Las nostalgias del pasado no siempre se encuentran con futuros posibles. Luego del desmantelamiento y privatización del servicio ferroviario mexicano en la década de los años noventa -misma que terminó con el servicio de pasajeros–, estamos frente al posible retorno del tren como forma de transportarnos y viajar en México.
@etiennista
Las respuestas a un tuit que hace días lancé me hicieron darme cuenta de lo extendida que es nuestra nostalgia por los trenes de pasajeros. El breve texto decía: “Quienes tienen cierta edad en México, ¿qué recuerdos tienen de viajar por tren?”. El explícito destinatario no era para discriminar a los más jóvenes sino para enfocar la pregunta, pues efectivamente el servicio de pasajeros en el país dejó de existir hace veinticinco años. O sea que para referirnos a la experiencia de viajar por tren en nuestro país (más allá de los servicios turísticos que hoy existen como el Tequila Express en Jalisco o el Chepe Express que continúa en Chihuahua y Sinaloa) hay que recurrir a la memoria, que es personal pero también colectiva, como en este caso dan cuenta los cientos de respuestas a la humilde invitación, algunas de las cuales comparto en este texto.
Mis abuelos vivían en Mexicali. El primer día de vacaciones nos subíamos al tren.
36 horas en un camarote, con juegos de mesa, vendedores que subían en las estaciones con comida deliciosa. Una hermosa aventura.
Hermosos recuerdos, viaje nocturno de 9 de la noche a 9 de la mañana a Guadalajara en 1980.
Para llegar al vagón de merienda, teníamos que atravesar el vagón de fumadores. Lo hacíamos como una misión especial, épica, estoica, el sabor del café con leche y pan llenaba el alma.
Nosotros íbamos de Durango a Torreón. En una estación llamada Bermejillo se subían personas a vender unas tortillas de harina acompañadas de un pedazo de queso asadero y cajoncitos de madera con cajeta de Celaya. Antes de llegar a Torreón aventaban piedras al tren.
Las vistas interminables, los valles secos pero llenos de vida del norte del país, las estaciones perdidas en la inmensidad. Cómo viaje, espectacular.
Yo todavía alcancé a viajar a Veracruz en tren. Era estúpidamente barato, pero incómodo y lento. Pero cumplía su función, llevarte a Veracruz.
Cuando se alzó el EZLN decidimos hacer la segunda convención nacional estudiantil en Guadalajara. Y se nos ocurrió irnos en tren que además era muy barato. Súper incomodo, dormimos en el piso del vagón. Ah, pero nos tomamos las fotos con banderas rojas junto a la máquina.
Fue ese presidente gris pero no menos infame que otros, Ernesto Zedillo, quien reestructuró Ferrocarriles Nacionales de México con miras a su privatización. El sexenio le dio para lograrlo todo: entre marzo y noviembre de 1995 el Congreso reformó la Constitución (Artículo 28) así como una serie de leyes que en conjunto permitirían llevar a cabo su proyecto. No pasó mucho tiempo para que su gobierno otorgara las primeras concesiones (1997) y en cosa de tres años vendió a privados 84% de la red ferroviaria (de cerca de 23 mil kilómetros), quienes se quedaron con 95% del sistema ferroviario nacional. A Vicente Fox ya nada más le tocó la extinción de aquella empresa estatal que tuvo sus orígenes en 1937 cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó los ferrocarriles.
En el noventa me regalaron, en mi sexto cumpleaños, un viaje con la familia de Ciudad de México a Querétaro, ida y vuelta. Uno de los mejores regalos de cumpleaños de la vida.
Tren México-Nuevo Laredo, muy económico, pintoresco, surreal. Éramos muy jóvenes, ahora sé que era la mejor opción por su precio. Se comía bien y rico con poco. No había clases, era una sola. Un México muy real, crudo, vivo. Buena gente, buena compañía.
Yo viajaba a Saltillo cuando era niña. Me encantaba. Tomábamos uno de esos camarotes que se hacían cama. Me arrullaba el vaivén del tren. Temprano en la mañana llegábamos y adoraba ver el amanecer por la ventana.
Yo viajé, en el verano del ochenta, de GDL hasta Mexicali. Jamás imaginé cuán extenso y bello es nuestro país, sobre todo cuando lo viviste a través de la ventana de un tren de pasajeros, y por largas 39 horas de viaje.
Las concesiones otorgadas por el gobierno de Zedillo tienen vigencia de cincuenta años, salvo algunas líneas cortas que se concesionaron ‘solo’ por treinta. Con el auge de los servicios de autobuses en todo el país y ante la llegada de los vuelos de bajo costo, el interés de inversionistas (mexicanos y estadounidenses) no estaba en el servicio de pasajeros sino en el de carga, y relativamente pronto confirmarían lo jugoso del negocio. De acuerdo con la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, el servicio de carga pasó de transportar alrededor de 60 millones de toneladas en 1997 a más de 100 millones en 2010. La ‘productividad’ también aumentaría significativamente, logrando mover más y más carga con cada vez menos trabajadores: entre 1997 y 2010 la planta total de trabajadores decreció a un ritmo anual del 6% y para ese último año los trenes de carga movían casi 3.5 toneladas-milla-trabajador, alrededor de cinco veces más que antes de su privatización. Esas eran las métricas del neoliberalismo.
Muy bonito. Mi padre trabajó en ferrocarriles, yo viajaba de mi pueblo a su lugar de trabajo. Después hicimos un viaje largo de Oaxaca a Puebla, bueno, a mí se me hizo eterno, pero toda la noche no dormí porque iba mirando las estrellas y los pueblos que cruzábamos.
Recuerdos hermosos, mi abuelo era maquinista. Nos llevaba en la ruta Puebla-Oaxaca, salíamos de tarde y había vagón dormitorio, llegábamos a Oaxaca al día siguiente. Vaya, una de las mejores vivencias de mi vida.
Mi papá era conductor de trenes y gracias a él pude viajar muchas veces en este tren y en el de carga. La mejor herencia que me pudo dejar mi padre fue seguir trabajando esta hermosa profesión.
Por implementar este proyecto Ernesto Zedillo sería recompensado. Después de su gobierno ingresó al consejo de administración de Union Pacific, empresa estadounidense que lograría, junto con Grupo México e ICA, la segunda concesión más importante del país, la del Pacífico-Norte a cargo de lo que hoy es Ferromex.
Me marcó mi viaje adolescente a Real de Catorce en tren desde la ciudad de México en 1995.
Mientras mis amiguitos adolescentes y yo íbamos a comer peyote, al tren se subían grupitos de adolescentes del bajío pero para llegar a la frontera huyendo del neoliberalismo. De esa manera tan simple pude contrastar mi realidad de chavito urbano de la CDMX que estudiaba en la prepa UNAM y los adolescentes de mi misma edad en otras partes del país muriendo de hambre.
De Monterrey a Matamoros. Toda una aventura pero sirvió a una población trabajadora y con convicción de salir adelante en un lugar agreste y hostil como el Noreste.
Tomaría algunos sexenios para que desde el gobierno federal se hablara nuevamente de trenes de pasajeros, pero fueron o promesas vacías, como la del tren rápido México-Querétaro cuando Peña Nieto asumió la presidencia, o verdaderos alucines, como el Mexloop: un tren que levitando por un campo magnético viajaría por un tubo a más de mil kilómetros por hora para llegar de la Ciudad de México a Guadalajara, pasando por Querétaro y León, en menos de 40 minutos. Esta payasada, idea de quien es ahora el hombre más rico del mundo, Elon Musk, fue liderada en México por nada más y nada menos que Fernando Romero, sobrino de Carlos Slim, mientras estaba a cargo del fallido aeropuerto en Texcoco.
En efecto, los tiempos de Peña Nieto fueron escenario propicio para que algunos sacudieran sus complejos de ‘subdesarrollo’ mientras armaban los más grandes cochupos. Lo más preocupante es que distintas entidades de gobierno se tomaron en serio este proyecto (incluida la SCT y la Secretaría de Energía) y algunos medios daban como un hecho que el territorio mexicano estaba a disposición de multimillonarios para que desarrollaran sus juguetes: “El Hyperloop llegará a México; recorrerá ciudades como CDMX, Querétaro, León y Guadalajara”, afirmaba la nota de Excelsior de septiembre de 2017.
Recuerdo que mi mamá platicaba con las personas del asiento de enfrente, haciendo más cordial y entretenido el trayecto. Así como las personas que en cada estación subían a vender antojitos y pulque. Tren México-Veracruz. Los paisajes tan hermosos a lo largo del camino.
La vista hermosa y me encantaba ver cómo las personas llevaban su mercancía en costales y cajas para venderlas de un pueblo al otro, y sí, me tocó subirme con personas que llevaban gallinas y maíz y café. Una hermosa experiencia.
Recuerdo haber viajado a Veracruz con mucha emoción con amigos, una aventura completa. Ahí bebí pulque por primera vez.
Cuánto ha cambiado México en tan pocos años. Lejos de los sueños guajiros hoy avanzan proyectos públicos que parten de realidades concretas y responden a necesidades específicas, que a su vez forman parte de esfuerzos de transformación más ambiciosos que simplemente implementar la última tecnología para desarrollar infraestructura y de paso consolidar formidables negocios. Con los trenes de pasajeros en curso como el Tren Maya y la terminación del tren México-Toluca, aunados a una estrategia de producción nacional de trenes, la apuesta es otra y parece ir en serio. Y, aunque no la hago de futurólogo, todo indica que esta reintroducción del tren de pasajeros en México se convertirá en proyecto transexenal. Eso sí, ni los trenes ni sus servicios serán los mismos de antes. ¿Qué de todo aquello que extrañamos permanecerá? ¿Seguirá siendo un transporte de encuentros entre gente de diferente condición social y de unos y otros con las gastronomías locales? Dudo que habrá vagones fumadores. ¿Nos podremos seguir asomando por las ventanas entre los vagones? Además de transportarnos, pues, ¿brindarán también experiencias memorables? Mucho, o todo, está por verse todavía. Pero eso sí, no parecemos ser pocas personas quienes anhelamos la vuelta del tren de pasajeros en nuestro país.
Viajé del DF a Monterrey. Cabina que se hacía cama litera. No fue nada cómodo pero sí muy divertido, yo tenía nueve años y jugar entre vagón y vagón fue como vivir en una película de vaqueros; o en una novela de Agatha Christie dónde tenías que descubrir al asesino.
Usaba seguido el DF-Zacatecas (su nombre era algo super creativo como «El zacatecano»).
No recuerdo mucho (tengo cierta edad, pero no tanta), las vendedoras que se subían en la estación Aguascalientes, la emoción de la única vez que nos alcanzó para pagar camarote… cosas así. Ah, y bueno, tengo un recuerdo que no es mío: en ese tren mi abuela (ya con el estatus de abuela, casi bisabuela) conoció a su segundo marido. Una súper historia que incluye loco y estúpido amor, familias disfuncionales y dictaduras militares.
Agradezco a todas las personas que compartieron y siguen compartiendo sus recuerdos y anécdotas.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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