Soy sangre A, ¿estoy condenada?

20 junio, 2020

El coronavirus, al menos desde lo simbólico, sigue gravitando entre murciélagos y vampiros… y sangre. Y nos sigue recordando lo frágil que es la vida

@lydicar

Las hipótesis comenzaron a girar casi desde el inicio de la pandemia: aparentemente las personas con grupo de sangre tipo A era más vulnerable al coronavirus; es decir, se contagiaba más fácilmente y lo pasaba peor. Esto lo señalaron científicos coreanos desde marzo, pero hasta ahí. Esta semana, la noticia fue más contundente. Un estudio publicado en la revista “The New England Journal of Medicine” concluyó que las personas con grupo sanguíneo O tienen menos riesgo de adquirir coronavirus que el resto de los grupos. Del mismo modo, las que tienen grupo A tienen mayor riesgo de contagiarse y pasarlo peor.

[En algunas notas hallé algo sobre los “piquitos” que los glóbulos rojos tipo A tienen, y que carecen los glóbulos O.] 

La sangre del cazador

De por qué los humanos tenemos distintos tipos de sangre, hay algunas hipótesis que circulan entre las comunidades científicas. Una de las más populares entre la gente común es que esos tipos de sangre se originaron por cuestiones adaptativas, conforme el ser humano fue migrando y asentándose en distintas partes del mundo.

Esta misma hipótesis asegura que el grupo A se originó en Europa, el grupo B en Asia, y el tipo O en sería la más vieja, en África y luego llegó a “Sudamérica”. Entrecomillo la palabra sudamérica porque esta aseveración en papers científicos  “borra” los procesos de colonización. El grupo O sería en realidad prevaleciente en toda América, hasta que llegó la colonización. Un apunte que se sale del tema, pero que se debe siempre tener en cuenta: la ciencia –como toda actividad humana– tiene la mirada o la ceguera del grupo humano que la hace…

Pero regresemos al asunto. 

A partir de esta hipótesis se desarrollaron incluso dietas acordes con los tipos de sangre. La sangre O estaría vinculada a los cazadores recolectores, entonces debería comer mucha carne y pocos cereales. La A sería de los primeros grupos agrícolas, así que sería semivegetariana; y la B sería una mutación vinculada a los nómadas asiáticos, cuyo organismo se adaptó para poder tolerar la lactosa. 

Pero es, de nuevo, sólo una hipótesis. No está comprobada. Y ha sido criticada por sus pares científicos. El primer “pero” es que se han encontrado grupos y comunidades aisladas en diversas partes del mundo con grupos de sangre que no corresponden con el fenotipo u origen étnico que plantea la idea de A-Europa, B-Asia O-África. Por ejemplo, en Siberia y Suiza hay comunidades aisladas, con milenios en el mismo lugar, y en cuya población prevalece el tipo O.

Una segunda hipótesis plantea que todo el entramado es por mutación. Que originalmente la sangre O era universal, y la A y la B son producto de mutaciones a lo largo de millones de años, hasta llegar finalmente a la AB. 

Pero una tercera hipótesis, voltea el orden: propone que sería  la sangre AB la original, y las mutaciones ocurrieron “al revés”: decantándose primero las tipo A, B y finalmente, la O.

Sin embargo, la hipótesis más aceptada es la segunda: que el tipo sanguíneo más antiguo sería el O; sobre todo porque se ven los mismos patrones en otros primates.

Enfermedades y sangre

Los tipos de sangre se complejizan, está el factor RH negativo o positivo, y no todos los A son iguales, como tampoco los O. Sin embargo, sólo para efectos de simpleza, nos concentramos en esos primeros cuatro grupos A, B, O y AB. 

Muchos estudios sugieren que algunos grupos resisten más ciertas enfermedades o son más proclives a otras. Por ejemplo, el grupo O es más resistente frente a la malaria; el grupo A evolucionó para resistir mejor la peste bubónica que arrasó en Europa. 

Hay otros estudios que lanzan hipótesis sobre otras enfermedades crónico degenerativas y su relación con la sangre; y otros más se aventuran a planear menús dirigidos a cada tipo de sangre e, incluso, ir estrechando aún más: diseñar alimentación desde al análisis de ADN.

 Pero todas estas investigaciones están en proceso. Seguimos en el trayecto de entender esta nueva enfermedad; y entender nuestros cuerpos. Es, sin embargo, un buen recordatorio que frente a la enfermedad, la muerte, no tenemos todo el control. El cuerpo de un joven saludable puede reaccionar de forma no prevista frente al coronavirus, o cualquier otro padecimiento. Nuestros cuerpos son diversos, distintos, con fortalezas y debilidades propias e individuales, la mayor parte de las veces desconocidas para nosotros. 

La ciencia y el conocimiento avanzan a pasos agigantados; pero no podemos perder la humildad de saber que sólo somos eso: un cuerpo, con fortalezas y debilidades, frente a la vida, la muerte y lo desconocido. 

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).