Sostener la casa con las manos cansadas

26 julio, 2025

Durante la pandemia Mónica Quijano ha tenido que emplear diversas funciones dentro de su vivienda, compaginar su trabajo temporal en la venta en línea, con su labor de madre, la educación de sus hijas y los quehaceres domésticos. En San Luis Potosí, México. El 3 de Diciembre del 2020.

Miles de mujeres en México sostienen hogares enteros con trabajo invisible y no remunerado. Desde madres como Karla hasta indígenas en doble explotación, su labor equivale al 22% del PIB, pero carecen de derechos. ¿Por qué seguimos llamándolo ‘ayuda’ y no trabajo?

Texto: Jade Guerrero y Jazmín Sandoval

Foto: Victoria Razo / Archivo Pie de Página

CIUDAD DE MÉXICO. – En México, muchas mujeres trabajan jornadas completas dentro del hogar: cocinan, limpian, cuidan niños, atienden a adultos mayores, lavan, planchan, organizan, gestionan.

Su labor sostiene la vida cotidiana de familias enteras y, sin embargo, permanece invisible, desvalorizada y, sobre todo, no remunerada. En una cultura que romantiza el sacrificio femenino, ser ama de casa se presenta como una vocación natural, no como lo que es: una forma de trabajo no reconocido que perpetúa la desigualdad y la explotación de género.

Estas son sus historias.

La rutina infinita

Karla Olvera, madre de tres hijos y ama de casa, se levanta todos los días a las seis de la mañana para ayudar a sus hijos a alistarse para un nuevo día en la escuela. Esta ha sido su rutina desde hace 14 años, cuando nació su primera hija. Hoy nos comparte cómo es su mundo y nos muestra una parte valiosa de su vida para dar a conocer el arduo trabajo que implica ser una trabajadora del hogar.

Normalmente, cuando los niños no están de vacaciones, me despierto a las seis de la mañana para ayudar a mis hijos a prepararse para un día de escuela y hacerles su desayuno. Antes de las siete debe estar listo todo para que pase el transporte por mi hijo Memo.

Cuando él se va a la escuela, me pongo a hacer algo de quehacer para que a las 8:30 de la mañana aliste a mi otro hijo y lo lleve al kínder. Cuando mis dos hijos más pequeños están en la escuela, vuelvo a casa para desayunar y continuar con las labores del hogar.

El caso de Karla refleja una desigualdad que afecta a millones de mujeres en México: la carga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. Actividades como cocinar, limpiar, cuidar a los hijos, llevarlos a la escuela o ayudarlos con la tarea forman parte de lo que se conoce como economía del cuidado. Aunque este trabajo sostiene a las familias y, en consecuencia, al funcionamiento de la sociedad, no siempre recibe salario ni reconocimiento formal.

A las doce del día paso por mi hijo al kínder, y luego voy a comprar las cosas para la comida. Llego a casa y empiezo a cocinar. En ese transcurso llega mi hija Victoria de la secundaria, y si ya tienen hambre, pues comemos los tres, o esperamos a que llegue Memo de la primaria para comer los cuatro.

A las seis de la tarde les ayudo a mis hijos pequeños a hacer su tarea. Al finalizar, tenemos un momento de descanso para ver la tele o jugar. Al llegar las ocho de la noche preparo la cena para todos, pongo agua para bañar a los pequeños y alisto las cosas para la mañana siguiente, para volver a la rutina.

El trabajo que sostiene al patriarcado

Karla con sus dos hijos. Foto: Jade Guerrero

Norma Palacios, dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar, comenta:

“El machismo está muy presente en esta desigualdad, donde las amas de casa somos vistas como responsables de realizar estas labores, que en realidad a todos los involucrados en el hogar les corresponde. Hace falta reconocimiento como sociedad, ya que damos por hecho que la persona que se queda en el hogar hará todo el trabajo de mantener una casa, y el trabajo del hogar nunca se termina; es un trabajo que se debe remunerar y valorar».

La labor de las trabajadoras del hogar —en su mayoría mujeres— sostiene gran parte del funcionamiento diario de millones de familias. Según estimaciones del INEGI, si se remunerara el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, este representaría alrededor del 22% del Producto Interno Bruto de México, superando incluso sectores como el comercio o la manufactura.

Karla continúa:

El único tiempo que tengo para descansar es entre quehaceres, darme un momento para distraerme viendo alguna serie o simplemente reposar, porque mi único momento libre sin interrupciones es cuando mis hijos se duermen y yo puedo tomarme un rato, pero termino igual de cansada y mejor duermo.

En lo económico, tengo el apoyo de mi pareja, quien procura darme para el gasto, pero este mismo solo alcanza para la comida; entonces también me veo en la tarea de tener otro trabajo, que es vendiendo, lo cual me facilita mucho poder seguir con mis hijos el mayor tiempo posible y no descuidarlos.

Tanto en lo emocional, me he sentido afectada porque antes mi pareja no se involucraba para nada en la familia más que en lo económico, y él sentía que ya estaba cumpliendo con su parte de la responsabilidad, pero no. Fue hasta que le hice ver el trabajo que me costaba hacer muchas cosas a mí sola que cayó en cuenta de que necesitaba que él se involucrara más en todo. Así fue como empecé a sentir menos carga.

Cuando un hombre o quienes comparten un hogar se involucran en las tareas diarias y en el cuidado de los hijos, no solo construyen una relación más equitativa, sino que también alivian una carga histórica que ha recaído casi por completo sobre las mujeres.

Norma Palacios explica el impacto de los roles de género tradicionales en esta situación:

“El hombre provee, ya que él es el fuerte, el macho que tiene que salir por el recurso de la familia, y es así como a la mujer se le atribuye que debe quedarse en casa para criar a los hijos y cuidar del hogar, pero esto sin haber platicado o llegado a un acuerdo de si era lo que la mujer buscaba en realidad.

Muchas veces estos valores se inculcan desde muy jóvenes; independientemente del lugar donde nacemos y crecemos, estos pensamientos se marcan desde muy jóvenes.

«Se nos atribuye que debemos ser quienes cuiden de los demás; nadie nos pregunta si es lo que queremos, sino que se da por hecho.

Tener una red de apoyo es importante para que esto se deje de promover y erradicar ciertos pensamientos o valores conservadores».

Karla Olvera reflexiona sobre esto:

Siento que la mayoría de las personas no ven el verdadero trabajo que es ser trabajadora del hogar y, aparte, tener otro trabajo. Muchos lo minimizan pensando que el mucho o poco ingreso que podemos generar no hace diferencia, pero yo lo he vivido y claro que hace la diferencia. Muchas veces sienten que una está en su casa feliz y cómoda sin responsabilidades, pero no es así; a muchas nos ha costado mucho y no es nada fácil. Esto es una labor que es de diario, para siempre. Así como me gustaría que los hombres reconocieran el trabajo de sus esposas.

Si he salido adelante es gracias a mis familiares que han estado conmigo en todo este proceso; en esta labor, ellos son mi red de apoyo principal.

Nosotras, como mujeres, casi siempre nos olvidamos; yo quisiera seguir estudiando y seguir preparándome para saber más y para mis hijos, y seguir apoyándolos en su educación.

Pero nosotras no solo somos amas de casa, también necesitamos nuestro espacio y hacer algo que también nos llene. Como mujeres, nos vamos perdiendo de a poco y eso es algo que duele mucho. He tenido depresión porque, aunque esté bien con mi familia, como mujer no me he sentido suficiente; muchas veces no me reconozco y extraño esa seguridad en mí. Incluso antes, todos me hacían sentir que exageraba porque mi responsabilidad era esa y no tenía por qué sentirme mal; pero ahora puedo entender que no es así, no es solo nuestra responsabilidad y no nacimos para asumir ese rol. Antes de ser madres, somos mujeres.

Norma Palacios habla sobre la vulnerabilidad de las mujeres ante la situación:

“Al asumir como responsabilidad única de las mujeres el trabajo del hogar, experimentamos una explotación laboral de cierta manera, ya que se da por hecho que solo las mujeres deben hacerse cargo del trabajo del hogar. Aceptamos esto ya que muchas no tienen otro ingreso o no tienen otra manera de salir adelante, haciendo que estén condicionadas y, de cierta forma, explotadas, ya que dependemos de una persona para tener alimento, un trabajo, creando una mayor vulnerabilidad. Si hay hijos de por medio, esto aumenta aún más».

“Pensé que no había otra vida para mí”

Para muchas mujeres, ser amas de casa no solo significa dedicarse al hogar, sino también enfrentar distintos tipos de violencia: económica, emocional, psicológica y física. Esta realidad, muchas veces silenciosa, puede llevarlas a creer que no existe una vida diferente.

F. M., quien ha sido ama de casa por más de 20 años, lo expresa con claridad:

“Sí, he sufrido violencia, gritos y maltratos. Cuando no hago una tarea del hogar, mi pareja piensa que ando haciendo otras cosas o que no hago nada, aunque yo me esfuerce y limpie cuando me siento enferma y cansada. Últimamente me duelen mucho mis pies y me siento con mucho sueño».

Su testimonio refleja la situación de muchas mujeres que, además de cargar con la responsabilidad doméstica, viven bajo el control y maltrato de sus parejas, en un entorno que normaliza el abuso y las limita a pensar que habrá un cambio.

“Me siento frustrada y cansada, no me siento bien, no valoran mi trabajo y no me valoran a mí. Los únicos que me acompañan diario son mis gatitos».

Norma advierte una problemática clave: muchas mujeres carecen de acceso a seguridad social, lo que limita severamente su posibilidad de recibir atención psicológica, participar en actividades recreativas o contar con espacios propios. Estas necesidades suelen ser olvidadas o minimizadas, a pesar de ser fundamentales para su bienestar integral.

“He pensado muchos años en irme, pero por los hijos y sin dinero es difícil. A lo mejor me apoyen mis hermanos, pero ellos también tienen sus problemas. Siento que no tengo dónde ir. Hasta que se vaya para siempre este señor, yo estaré mejor».

Resulta devastador conocer el testimonio de F. M., pero más aún reconocer que su experiencia no es un caso aislado, sino la realidad cotidiana de miles de mujeres que se dedican al trabajo doméstico en México. Aunque se han logrado avances en materia de derechos y reconocimiento, estos siguen siendo insuficientes. Mientras una sola mujer se sienta olvidada, el cambio no será completo.

F. M. concluye con unas palabras muy profundas y fuertes, demostrando su impotencia, vulnerabilidad y desesperanza:

“No quiero esto para mis hijas y las muchachas que vienen. No cometan los mismos errores; mejor vean por ustedes y su bienestar, pues al final ellos jamás verán por nosotras. No ven lo que hacemos por ellos. Yo lo hacía por amor y ahora lo hago con miedo y tristeza».

Los pendientes

A pesar de su papel fundamental en el funcionamiento de la sociedad y en el sostenimiento de la economía, el trabajo doméstico y de cuidado —realizado en su mayoría por mujeres— sigue siendo invisibilizado y desvalorizado. No existen políticas públicas integrales que lo reconozcan, lo remuneren o lo redistribuyan equitativamente.

Esta omisión institucional profundiza la desigualdad de género. Al no contar con servicios públicos que apoyen el cuidado —como estancias infantiles, centros de día o licencias adecuadas—, las mujeres terminan asumiendo de forma desproporcionada estas responsabilidades. Como consecuencia, se ven limitadas en su acceso a la educación, al empleo formal, a la participación política o incluso al descanso y el autocuidado.

Pero esto no es nada alentador: la mayoría de las mujeres que se dedican al trabajo doméstico carecen de acceso a servicios de salud, seguridad social y, en muchos casos, de una pensión para el futuro. A pesar de la relevancia de su labor, siguen siendo excluidas de los derechos laborales más básicos.

Norma comenta un pequeño ejemplo:

“Cuando una pareja se separa, la mujer puede y debería poder tener una remuneración por el trabajo que realizó estando junta, por cuidar a los hijos, por mantener en orden el hogar. Muchas mujeres dan de lleno su vida en ser amas de casa; deberían de tener las condiciones para mantener lo necesario para ellas mismas».

Aunque ya hay maneras de que se les compense, esto es muy poco común.

Aunado a esto, aunque podría pensarse que no existen grandes diferencias entre las trabajadoras del hogar, lo cierto es que el origen étnico, el contexto urbano o la condición migrante influyen significativamente en sus roles y responsabilidades. En particular, las mujeres indígenas que se dedican al trabajo doméstico enfrentan una carga adicional de tareas vinculadas a la producción agrícola, la elaboración de artesanías y el mantenimiento de la vida comunitaria, además de las labores tradicionales del hogar. Estas mujeres suelen enfrentar, además, situaciones de desigualdad estructural y exclusión social, que profundizan su vulnerabilidad y limitan su acceso a derechos básicos.

De acuerdo con organizaciones de la sociedad civil, las trabajadoras del hogar indígenas enfrentan desafíos agravados por la pobreza, la falta de acceso a servicios básicos y la discriminación étnica. Sin embargo, muchas de ellas también desempeñan un papel clave en la preservación y transmisión de saberes, lenguas y prácticas culturales a las nuevas generaciones, lo cual les hace más pesada su labor diaria.

¿Qué más perdemos si no tenemos nada?

Aunque se han logrado ciertos avances en el reconocimiento de los derechos de las mujeres dedicadas al trabajo doméstico y de cuidados, la realidad sigue siendo desigual. Para muchas, este rol no fue una elección, sino una imposición social sin retribución económica, sin acceso a seguridad social y con un porvenir incierto. Persisten brechas profundas que reflejan una deuda histórica del Estado y la sociedad: aún falta mucho por hacer para garantizar condiciones dignas, justas y equitativas para todas.

Preguntamos a Norma Palacios:

–¿Qué condiciones cambiarían si el trabajo de las amas de casa fuera remunerado o reconocido dentro del sistema laboral formal?

–Muchas condiciones cambiarían. Daría las condiciones de proveer una manera de alimento más sana, poder acceder a una vivienda, a una educación, a una vida más digna y tranquila.

Al no reconocer este trabajo tan valioso, perdemos mucho y lo vemos todos los días: perdemos tiempo y vida, ya que estamos constantemente en estrés, ya que hay muchas otras responsabilidades que, al no poder contar con un sueldo o derechos laborales, nos vemos en la necesidad de trabajar aún más para sacar adelante todos los gastos.

«Yo le diría a todas las trabajadoras del hogar que nunca es tarde para cambiar; hay que equilibrar la responsabilidad: ¿Qué más perdemos si no tenemos nada?»

Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.