores públicos y privados prioricen la sostenibilidad ambiental, los derechos humanos, las necesidades básicas, la salud y el bienestar, y un cambio normativo lejos de sistemas consumogénicos nocivos. Imagine modelos comerciales progresistas que incorporen objetivos de salud, equidad y ambientales, por los cuales las empresas deben rendir cuentas: políticas macroeconómicas diseñadas para garantizar una base social justa y entornos económicos que operen dentro del techo ecológico”.

Aquí es fundamental el papel de los gobiernos en la protección, promoción y garantía de la salud de sus ciudadanos. La rendición de cuentas con políticas públicas intersectoriales que privilegien la equidad y la sostenibilidad y libre de interferencias comerciales. “Lograr el progreso social también requerirá que los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil exijan un cambio y una acción progresivos por parte de las empresas y los gobiernos y que hagan que estas organizaciones rindan cuentas”, sentencia el documento.

*Este trabajo fue realizado por POPLAB, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leerla.